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VICKY JERADE PARA ENLACE JUDÍO

No puedo empezar a escribir siquiera. Olvidé poner un vaso de agua cerca de mi computadora y tendré que pararme a traerlo. Ustedes pensarán que no es tan grave: cualquiera necesita y debe beber agua, pero no en las cantidades estratosféricas y en lapsos de tiempo tan cortos, porque a algún doctor se le haya ocurrido extraerles las glándulas salivales.

Esta operación de la que fui “objeto”, sólo se realiza en caso de encontrar cáncer en esa área  y lo que me sucedió fue muy distinto. Mis glándulas se obstruyeron por calcificación, empezaron a crecer como dos bolas que parecían paperas hasta un tamaño exagerado pero, aprovechando mi desesperación y mi incapacidad de tragar, en vez de destaparlas con procedimientos tipo láser y quitar las piedras, los médicos optaron por una cirugía a todas luces innecesaria. “Con un buen trago de saliva artificial que bebas diariamente, no tendrás problema”. Ésa fue la respuesta médica y todavía sigo buscando la saliva artificial. La que encontré con muchos trabajos, porque obviamente el doctor se desentendió, tiene el sabor y la consistencia de un pegamento.

En fin, después de varios años de ser una de las mujeres más sedientas del planeta, mi dentadura está prácticamente en vías de destrucción y el dentista procura  reconstruirla e ir contra reloj. Esto sucede por la falta de salivación que protege a los dientes de infecciones. Generalmente tengo aftas y ulceraciones en la lengua, a veces siento que este órgano, de tan lastimado, está a punto de desprenderse de mi boca.

Mi digestión es muy mala porque la saliva es necesaria para realizarla en forma adecuada. Y si además le sumamos las adherencias en el intestino, producto de otras cirugías… (ya sé, estoy frita).

El riesgo de un ataque cardiaco ha aumentado, así como la sequedad generalizada en ojos, oídos, etc. Pero,  ¿para qué quejarme si soy una mujer sana y llevo una vida normal? Le doy gracias a Dios y en especial doy gracias al Médico Eminente que me dejó seca, pero al menos tuvo la cortesía de no matarme.

¡Porque una se entera de cada cosa!

Una amiga mía estaba “urgida” de operarse de la columna vertebral. Por suerte, sus trámites se tardaron y, mientras ponía todos sus papeles en orden, le detectaron una infección del riñón terrible, la que le provocaba los más terribles dolores de espalda. Después de un tratamiento con antibiótico, los dolores de espalda desaparecieron “por arte de magia”. Así que la operación la pospondrá por tiempo indefinido ya que, de la columna, se ha curado milagrosamente.

Tengo una tía a quien realizaron una cirugía para extraer  pólipos de las cuerdas vocales y la dejaron… ¡sin cuerdas vocales! Tiene problemas para expresarse, a pesar de las terapias de lenguaje que por supuesto, no pagó el médico que generó su situación.

Sé de una joven con discapacidad visual. Me platicaba que de niña, podía distinguir luces y ciertos colores, aunque no con mucha claridad. El médico que la operó y aseguraba una mejoría importante: “le hizo el favor” de dejar su capacidad visual en negro. Ella sigue extrañando su visión; aunque muy limitada, le pertenecía.

¿Cuántas cesáreas programadas, como si las mujeres fuéramos máquinas computarizadas?

Acaba de fallecer, hace unos meses, un joven con una afección dolorosísima: cáncer

En el hueso de la cadera. Los médicos optaron por intervenir. A las dos semanas de la cirugía “descubrieron” que el mal había invadido su cuerpo y que moriría en cuestión de horas. “Extrañamente” no se enteraron de su exacta situación antes de realizar la cirugía. No le dieron oportunidad de vivir sus últimos días en la tranquilidad de su hogar rodeado de sus seres queridos, pero para ellos eso no tenía importancia. Ya se habían cobrado la cirugía además del sufrimiento del paciente. Ojalá éste lo lleven a cuestas el resto de su vida.

Las historias hospitalarias se convierten en material para cuentos de terror. Deberíamos  ser más cuidadosos, ya sea en centros del sistema de salud como en  hospitales privados. Una operación innecesaria o mal practicada, es un referente que el cirujano olvida con facilidad, mientras que los que las hemos sufrido en carne propia, tendremos que vivir con ellas “hasta que la muerte nos separe”.

A veces percibimos a los médicos como si fueran dioses y acatamos su opinión como  única. No dudo que hay doctores muy valiosos y por supuesto que entre ellos menciono al querido Dr. José Halabe, pero muchos de ellos ven en su profesión un negocio como cualquier otro y se dedican a traficar con lo más valioso que tenemos: nuestra salud.

Antes de una cirugía reflexiona, infórmate, pregunta distintas opiniones y ruégale a tu médico que haga todo lo posible por evitarla. Pide de buena manera y por favor:

¡Doctor, no me operes!