EL CORREO /

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‘Homeland’, la serie multipremiada y más elogiada de los últimos años, no sería nada sin ‘Hatufim’. ‘Secuestrado’ o ‘Prisionero de guerra’, como ha sido traducida en diferentes versiones, es una producción de ficción creada en 2010 por la televisión israelí en la que se narra el drama de los militares de aquel país capturados en la guerra y devueltos años después a Jerusalen. Desarrollada por Gideon Raff, un guionista que pasó varios años en Hollywood, la idea fue captada rápidamente por los reputados Howard Gordon y Alex Gansa, artífices de ‘thrillers’ de alto voltaje como ’24’, que reclutaron al propio Raff para adaptar ‘Hatufim’ a la pequeña pantalla estadounidense.

Un proceso que no es único: las cadenas norteamericanas, convertidas desde los años 90 en una vertiginosa factoría de seriales de creciente sofisticación para satisfacer a una audiencia voraz y exigente, han girado su vista en busca de nuevos éxitos hacia las productoras israelíes, sinónimos en los últimos años de creatividad, tensión y buenos argumentos. No en vano, durante éste y el próximo año compañías como la CBS y NBC pondrán en antena remakes de varios seriales nacidos del ingenio de Oriente Próximo, entre ellos, la prometedora historia de una familia israelí que emigra a Rusia, donde el cabeza del clan sirvió como espía.

¿Cuáles son las claves de la cantera israelí? Como en todo, la principal es el dinero. O mejor dicho, la falta de él, que bien sabido es que agudiza el ingenio. Una producción de cierto relieve en aquel país cuesta aproximadamente unos 37.000 euros por capítulo. Suficiente para lograr un producto bien decente, pero sin demasiados alardes. Tal circunstancia obliga a los autores a concentrarse en escribir buenos guiones, ya que las posibilidades de invertir, por ejemplo, en efectos especiales, decorados o escenarios exteriores variados son limitadas. No en vano, bastantes ficciones procedentes de ese mercado se acercan a un concepto teatral y desarrollan casi íntegramente en un puñado de interiores, como es el caso de la consulta psicológica de ‘En terapia’, cuyo remake internacional protagonizó Gabriel Byrne.

En orden a subrayar esas diferencias económicas, cabe detallar que cada episodio de ‘Homeland’ supera los 135.000 euros. Y si se trata de producciones extremadamente detallistas o con un gasto elevado en nóminas, tipo ‘Mad Men’, ‘Luck’ (que incluye como protagonistas a Dustin Hoffman y Nick Nolte) o la histórica ‘John Adams’, la inversión puede llegar al millón de euros. También es cierto que la recuperación del capital es mucho más sencilla y rápida en un título con el sello de Estados Unidos plagado de estrellas. ¿En realidad, cuántas cadenas europeas se atreven a pujar por una ficción datada en Israel?

La precariedad económica, como bien ha podido conocer el director Robert Zemeckis en su última película, ‘El vuelo’, obliga a variar drásticamente el método de trabajo. Y ahí radica la clave de la calidad de la factoría israelí. La limitación de medios incapacita a las productoras para grabar un episodio piloto o unos pocos capítulos de una serie y luego decidir si la continúan o la abandonan en función de su audiencia. Los presupuestos no alcanzan para tales riesgos: si algo se empieza, debe terminarse. Y además, venderse. Bajo esta premisa, no hay pilotos. Las series se graban íntegras antes de emitirse. Y los guionistas se ven forzados a entregar el guión completo sin ni siquiera haberse encendido aún un foco del estudio. Como consecuencia, se mueven en el filo y corren el riesgo de cosechar un fracaso irreversible, pero ganan en libertad creativa. Cualquier guionista puede escribir su historia sin la presión de la audiencia. Una espada de Damocles que en Estados Unidos conduce en ocasiones a embarcarse en enrevesados o ilógicos giros argumentales en mitad de una emisión. ‘Perdidos’ o ‘Expediente X’ son dos grandes ejemplos de estas derivas.
Pero, además, está la tensión. El hecho de trabajar con productos cerrados, y que por tanto son imposibles de modificar si decae el interés del público, implica que los guionistas desarrollen historias trepidantes, cargadas de grandes dosis de suspense, bien psicológico o físico. Una característica bastante común es que cada capítulo de una ficción conlleve un cierre de alto voltaje mediante una situación inesperada o extremadamente tensa, que deje en el espectador la necesidad de ver de inmediato en siguiente episodio. Ahí está ‘Homeland’ para demostrarlo.

Evidentemente, la serie que narra las peripecias del sargento Brody guarda una gran distancia con el original, que Howard Gordon y Alex Gansa suelen encargarse de subrayar allí donde ofrecen una conferencia. ‘Hatufim’ describe el regreso a casa de dos militares israelíes después de pasar diecisiete años de cautiverio en Siria y, más allá de la trama de suspense que busca averiguar qué ocultan en su regreso, otorga relevancia a las relaciones familiares, la difícil readaptación al entorno, el modo en que la sociedad israelí trata con ellos y el hecho de haberse convertido en héroes nacionales. Gideon Raff vio el guión desde los ojos de un país que vive con enorme preocupación la situación de sus militares que terminan convertidos en prisioneros de guerra.

La ficción estadounidense, en cambio, introduce más acción de campo. Y algunos protagonistas esenciales, como el de la agente especial que interpreta Claire Danes y que sospecha que Brody no es realmente un personaje limpio. Pensando en la televisión por cable, los autores decidieron aumentar la complejidad del carácter de la agente, que en la serie muestra un comportamiento bipolar. No obstante, ‘Homeland’ hace unos cuantos guiños a ‘Hatufim’ y a la realidad israelí. Ahí figuran, por ejemplo, la escena del ciervo que invade el jardín de los Brody o cuando éste, a su llegada a Estados Unidos, le pide a su mujer que le deje conducir el coche desde el aeropuerto hasta su hogar, una escena aparentemente irrelevante pero que recrea la solicitud real que un prisionero de guerra israelí hizó a su esposa nada más ser liberado en la guerra del Líbano en los años 80.