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08 de enero 2013.-El anuncio del Gobierno de que concederá la nacionalidad española a todos los sefardíes que puedan demostrar su origen ha puesto en primer plano de la actualidad a los herederos de los judíos españoles expulsados por los Reyes Católicos en 1492. Durante más de quinientos años, los descendientes de aquellos exiliados han conservado, como en una cápsula del tiempo, la lengua, la música, la gastronomía y hasta el amor a la patria de sus antepasados. La ciudad donde se firmó el Edicto de la Alhambra que decretó la expulsión de los judíos es también una de las que hoy presta más atención a esta comunidad: la Universidad de Granada es la única de España en la que se imparte una asignatura reglada sobre el mundo sefardí. «Podemos estar orgullosos de que se haya mantenido a pesar de los cambios en los estudios y los recortes económicos», sostiene la profesora del departamento de Estudios Semíticos de la UGR María José Cano, una de las principales especialistas del país en el mundo judío.

La profesora se congratula por la decisión del Ejecutivo. «Si después de cinco siglos siguen conservando la lengua, desde luego se lo merecen», afirma Cano, que acaba de regresar de Turquía, donde ha mantenido un encuentro con la comunidad sefardí.

La profesora Cano recuerda que la diáspora no comenzó en 1492, sino cien años antes, tras los brotes de antijudaísmo que se produjeron contra muchas comunidades hebreas en la Península. Los movimientos migratorios se sucedieron a partir de 1453, tras la creación del Imperio Otomano, mucho menos hostil que el mundo cristiano, y en 1481, cuando se iniciaron las actuaciones de la Inquisición contra los judíos.

Con el edicto de expulsión la diáspora fue masiva. Sus destinos preferidos fueron el Norte de África -especialmente para los residentes en el Reino de Granada-, Italia, Portugal y el ya citado Imperio Turco. De hecho, el sultán Bayaceto no daba crédito ante la torpeza de los monarcas católicos y puso sus barcos a disposición de aquella población culta y rica, a la que dio la bienvenida.

Las últimas oleadas de la diáspora sefardí tuvieron lugar ya en los siglos XVI y XVII y las protagonizaron judíos que habían aceptado el bautismo para poder quedarse en España. De ellos muchos optaron por instalarse en los Países Bajos, Inglaterra y América, acompañando a los conquistadores del Nuevo Mundo.

Durante cinco siglos, muchas de estas comunidades han conservado el judeoespañol del siglo XV o ladino, con palabras ‘importadas’ del hebreo y de las lenguas de sus lugares de acogida. Eso, sin olvidar las vestimentas que en los primeros siglos de la diáspora lograron mantener o la música, la poesía, los ritos religiosos y la gastronomía sefardíes que han llegado hasta nuestros días.

El caso bosnio

Nela Kovacevic, investigadora serbia en la UGR, ha estudiado especialmente el caso de Bosnia. En Sarajevo, donde está documentada la llegada de los judíos españoles en 1565, apenas quedan ya hablantes de ladino. «He encontrado a unas diez personas que entienden la lengua judeoespañola y a tres que la hablan. La más joven tiene 78 años», explica.
El puñado de familias sefardíes que llegaron por primera vez en la capital bosnia procedían, posiblemente, de Salónica, se instalaron juntas y formaron una comunidad muy cerrada. «A veces se habla de gueto, pero no porque hubiera ningún ataque a los judíos, sino porque ellos mismos querían vivir unidos y aislados», asegura Kovacevic.

Al igual que en otras comunidades sefardíes, las mujeres eran las principales depositarias de la cultura de sus antepasados, dado que apenas tenían contacto con otras comunidades y muchas veces solo hablaban ladino.

El derrumbe del Imperio Otomano y el dominio austrohúngaro a partir de 1878 supuso el inicio de un proceso de asimilación cultural de los sefardíes de los Balcanes: se extendió la educación nacional a niños y niñas y los sefardíes se abrieron al mundo a través del trabajo, el aprendizaje de otras lenguas, la universidad… El Holocausto prácticamente terminó con estas comunidades. De los que se salvaron de los nazis, muchos emigraron a Norteamérica y a Israel.

Una suerte muy distinta corrió la colonia judeoespañola en la actual Turquía: en Estambul viven hoy en día unos 200.000 sefardíes. Para María José Cano, es difícil cuantificar cuántos descendientes de aquellos judíos españoles quedan en el mundo, aunque hay fuentes que los cifran en dos millones de personas.

De todas formas, señala la profesora, el Gobierno ha elegido un momento muy especial para abrir los brazos a los herederos de los expulsados. «En plena crisis, no tanta gente quiere venir a España -recuerda-. Son personas que están muy asentadas, muchas de ellas en países, como Israel, donde se puede mantener la doble nacionalidad. Sobre todo la gente mayor, si solicita la nacionalidad española, será por puro romanticismo». Al fin y al cabo, la decisión es una reparación moral a un castigo injusto adoptado por este mismo Estado hace más de quinientos años…