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EZRA SHABOT

La oposición en un régimen democrático tiene la función principal de servir de contrapeso a las acciones del gobierno en turno, al mismo tiempo que intenta obtener ganancias significativas de los errores cometidos por éste. La oposición institucional es aquella capaz de colaborar con las autoridades elegidas, bajo el principio de poder obtener una ganancia política compartida sobre las acciones que se ejecuten en conjunto. Lo deseable en términos de expectativa opositora, es tener a un gobierno inepto que vaya acumulando puntos negativos para ser utilizado en los comicios siguientes, eso si todavía queda país que pueda tener arreglo.

Colaborar u bloquear, esa es la disyuntiva de toda oposición cuya máxima aspiración es convertirse en gobierno en la siguiente oportunidad. En esta lógica, el PRI jugó sus cartas durante la administración Calderón de manera tal que le permitiese a éste funcionar como gobierno dominado por la inercia, pero imposibilitado para realizar los cambios de fondo que el país requería. Según esta forma de pensar del PRI, haberle permitido a los panistas llevar a cabo transformaciones importantes les hubiese garantizado a los blanquiazules el triunfo en la elección del 2012.

Para la izquierda en el PRD, la línea de confrontación permanente impuesta por López Obrador los convirtió en la oposición a todo, sin interlocución con los factores reales de poder. Al final del camino esta estrategia los condujo al ostracismo del cual decidieron salir únicamente a partir de la ruptura con AMLO al inicio de este sexenio. Así, mientras el PRD de Nueva Izquierda decidió reintegrarse a la vida política de la negociación, convirtiéndose en oposición conciliadora e incluyente para diferenciarse de “Morena”, los panistas de Gustavo Madero llegaron a la misma conclusión pero por otras razones.

El PAN de Madero está convencido que para volver a la presidencia de la república debe ser parte de los éxitos políticos producto de las reformas consensuadas entre los partidos. Jugar a la estrategia bloqueadora del PRI con Calderón, sólo los alejaría del centro de atención política y los pondría en la marginalidad donde se encuentra la izquierda de AMLO. Más allá de los fallidos intentos de los calderonistas por hacerse ver como una oposición combatiente, queriendo cobrar facturas atrasadas al PRI de Peña, Acción Nacional se la está jugando con la apuesta de las grandes reformas a las que pretende etiquetar como propias, aunque no las haya conseguido durante sus doce años de gobierno.

El problema para los panistas y perredistas hoy es encontrar la fórmula para capitalizar en su beneficio los resultados de las reformas aprobadas, para que el gobierno no se quede con toda la ganancia política, y al mismo tiempo cuestionar los resultados de la administración de Peña Nieto en su calidad de oposición dispuesta a disputarle al PRI las elecciones venideras. Se trata de un acertijo muy difícil de resolver, en la medida en que la aplanadora peñista va alcanzando en un semestre, los objetivos no obtenidos durante doce años de gobiernos panistas.

Un precedente en la historia lo podríamos encontrar durante el salinismo en el año de 1991, cuando después del desmoronamiento del sistema producto del fraude electoral del 89, Salinas fue capaz de cooptar a buena parte de la ciudadanía y en tres años revertir el bajo nivel de aceptación obtenido como consecuencia del surgimiento del Frente Democrático Nacional con Cárdenas a la cabeza, y arrasar en las elecciones de ese año. Hoy las condiciones son diferentes, pero el riesgo de que la oposición llegue enormemente debilitada a la elección intermedia del 2015 es enorme si esta tendencia a fortalecer la figura presidencial sin una oposición militante se mantiene por más tiempo.

Es este el dilema de aquellos dispuestos a apostar por los grandes acuerdos nacionales, mientras aspiran a tomar el poder en el próximo proceso electoral. Difícil decisión.