EL IMPARCIAL

Diversas agencias de inteligencia han podido constatar que Ejército sirio habría empleado armas químicas no letales en la ciudad de Homs el pasado 23 de diciembre. Con independencia de que pueda haberlo hecho más veces y en otras localidades del país, esta revelación pone el acento del grado de horror a que se ha llegado en Siria. A medida que van conociéndose testimonios de ciudadanos sirios que han conseguido huir de su país, la consternación es aún mayor.

Más de 15.000 personas han muerto de forma violenta desde que Bashar al Assad iniciase su brutal represión, y otros tantos sufren horribles torturas y vejaciones. Semejante cifra, ante la que se agotan los calificativos, no parece afectar ni a rusos ni a chinos, que mantienen inquebrantable su apoyo al régimen sirio. Un régimen que en su momento llegó a hostigar de tal modo a los observadores de Naciones Unidas y de la Liga Arabe que éstos se vieron obligados a cesar en su misión, ante el riesgo elevado de perder la vida.

La situación actual en el país asiático recuerda en gran medida a las atrocidades de la guerra de los Balcanes o del genocidio de Ruanda. En el caso de la ex Yugoslavia, serbios, bosnios y croatas -sobre todo los primeros- cometieron crímenes de lesa humanidad. En Ruanda, hutus y tutsis rivalizaron en barbarie. Pero en Siria es el propio gobierno de Basar al Assad el que está llevando a cabo el genocidio sistemático de sus conciudadanos. Lo que sucede ahora en el país asiático es dramático no sólo por los hechos en sí mismos, sino por el fracaso de la comunidad internacional a la hora de poner coto a una de las masacres más impunes de los últimos tiempos. Y si, como parece acreditado, se han empleado armas químicas, Rusia tendrá que explicar públicamente si sigue prestando su apoyo a alguien capaz de hacer algo así.