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ANDRÉS ROEMER

El año pasado, Salomón Chertorivski, entonces secretario de Salud del gobierno federal, apuntó hacia una latente paradoja. Luego de que la expectativa de vida estuviera subiendo constantemente durante la historia de la humanidad, podríamos enfrentar las primeras generaciones cuya esperanza de vida sea menor que la de sus padres.

¡¿Qué?! ¿Cómo es posible que luego de todos los avances o el “progreso” de la humanidad lleguemos a morir más rápido que nuestros padres? No checa con el sentido común; es como si el progreso alcanzado se desvaneciera lentamente.

Existen muchos factores que determinan o explican la esperanza de vida de una sociedad como la riqueza de un país, su grado de desarrollo, la calidad y existencia de red de sistema sanitario, los avances científicos, médicos y tecnológicos y el acceso a salud y educación, entre otros.

La alimentación y los hábitos de vida también afectan a la longevidad de una persona. Un niño que se alimenta pobremente, probablemente no practique deportes y el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares en el futuro inevitablemente aumenta (por los dos, por no hacer ejercicio y por una mala dieta). El estrés que vive una persona de alto rango o la falta de sueño puede llevar, también, a una muerte inesperada. Tal se presume que fue el caso de Ranjan Das, CEO de SAP, quien a pesar de ser activo en el deporte, sufrió un ataque cardíaco que lo mató a los 42 años.

En general, son tantos los factores que afectan la salud que muchos investigadores se han dado a la tarea de encontrarlos, aunque en realidad los verdaderos factores siguen en muchos casos ocultos. En 1986, Markides y Coreil compararon algunos indicadores de salud (entre ellos esperanza de vida) de la población de migrantes del suroeste de Estados Unidos con la población estadunidense. Los resultados arrojaron que los migrantes hispanos gozaban más o menos del mismo estatus de salud que los estadunidenses blancos, y mucho mejor salud que afroamericanos de la misma región.

Lo sorpréndete del caso es que los hispanos en general gozan de peores condiciones económicas y sociales que los blancos. En general no tienen acceso al sistema de salud, su dieta está más restringida (por su limitado ingreso) y están expuestos a más riesgos sanitarios. Las condiciones de los hispanos se parecen más a las de los afroamericanos que a las de los blancos en EU. Entonces ¿por qué los hispanos viven más con relativamente peores condiciones? Los autores del estudio le llamaron a esto una “paradoja epidemiológica” y se ha rebautizado como la “paradoja de los hispanos”.

Ya varios investigadores se han dado a la tarea de explicar el motivo de este hecho y en verdad las razones siguen siendo más desconocidas que conocidas. Algunos apuntan a que hay cierta selección en las personas que deciden migrar hacia EU; esto es que las personas que deciden encauzarse en el largo camino y cruzar la frontera son, de hecho, las más saludables. Por lo tanto, no es que haya una paradoja, sino simplemente que los migrantes ya eran más saludables que el promedio al momento de migrar, lo que se refleja en las estadísticas como una esperanza de vida tan alta que supera aquella de los estadounidenses blancos.

Otros apuntan a que en los datos hay una especie de aire que los infla en favor de los migrantes hispanos. Se le conoce como la hipótesis del “sesgo del salmón”. Ésta infiere que como el salmón que migra y luego regresa, los hispanos, luego de migrar, regresan a su país de origen para morir (al menos en el caso de los hispanos) en su tierra. Por esta razón, no aparecen en las estadísticas y las inflan hacia arriba. Se toma en cuenta a migrantes vivos, que nunca mueren (porque regresan a su país), al menos para las estadísticas.

Hay otras hipótesis que tiene que ver con lo estrecho de los lazos familiares, la cultura de medicina popular entre los migrantes, las redes sociales formadas en los barrios de hispanos. Otro estudio (Blue y Fenelon) apunta a que la respuesta de la parodia se encuentra en el vicio: los cigarros. Ellos encontraron que, en general, los migrantes no fumaban tanto como los estadounidenses (en parte quizá a la falta de recursos para comprar cigarros) y que estos últimos eran más propensos a morir que alguien que no fumaba. Pero, aún así, ¿no podría este efecto del cigarro compensarse por todas las condiciones que los hispanos no gozaban (ingresos bajos, restringido acceso a la salud, etcétera)?

Otros tantos apuntan a que es en realidad imposible conocer la respuesta por ahora puesto que los datos son muy imprecisos. Después de todo, no hay un guardia en la frontera que guarde un control de cuántos inmigrantes indocumentados entran y salen y usualmente tampoco los pesan o les miden su presión arterial. Además, muchos datos de salud en las encuestas son auto reportados y podrían también estar sesgados.

Más interesante resulta que parece ser que los migrantes tienen tasas de mortalidad menores que los hijos de estos. Es decir, que los hispanos de primera generación son más saludables que los de segunda generación.

En fin, paradojas como esta hay muchas, no sólo en salud pública sino en todas las disciplinas y, en realidad, sí resultan muy desconcertantes, pero no vale la pena desmotivarse; sólo son misterios sin resolver, por ahora.

Fuente: La Crónica