ESTHER SHABOT/EXCELSIOR

Nadie más aliviado por el acuerdo de cese al fuego entre Israel y Hamas que sus respectivas poblaciones civiles acosadas por proyectiles y bombardeos mortíferos durante ocho días consecutivos. Tras la experiencia de hace cuatro años cuando una confrontación similar se extendió en el tiempo y se amplió mediante operativos terrestres de parte de Israel, en esta ocasión las cosas se detuvieron mucho más pronto, ahorrándose con ello muchas vidas y sufrimientos en ambas partes. Como se ha repetido tanto, en esta ocasión la intervención y presiones de actores externos para poner fin a la guerra fueron centrales. El nuevo presidente de Egipto, Mohamed Mursi, emergió como el gran negociador que consiguió a fuerza de tenacidad ajustar las pretensiones y demandas de los dos rivales, mientras que Estados Unidos, con el envío de emergencia a la zona de Hillary Clinton y la intervención a larga distancia del presidente Obama hicieron lo propio para evitar la continuación de los ataques.

Un primer recuento de los resultados de esta guerra de corta duración indica que a pesar de los daños y las pérdidas sufridas, el Hamas, organización islamista radical que controla la Franja de Gaza desde 2007, salió fortalecido. Si bien su ala militar fue golpeada y mermada de forma sustancial por los ataques aéreos israelíes que destruyeron numerosos arsenales, logró colocarse como actor protagónico en el centro del escenario palestino e internacional al haber alcanzado sus proyectiles a ciudades como Tel Aviv y Jerusalén, aun cuando los sistemas antimisiles de Israel los interceptaran la mayoría de las veces antes de causar daño. Además, Hamas se vanagloria ahora de haber extraído compromisos de Israel en el acuerdo de la tregua con relación a un relajamiento en el bloqueo que ejerce sobre Gaza. Tiene así sentido el comentario tan común estos días de que gracias a este round protagonizado por el Hamas, la figura de Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina que gobierna en Cisjordania, ha quedado relegada a un segundo plano debido a la preeminencia local e internacional conseguida por su rival, Hamas, en este último episodio bélico.

En Israel el ánimo es más ambivalente. Hay alivio en la población, especialmente entre la residente en el sur donde cayeron cientos de misiles. Igualmente, existe una creciente confianza en la eficacia del sistema “Domo de Acero”, que pasó su primera gran prueba exitosamente al haber interceptado y neutralizado una gran cantidad de proyectiles disparados desde Gaza por Hamas y demás organizaciones islamistas. Pero hay preocupación también por el alcance que en esta ocasión tuvieron los ataques al haberse visto amenazadas urbes tan importantes como Tel Aviv y Jerusalén. No obstante saber que el problema no quedó resuelto de raíz, la aceptación de cesar el fuego y no embarcarse en un operativo terrestre que prolongara la guerra peligrosamente ha sido bien recibida por la mayoría de los israelíes, excepto por la franja radical de la población para la cual la campaña militar se quedó trunca y no alcanzó sus objetivos finales.

De cualquier forma, algo que resulta evidente a estas alturas es que Ehud Barak, el actual ministro de Defensa israelí salió fortalecido ante la opinión pública al haberse calificado su actuación como eficiente y adecuada, lo cual le proporciona la posibilidad de no desaparecer del mapa político israelí en las próximas elecciones y quizá repetir en el puesto que hoy ocupa. En cuanto a Netanyahu, el juicio que sobre su conducción se hace se presenta bastante mixto: a pesar de que una buena parte del público israelí valora que haya mostrado contención y aceptado suspender las hostilidades sin iniciar una ofensiva terrestre, un segmento significativo de sus tradicionales simpatizantes de posturas más duras está manifestando su descontento ante ello, lo cual presagia una emigración de su voto en enero 22 hacia partidos ubicados más a la derecha del partido Likud, al que pertenece Netanyahu. Así que en los dos meses que restan para dichas elecciones pueden darse aún cambios insospechados en el ánimo de los votantes que indican que en lo que respecta a quiénes integrarán el nuevo gobierno en Israel, la suerte todavía no está echada.