ESTHER SHABOT/EXCELSIOR

En memoria de mi madre, para quien la justicia fue un ejercicio cotidiano.

Con 138 votos a favor, nueve en contra y 41 abstenciones, la Asamblea General de la ONU aprobó que Palestina sea aceptada como Estado observador no miembro de las Naciones Unidas, lo cual le otorga un estatus similar al del Vaticano. Podrá así Palestina formar parte de diversas agencias de la ONU, lo mismo que presentar denuncias ante la Corte Penal Internacional, aunque no tendrá derecho a voto en la Asamblea General como sí lo tienen los estados miembros plenos. Los discursos presentados en la sesión por parte del representantes israelí, Ron Prosor, y del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, fueron igual de vehementes para defender sus respectivas posturas y para denunciar las afrentas del rival. La narrativa que cada cual esgrimió mostró hasta qué punto siguen siendo distantes las posiciones y, por ende, qué tan lejos se está aún de ingresar a un ambiente conciliatorio en el que el diálogo y las negociaciones sustituyan a las amenazas y a los rencores mutuos.

A partir de los indicios de que una mayoría absoluta le daría a Palestina el reconocimiento, el gobierno israelí se vio obligado a bajar el tono y disminuir la dureza de las represalias que hace unas semanas esgrimía en su discurso oficial como elemento disuasivo, elemento que a fin de cuentas no funcionó como tal. Una vez aprobada, el apoyo internacional masivo a la resolución de marras ha indignado al gobierno de Netanyahu y a muchos sectores sociales y políticos afines a él en cuanto al manejo de la relación con Mahmoud Abbas y del tema palestino en general. Y, sin embargo, para buena parte de la opinión pública convencida de que la única forma de resolver el añejo conflicto entre israelíes y palestinos es la basada en la fórmula de “dos estados para dos pueblos”, este nuevo desarrollo en el seno de la ONU ofrece una oportunidad de avance en sentido positivo.

Ese avance tiene que ver, sin duda, con el fortalecimiento que recibe Mahmoud Abbas a partir de su logro en la ONU. Si hasta hace unos días el comentario común era que a partir del enfrentamiento bélico que hace dos semanas protagonizó el Hamas contra Israel, la primera se había posicionado como el actor central que movía los hilos de la dinámica entre palestinos e israelíes —dejando al gobierno de Abbas en los márgenes— ahora éste recupera el terreno perdido y vuelve a tomar centralidad. Y ello, sin duda representa la oportunidad de que el diálogo político se reanude en algún momento en la medida en que la Autoridad Palestina de Abbas, a diferencia del Hamas, reconoce explícitamente la legitimidad de la existencia de Israel y ha renunciado a la lucha armada como instrumento para el logro de sus fines.

En otras palabras, la resolución aprobada incide claramente en el juego de suma cero que existe en la naturaleza de la relación conflictiva entre el gobierno de Abbas vigente en Cisjordania y el de Hamas en la Franja de Gaza. Si Mahmoud Abbas crece en popularidad y en apoyo entre las masas palestinas —como ha sucedido en estos últimos días— ello debilita automáticamente al Hamas, organización terrorista empeñada en la destrucción de Israel. Si Abbas ha demostrado en el pasado ser un interlocutor real en el diálogo y la negociación, qué mejor que su fortalecimiento para que dicho diálogo se renueve conjurando así la dinámica destructiva que pretende imponer el Hamas.

Por supuesto que para que ese diálogo se vuelva realidad son necesarios cambios sustanciales en la política de la contraparte israelí, cambios que por ahora parecen brillar por su ausencia dada la conformación de la coalición que gobierna a Israel. Pero no hay que olvidar que las elecciones en ese país están programadas para el 22 de enero próximo y la moneda respecto a su definición aún está en el aire. También hay que considerar que la renovación del mandato presidencial de Obama en EU bien puede augurar un papel más activo de éste, a fin de poner en marcha otra vez un proceso que de manera realista y firme intente recuperar el proyecto de los “dos estados para los dos pueblos” única fórmula de conciliar los dos derechos legítimos, que estos dos pueblos tienen sobre esta tierra y que están destinados inevitablemente a compartir.