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Alice Herz-Sommer cumplió el pasado 26 de noviembre 109 años de edad. Dos de ellos, de 1943 a 1945, los pasó en el campo de concentración de Terezin, donde esta pianista checa fue enviada junto a su marido y su pequeño hijo. Su madre y muchos de sus amigos ya habían desaparecido para entonces, y pronto su marido sería enviado a Auschwitz y luego a Dachau, donde acabaría muriendo.

Alice sobrevivió en el campo aferrándose a la vida y a la música con toda su pasión de artista y con una fe, una esperanza y una caridad que la salvaron de la muerte, mientras interpretaba al piano una pieza tras otra para sus compañeros de reclusión.

Alice Herz había nacido y se había criado en Praga, en el seno de una familia judía acomodada, donde el amor por la cultura era patente, y donde no faltaban las visitas de escritores y artistas como Gustav Mahler, Rainer Maria Rilke, Thomas Mann, Stefan Zweig y Franz Kafka.

A los cuatro años escuchó la «Segunda Sinfonía» de Mahler. Tal vez aquel día, 24 de noviembre de 1907, nació su pasión por la música, que a partir de entonces sería su vida, como solista en diversas orquestas, hasta que en 1938 las banderas y las botas nazis se enseñorearon de Praga.

Campo de concentración de «artistas»

Pronto, su madre estaba camino del campo de concentración de Terezin. Cuando madre e hija se despidieron, Alice sabía que no volvería a ver con vida a su progenitora. En julio del 43, la propia pianista, su marido y su hijo también fueron enviados a Terezin, un campo que los nazis consideraban especial, pues allá eran enviados «los artistas» para, según el Führer, preservarlos de la guerra.

Sin embargo, generalmente el campo era únicamente un lugar de paso camino de las cámaras de gas de Auschwitz. Baste una cifra. De los 156.000 judíos que estuvieron presos allí, apenas sobrevivieron 17.500. Entre más de 15.000 niños internados, tanto solo sobrevivieron 93, entre ellos Rafi, hijo de Alice. En cualquier caso, a pesar del martirio y de las privaciones de todo tipo, a los «artistas» se les permitía «actuar». Alice lo hizo, y no solo para los alemanes. También consiguió tocar su piano ante los compañeros de presidio.

Después de la liberación, y al ver como su casa de Praga había sido ocupada por unos desconocidos, Alice y su familia partieron hacia Israel. Alice siguió actuando pero solo localmente, mientras su hijo se convertía en un conocido chelista. Sin embargo, en 1986, con 83 años, Alice Herz-Sommer se marchó a Inglaterra para estar cerca de Rafi. Allí sigue, con 109 años, paseando, interpretando música en casa, diciéndose cada día que la vida es un milagro

Caroline Stoessinger, investigadora sobre la historia de la música en los campos y también destacada pianista, mantuvo un puñado de entrevistas, tanto en persona como telefónicamente, con Alice. Y de ahí ha salido «El mundo de Alice» (Zenith/Planeta), una biografía conmovedora de esta mujer que hoy es la superviviente más longeva del Holocausto.

Recuerdos de una infancia plena acompañada por la música, por el «tío» Franz (Kafka). Luego, los años de la ocupación, el silencio y el trato esquivo de antiguos vecinos y amigos, la deportación de su madre, la suya propia, la muerte de madre y marido, su viaje a Israel, su amistad con Golda Meir, el cariño por su hijo, por sus alumnos.

Más de un siglo de amor a la vida, de esperanza, de optimismo, de ilusión a pesar de los pesares, a pesar de la muerte y el dolor, a pesar del desgarro, Alice Herz-Sommery su existencia es un homenaje al ser humano, al Bien que pase lo que pase, también existe en este mundo: «Cada día es un milagro –cuenta Alice–. No importa lo malas que puedan ser las circunstancias, tengo la libertad de elegir mi actitud de vida, incluso para encontrar dicha. El mal no es nuevo. Depende de nosotros cómo tratemos con el bien y el mal. Nadie nos puede quitar ese poder. La música me salvó la vida. La música es mi Dios».