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MOISÉS NAÍM

La buena noticia es que la economía estadounidense está en recuperación. La mala es que, una vez superada la crisis, las ganas de hacer los cambios necesarios para que Estados Unidos tenga una situación fiscal más estable se han evaporado. Los desequilibrios entre los ingresos y gastos del Gobierno de EE UU seguirán siendo problemáticos mientras no se adopten reformas que aumenten la tasa de ahorro, disminuyan los costes del sistema de salud y reduzcan la desigualdad en los ingresos.

Un factor importante y poco mencionado en el debate estadounidense sobre su precariedad fiscal es que tanto las familias como el sector público ahorran muy poco. Y que esto contribuye a la debilidad de las cuentas fiscales. En 2011, el ahorro nacional neto de EE UU, como porcentaje del tamaño total de su economía, fue de menos 0,7%. Para poner esto en perspectiva: en Alemania la tasa equivalente fue de 6,1%; en Japón, del 6,6%, y un sorprendente 40,6 %, en China. En EE UU, durante los años previos a la crisis financiera, el crecimiento económico y del empleo así como el crédito barato y abundante estimularon mucho el consumo de las familias.

Pero esta no es la única causa de la muy baja tasa de ahorro del país. El Gobierno no solo recauda menos impuestos que otros países desarrollados, sino que su sistema fiscal enfatiza más los impuestos sobre la renta que sobre el consumo. Esto estimula aún más el consumo, inhibe el ahorro y reduce una importante fuente de ingresos que podría tener el Estado.

Pero además, Estados Unidos también debería contener las gigantescas transferencias de fondos originados en los impuestos que pagan los más jóvenes, que se gastan primordialmente en la población de mayor edad. Estas transferencias se dan a pesar de que los mayores son comparativamente más ricos y gastan más que los jóvenes, especialmente en su salud. Este gran gasto a su vez se debe a que EE UU tiene el sistema de salud más caro del mundo y uno de los menos eficientes entre los países desarrollados.

La salud consume un monto equivalente al 18% al tamaño de la economía, lo cual es un 80% más que el promedio de lo que gastan en salud las democracias más prosperas del planeta. Pero a pesar de este inmenso gasto, los resultados en EE UU son mucho peores que los de otros países comparables. Aunque los ingresos por persona de los estadounidenses son un 40% mayores que el promedio de los países ricos miembros de la OCDE, EE UU está por debajo en cuanto a esperanza de vida, mortalidad infantil, y en los demás indicadores que miden la calidad del sistema de salud. La inequidad en el acceso a la salud es solo una manifestación más de una amplia gama de desigualdades socioeconómicas que se han venido acumulando en el país.

EE UU tiene la mayor desigualdad económica entre todos los países avanzados y sus índices son casi tan malos como los de México, Turquía o Chile, países aquejados por una legendaria inequidad. En 2012, el 1% más rico de EE UU captó el 20% del total de los ingresos del país, un récord que no se daba desde 1929.

Si EE UU hiciera reforma en los impuestos y su gasto social que colocaran al país a medio camino de lo que es la norma en las democracias avanzadas, el 10 % de la población con mayores ingresos tendría que pagar un 9% más de impuestos. Sin embargo, si esos ingresos adicionales se transfiriesen al 10% de la población que menos gana, la renta anual de los más pobres aumentaría en 36% y millones de ellos pasarían a formar parte de la clase media. Aun después de estos cambios, los ingresos del 10% más rico todavía serían diez veces mayores que los ingresos del 10% más pobre.

Esto es aún más dramático si se aplica al 1% más rico, un grupo cuyos ingresos son 260 veces más altos que los del 10% con menores ingresos. Así, aumentar tan solo un 4% los impuestos sobre la renta del 1% que más gana generaría fondos que permitirían aumentar en un 50% los ingresos del 10% de la población más pobre.

Es obvio que aumentar impuestos a quienes más ganan y tienen y repartir esos recursos entre quienes menos ganan siempre funciona mejor en la teoría que en la practica. Estas políticas redistributivas pueden tener efectos indirectos muy nocivos. En todo caso, estos datos solo pretenden ofrecer una perspectiva distinta sobre los problemas fiscales de EE UU.

Una perspectiva cuyo mensaje central es que, dado el actual clima político en Washington, las reformas económicas más necesarias también son las menos probables.

Fuente:elpais.com