LA GACETA

Lo ha dicho el primer ministro israelí: “Si los palestinos abandonan sus armas, se acaba la violencia. Si Israel abandona su defensa, desaparece”. Pero muchos no quieren entenderlo y se empeñan en equiparar moralmente a los terroristas de Hamás con el pueblo de Israel. De ahí que corran a Jerusalén, en un acto de puro cinismo tras meses de contemplar pasivamente las masacres en Siria, para tratar de imponer un alto el fuego. Lo malo de la diplomacia europea y norteamericana es que el único brazo que tienen a mano para retorcer es el del atacado, Israel.

Y lo que se pide al Gobierno israelí, como le manifestó Mariano Rajoy un tanto atrevidamente a Netanyahu, es “contención”. Contención frente a los más de 100 cohetes que Hamás lanzó ayer desde Gaza contra Jerusalén, Rishon Lezion y Rahat, todas bien alejadas de la Franja.

“Contención” frente a la vuelta a los ataques contra civiles indefensos que transitan en autobuses públicos. Nadie en su sano juicio debiera pedir que se acepte vivir bajo la constante amenaza terrorista impasiblemente. Israel es una nación democrática y plural, madura institucionalmente, y nadie debiera dictarle lecciones sobre cómo debe interpretar y ejecutar el derecho a la legítima defensa que a todos nos ampara. La guerra es el infierno, pero no se puede confundir lo que hace Hamás, disparar directamente contra la población israelí, con la reacción militar de Israel que persigue acabar con la infraestructura terrorista.

Hay que estar ciego para no comprender que Oriente Medio está cambiando de manera acelerada, con una ola de islamismo que todo lo inunda, con Al Qaeda resurgiendo de Mali a Yemen, y con un Irán que quiere avanzar sus intereses chiitas incluso con la bomba atómica. La única barrera de contención que le queda al mundo democrático en la zona es Israel, en verdad uno de los nuestros. Israel, como bien ha dicho el presidente Obama, tiene todo el derecho y la legitimidad para defenderse. Pero de nada sirve la diplomacia si tras esas palabras se envían a Clinton y a la troupe de ministros de la UE para forzar a Israel a que no haga nada más.

La Historia nos muestra que un mal acuerdo de paz acaba desembocando siempre en una guerra más cruenta. Si se quiere obtener un resultado duradero hay que presionar a El Cairo para que impida el tráfico de armas desde su suelo, amenazar a Irán para que deje de alimentar militar, financiera y espiritualmente a los palestinos, y convencer a la Autoridad Palestina para que acepte Israel como Estado judío. Presionar a Israel no conduce a nada bueno.