MAURICIO MESCHOULAM/EL UNIVERSAL


"Esta es una operación de Al Qaeda", decía este jueves Leon Panetta, el aún secretario de defensa estadounidense, refiriéndose al asalto perpetrado en Argelia por un grupo de militantes islamistas en contra de una planta de gas, en el que decenas de civiles de varios países eran tomados como rehenes. También reclama ligas con Al Qaeda el grupo islámico aliado a los tuaregs en Mali y contra el que el ejército francés combate en aquél país. Visto así, diera la impresión de que existe una mega-organización islámica transnacional llamada Al Qaeda, con base actual en Pakistán, y con diversas sucursales (cuatro ramas mayores y muchas mini-bases en el mundo islámico además de otros países). Este supuesto organigrama sería el de un gran corporativo terrorista, con capacidad de operar en países lejanos, amenazando intereses occidentales en todas partes.

Pareciera como si las órdenes procedieran de un liderazgo central a quien todos los grupos obedecen, y quien cuenta con algún tipo de plan estratégico para conseguir sus fines. Bajo estas circunstancias, sonaría lógico combatir y terminar con el comando central, crucial para las operaciones de esta "mega-organización", y eso acabaría con la mayor parte del problema. Sin embargo, Al Qaeda no es eso. No lo es desde hace mucho tiempo, si acaso en algún momento lo fue.
Al Qaeda es un nombre, una bandera o marca, a la cual se adhieren grupos militantes islámicos de naturaleza, tamaño y orígenes diversos. No es tampoco una serie de franquicias en donde cada una envía su solicitud, y posteriormente debe pasar pruebas de calidad o responder a manuales de operación. Para afiliarse a esta bandera no tienen más que anunciarlo. Los lazos no son normalmente operativos, financieros, logísticos u organizacionales, sino ideológicos y simbólicos. Pero los símbolos importan, y no poco.

Cuando los rebeldes tuareg se unen a Ansar el Dine, un grupo islamista local en Mali, y tras tomar el norte y centro del país amenazan la capital, el nombre de Al Qaeda (y su rama del Magreb Islámico "AQIM") resonaba por todo Occidente. Un país entero, excolonia francesa, podría estar cayendo en manos de esta "mega-organización", se pensaba. Por ende, había que contener la amenaza. En tiempos de problemas financieros y relativa disminución de la presencia global de Estados Unidos, Francia (con ayuda de la UE) asume el combate al terrorismo por tratarse ésta de su esfera de influencia.

Posteriormente, otro grupo local, ahora en Argelia, ejecuta un ataque en represalia a la intervención francesa en Mali, y también se anuncia como vinculado a Al Qaeda. Ese solo anuncio convierte en irrelevantes cualesquiera reales o potenciales lazos que este grupo particular pueda tener o no con la rama magrebí o pakistaní de la organización terrorista "transnacional". El mensaje había ya sido entregado con eficacia: Al Qaeda está en todas partes. Ningún lugar del mundo islámico (e incluso fuera de éste) es un espacio seguro para sus enemigos.
De modo que Osama Bin Laden ha muerto, las bases de Pakistán se encuentran enormemente afectadas tras los constantes ataques de Estados Unidos.

Probablemente Francia detendrá la ofensiva islamista en Mali. El ejército argelino aventuró una riesgosa operación de rescate pero consiguió terminar con la vida de muchos de los atacantes. Sin embargo, al final, Al Qaeda, sus metas, y el terrorismo como estrategia para conseguirlas, sobreviven transformados, porque al margen de quienes son los militantes, el tamaño de los actos, o dónde están las bases operativas, representan ideas penetrantes. Ideas que logran convencer y alentar a unos. Ideas que ponen a temblar a otros y que no son combatibles con el uso de ejércitos ni aviones porque no se ubican en el mundo material, sino en el de las mentes humanas.


@maurimm
Internacionalista