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Mis padres tienen un ritual no oficial: Dondequiera que viajan, ya sea a París, San Francisco o La Habana, visitan la parte judía de la ciudad. Van al templo, buscan a judíos locales, hacen una donación. Es su forma de sentirse conectados con su herencia, y también de demostrar solidaridad.

A lo largo de los años, me he burlado con tacto de su costumbre. ¿Quién los designó Cronistas de los Judíos del Mundo? Y, sin embargo, conforme me hago mayor, más me descubro siguiendo su camino.

Y por ello, cuando estuve en Roma recientemente y escuché hablar de una diminuta aldea medieval en Toscana llamada Pitigliano (conocida como La Piccola Gerusalemme, o La Pequeña Jerusalén), quise visitarla. Mi plan era pasar un día en esta ciudad amurallada en la región de Maremma en la provincia de Grosseto, unos 169 kilómetros al noreste de Roma.

Pitigliano es benditamente poco turística, con sólo unos 25,000 visitantes al año. La mayoría quiere explorar la cultura judía, aunque algunos simplemente se sienten encantados con la idea de otra aldea italiana imposiblemente magnifica.

Y lo es. Mientras conducía por un serpenteante camino hacia la aldea en las colinas, 313 metros sobre el nivel del mar, me recordó la primera vez que vi Jerusalén. Con sus parapetos, pisos de azulejos de cerámica y edificios de varios pisos erigidos sobre capas de toba volcánica, Pitigliano asemeja una Ciudad Santa pequeña y destellante. La aldea, que fue fundada originalmente por los etruscos, fue alguna vez hogar de una próspera población judía que se había asentado ahí en la primera parte del siglo XVI. Provenían principalmente de la cercana región de Lazio, que colindaba con los Estados Papales Romanos antisemitas que periódicamente expulsaban a los judíos.

En Pitigliano, me encontré con una guía local, Rafaella Agresti, cuyo inglés era impecable. Juntos, atravesamos la puerta medieval hacia la ciudad vieja, pasando por el Palacio de Orsini, una fortaleza del siglo XIV, ahora museo, y la aún más antigua Iglesia de San Rocco. Los restos de un acueducto del siglo XVII construido por la familia Medici atraviesan la ciudad.

Mientras recorríamos las estrechas calles, Agresti me dijo que los judíos y los cristianos de Pitigliano habían llevado una coexistencia pacífica. En el siglo XVI, el conde Niccolo Orsini IV, miembro de la familia feudal Orsini, gobernó Pitigliano, un feudo independiente cuyos habitantes eran principalmente campesinos. Aunque él era católico, pensaba que los judíos, mayormente banqueros y artesanos, podían ayudar a revitalizar la débil economía de Pitigliano. Por ello, mientras los judíos en lugares como Umbría y Lazio eran encarcelados o exiliados, en Pitigliano trabajaban como prestamistas, carpinteros, adoquinadores y sastres.

Para 1938, cuando se aplicaron las leyes raciales fascistas, sólo unos 60 judios vivían en Pitigliano, entre ellos la familia de Elena Servi.

Ahora de 82 años de edad, Servi, quien nació en Pitigliano, ha dedicado su vida a preservar y restaurar la historia judía de su ciudad natal. Yo estaba ansiosa de conocerla en la Asociación de la Pequeña Jerusalén, una organización cultural que comprende a unos 150 judíos y no judíos de todo el mundo. Servi fundó la asociación en 1996 con su hijo, Enrico Spizzichino. Está situada dentro de una serie de edificios interconectados, uno de los cuales alberga al Museo Judío de Cultura.

Agresti y yo caminamos debajo de un arco con un signo en forma de media luna estampado con las palabras “La Piccola Gerusalemme: Antico Quartiere Ebraico” (Antiguo Barrio Judío) y entramos en el museo, donde Servi estaba detrás del mostrador. Ya que ella no habla inglés, nos comunicamos en una mezcla de hebreo y mi limitado italiano.

“No tenemos problemas con los no judíos”, dijo. “Somos amigos, compartimos nuestro matzo de la Pascua Judía y su chocolate de la Pascua de Resurrección”. Ella atribuye su supervivencia durante la Segunda Guerra Mundial a los granjeros católicos del valle que los protegieron a ella y su familia de los alemanes. También se ocultó en una cueva con su familia durante tres meses mientras sus vecinos les llevaban comida y agua. Cuando salió, sólo quedaban unas 30 familias judías en Pitigliano. Aparte de una década en Israel, ha vivido toda su vida en Pitigliano.

Aunque la comunidad judía actualmente consiste sólo de Servi, su hijo, un sobrino y tres nietos, es inequívoca la influencia judía en Pitigliano. Los sfratti – panecillos en forma de varas rellenos de nueces, miel, nuez moscada y ralladura de naranja – son un manjar local. La palabra sfratti se deriva de sfratto, que significa desalojo en italiano. Dice que la leyenda que la policía golpeaba a los judíos con varas para obligarlos a entrar en los guetos; los judíos subsecuentemente transformaron su dolor en algo comestible.

Las palabras hebreas también han penetrado en el dialecto local. Gadol, grande en hebrero, se ha transformado en “Gadollo” en Pitigliano. Kasher, una variante de kosher, significa laxamente, agradable u OK. Muchas casas aún tienen mezuzas.

La cultura no judía también ha influido en los judíos, más notablemente en el cementerio judío oculto en un huerto de cipreses a lo largo de la Carretera Estatal 74. Uno puede concertar una cita privada para visitarlo a través de la Asociación de la Pequeña Jerusalén. A diferencia de los cementerios judíos tradicionales, algunas de las tumbas ahí tienen monumentos de ángeles y una estatua de una niña, una señal de asentimiento a la costumbre cristiana de “dar un rostro a la pena”, como lo expresó Servi.

El barrio judío consiste de sólo una cuadra, y el resto de Pitigliano es pequeño. Nos tomó sólo tres horas vagar por el gueto y el laberinto de calles, escaleras, plazas y tiendas en el distrito histórico. Después de unos cinco minutos, yo estaba totalmente perdida y disfrutando cada segundo. Los residentes locales son cordiales en ese estilo italiano extraordinario, siempre dispuestos a sonreír y saludar. Hombres sentados en bancas bebían el vino que habían hecho en sus bodegas. Contentos me ofrecieron probarlo, y contenta acepté.

Cada calle y callejón culmina en una espectacular vista de las ondulantes colinas salpicadas de huertos de olivos, nogales y pinos. La región está repleta de túneles y cuevas tallados en la piedra de toba, llamados Vie Caves (Caminos Etruscos).

Exhausta después de tanto vagar, encontré una mesa al aire libre en la Hostaria del Ceccottino, cerca del gueto. Ordené ensalada de mozzarella y jitomate y una copa del vibrante vino blanco de Pitigliano, bianco di Pitigliano.

Antes de partir, hice lo que mis padres hacen cuando viajan, e hice una pequeña contribución a la Asociación de la Pequeña Jerusalén. Las palabras de Servi tuvieron sentido para mí.

“¿Quién sabe qué va a pasar con este lugar en 20 años?”, dijo. “Debemos preservar el pasado en tanto sea posible”.

SI VA

Alberto Guastini es el único hotel en la ciudad vieja. Algunas de las habitaciones del albergue tienen vistas magníficas, y tiene un restaurante increíble. Los precios por una habitación doble oscilan entre los 50 y los 90 euros hasta el 20 de diciembre.

Il Tufo Rosa ofrece seis habitaciones en una casa restaurada en la ciudad vieja. Cada habitación lleva el nombre de una condesa que desempeñó un papel importante en la historia de Pitigliano. Los dueños también producen aceite de olivo extra virgen. Los precios por una habitación doble van de 55 a 68 euros por noche.

Terme di Saturnia Spa and Golf Resort: A 30 minutos en auto desde Pitigliano está la ciudad del siglo XV de Saturnia, famosa por sus manantiales minerales. Este lujoso spa, construido en torno a una piscina mineral de 3,000 años de antigüedad, es el único hotel en el área que ofrece un paquete de “recorrido por el patrimonio” en el Pitigliano judío, que incluye tres noches en una habitación de lujo; un desayuno buffet diario; cena en el restaurant Aqualice; un masaje, uso de cortesía de las piscinas termales y los baños romanos; y un recorrido guiado por Pitigliano. Las tarifas empiezan en 2,014 euros (en base a ocupación doble).