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IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO
La relación entre la Comunidad Judía formalmente establecida en México desde hace alrededor de un siglo, y los grupos que se han identificado como descendientes de los judíos forzados a convertirse al Catolicismo no ha sido fácil. El problema puede resumirse de manera simple: los rabinatos herederos de la experiencia judía europea o mediterránea (ashkenazim o sefardim por igual) no han aceptado reconocer la identidad judía (entiéndase en términos halájicos, que son los que le importan a un rabinato) de estos que se presentan como Benei Anusim; por su parte, estos últimos han tenido que lidiar con una mezcla de frustración e incluso molestia por esta postura que ellos perciben como intransigente.

Un connato de cambio en esta situación se dio cuando el Rabino Samuel Lehrer (Z’L”) organizó y dirigió el proceso de conversión de un amplio grupo de familias veracruzanas de origen judío que integraron la Comunidad Bet Shmuel. Naturalmente, el que fuera un proceso hecho por un rabino del Movimiento Conservador no ayudó a que los rabinatos ortodoxos cambiaran su postura. Sin embargo, es un hecho que los acercamientos empezaron a facilitarse desde entonces, y muchas personas que se identifican como descendientes de Judeo-Conversos han completado sus procesos de conversión tanto en medios ortodoxos como conservadores, lo que evidencia que ciertos sectores del liderazgo espiritual del Yishuv local empieza a interesarse en el tema.

Empecemos a poner en orden algunas ideas obligadas después de todo lo mencionado en los artículos anteriores. Y comencemos por cuál sería la postura óptima de los Rabinatos de todas las comunidades judías de México.

Lo primero que tienen que entender es que, por los diversos factores ya explicados, la experiencia de los Benei Anusim en México fue especial, casi podría decirse que única. Si se analiza el fenómeno en otros lugares de América, la conclusión es simple: los Benei Anusim terminaron por asimilarse a su entorno y desaparecieron hace unos 200 años. Pero en este país eso no sucedió: diversos factores se conjugaron para garantizar la sobrevivencia de muchos grupos que siguen manteniendo una fuerte identidad judía.

Otro punto que los Rabinatos tienen que entender es que la experiencia de estas familias de origen judío no se puede juzgar espiritualmente bajo los parámetros de la experiencia judía en Europa o el Mediterráneo. Son experiencias distintas, y por ello los resultados han sido distintos. Ello obliga a los Rabinatos a asumir una apertura especial, y al respecto el Rabino Eliyahu -en su papel de Gran Rabino Sefaradí de Israel- fue muy explícito al decir que a estos descendientes de Judeo-Conversos se les debía tratar con especial consideración, porque de uno u otro modo son parte de Israel.

Ya sabemos que la conversión al Judaísmo no es cualquier cosa, e incluso la postura tradicional es que al que desea convertirse se le trata con cierta rudeza, con el único objetivo de que considere y sopese bien lo que implica esta decisión, porque no se trata sólo de cambiar de credo, sino de integrarse a un pueblo y cultura diferente. Sin embargo, en el caso de los descendientes de los Judeo-Conversos se debe tener una actitud diferente, porque muchos de ellos han mantenido por propia vocación -y durante un lapso de tiempo nada desdeñable: cinco siglos- su vínculo con la identidad judía. De hecho, en ese nivel psicológico no se le puede ver como una “conversión”, porque ellos mismos se asumen como parte de Israel.

Lo lógico sería que los Rabinatos establecieran criterios claros e instancias fijas para que este asunto se pueda atender debidamente, toda vez que implica ciertos riesgos que más adelante explicaré. Por el momento, paso a mencionar las cosas que deben tener en cuenta los otros interesados en el asunto, los descendientes de Judeo-Conversos.

El primer punto que deben tener claro es que su “identidad judía” puede ser muy clara e incuestionable como fenómeno cultural, espiritual e incluso psicológico, pero eso no necesariamente significa que lo sea en el nivel halájico o religioso. En términos simples, la gran mayoría de los que hoy se identifican como descendientes de Judeo-Conversos no tienen modo de demostrar que SON JUDÍOS. Pueden demostrar que son DESCENDIENTES DE JUDÍOS, pero debe entenderse que ambos conceptos no son sinónimos desde ningún punto de vista.

En consecuencia, en la mayoría de los casos aplica la instrucción dada por el Rab Eliyahu: se les debe tratar con una consideración especial, pero se les debe aplicar el mismo proceso de conversión que se le aplica a cualquier gentil, si bien es un hecho que la gran diferencia práctica será que un descendiente de Judeo-Conversos que se sienta plenamente identificado como judío no va a pasar el mismo proceso psicológico o espiritual que un gentil que opta por la conversión. En realidad, podemos decir que el descendiente de Judeo-Conversos ya está de este lado, y su conversión es más bien la regularización de su condición halájica.

Esto implica que los descendientes de Judeo-Conversos que deseen reintegrarse en forma al Judaísmo como religión deben entender, y no sorprenderse, que su status halájico es el de no judíos. Cierto: tienen un vínculo real -algunos más fuerte que otros- con el Judaísmo, pero eso no los hace halájicamente judíos, y menos aún obliga a ningún rabinato a relajar las exigencias halájicas.

De todo esto se deriva un problema eminentemente práctico: si de todos modos la persona no tiene el status halájico de “judío” y requiere de una conversión en forma, ¿tiene sentido toda la discusión sobre judíos forzados, persecuciones inquisitoriales y descendientes que siguen conservando ciertas prácticas judías en secreto? Y la realidad es que sí, lo tiene. Ya mencionamos que la parte compleja de una conversión al Judaísmo es que la persona tiene que reconstruir su identidad desde lo más esencial para poder incorporarse a un grupo que no sólo se caracteriza por su religión, sino por todo lo que implica su cultura (por si fuera poco, una de las culturas más ricas y vastas en la historia). Por decirlo de modo coloquial, se trata de cambiar de tribu, y eso tiene implicaciones psicológicas y emocionales muy fuertes.

Pero la situación con un descendiente de Judeo-Conversos puede ser diferente: si viene de un entorno en el que se conservó el sentido de identidad y pertenencia al pueblo judío, todo este proceso psicológico que implica la conversión desaparece o, por lo menos, se atenúa.

Cada caso es único, y por ello lo importante es esto: debería existir una instancia bien establecida y con criterios claramente definidos, debidamente avalada y supervisada por los rabinatos, para abordar, asesorar y conducir los casos de aquellos que saben (o suponen, que también se vale) que son descendientes de judíos forzados a la conversión, y que quieren recuperar su contacto pleno con el Judaísmo.

Lo primero que se tiene que hacer es ayudar a estas personas a que sepan qué es lo que realmente desean, porque ni siquiera en eso se puede generalizar. Habrá quien sólo desee construir un canal de comunicación con el Judaísmo en forma, con el único fin de reforzar una experiencia sentimental y psicológica, pero sin ninguna intención de convertirse a la religión judía. Es una opción perfectamente válida, e incluso benéfica porque puede fortalecer las relaciones de la Comunidad Judía con el entorno nacional.

En el otro extremo, habrá quien desee recuperar el Judaísmo de manera total, comenzando por el aspecto religioso. En ese sentido, se le debe llevar en un proceso adecuado de conversión, que debe incluir algo que por razones obvias no se le ofrece a los conversos que no tienen vínculos con el Judaísmo: una interpretación clara y objetiva de todo lo que ha significado la experiencia de los Benei Anusim. Datos históricos, dictámenes rabínicos, conceptos halájicos, ejemplos de otros casos en otros lugares del mundo. Es lógico: tan importante y básico como es para los judíos de hoy tener una idea clara de lo que representó la Shoá como tragedia, lo es para los descendientes de los Benei Anusim entender lo que representó ese oscuro período de la historia judía.

Finalmente, en todo momento se debe tener una supervisión especial porque existe un riesgo colateral en todo esto: el riesgo de los misioneros, especialmente de los movimientos Mesiánico y Nazareno. Muchos de ellos siguen una estrategia rudimentaria, pero que les ha resultado en algunas ocasiones: fingir un acercamiento e incluso una conversión al Judaísmo, para que una vez integrados a una comunidad, empiecen con los típicos comentarios estilo “bueno, Yehoshúa fue un judío cien por ciento, y cualquier judío puede estar de acuerdo con sus enseñanzas…”.

El mejor ejemplo lo dio en los años 80’s el pastor protestante Clint van Nest, que fingió una conversión al Judaísmo Ortodoxo y se estableció en Israel. Allí fundó con sus seguidores la primera comunidad del moderno movimiento Nazareno, y toda su estrategia fue con el hipócrita objetivo de poder decir que el movimiento Nazareno había surgido del Judaísmo y no del Cristianismo.

Por ello, como parte de la instrucción de los descendientes de los Benei Anusim, los rabinatos deben dejar bien claras dos cosas: la primera es que Yehoshúa de Nazaret no cabe en ningún lugar donde se pretenda hacer las cosas según el Judaísmo. Sonará fuerte, pero la realidad es que eso implica que los rabinos estén bien preparados para dejar en claro que una verdadera reintegración al Judaísmo significa romper de manera definitiva cualquier vínculo con cualquier tipo de creencia en Yehoshúa, y que eso no está en discusión. Incluso, se le debe mostrar a los descendientes de conversos que, precisamente, toda la parte trágica de su historia es porque sus ancestros fueron obligados a creer en ese Yehoshúa.

En el otro extremo, si la persona está convencida y decidida a seguir creyendo en Yehoshúa, se le debe explicar que desde el punto de vista judío, sigue y seguirá siendo cristiano, y que no hay nada de malo en ello. Cualquier cristiano que tenga algún origen judío tiene todo el derecho de conocer más del Judaísmo, e incluso de coexistir amablemente con el pueblo judío. Ese no es el problema. El lío es cuando se empieza a querer revolver una religión con la otra.

El punto es simple: si se quiere creer en Yehoshúa, no es posible la integración religiosa y espiritual al Judaísmo. Si se desea la integración religiosa y espiritual al Judaísmo, no es posible creer en Yehoshúa. Mientras las cosas se digan y hagan claras y sin secretos, los resultados serán los mejores posibles.

Con esto, casi hemos terminado nuestra primera tanda de disertaciones sobre este complejo tema. En la próxima y última nota de esta primera seria (ya vendrán más), vamos a abordar el tema acaso más incómodo de todos: ¿quién puede considerarse a sí mismo como un Ben Anusim, o un descendiente de Judeo-Conversos? Lamentablemente, hoy en día cirucla demasiada información falaz que genera falsas expectativas. Y, hay que decirlo, circula mucho en los grupos que se han dedicado a usurpar la identidad judía.

Hasta la próxima.