Nelly Wolf es sobreviviente del Holocausto; debe su supervivencia a un gran hombre: el cónsul mexicano Gilberto Bosques.

ÉSTE ES SU TESTIMONIO

“En casa, el nombre de Don Gilberto era mencionado con reverencia, con profundo agradecimiento, a pesar de que los niños nunca lo habíamos visto en persona. Todos sabíamos que era a él a quien le debíamos encontrarnos en México ¡y vivos!

Como para la mayoría de las familias judías de Austria, todas las persecuciones y agresiones comenzaron en serio con el Anschluss, tras el cual todo mundo se sintió libre de darle rienda suelta no sólo a sus odios más recónditos, sino también a su codicia por apoderarse de los bienes ajenos. Bajo estas condiciones, tuvimos que abandonar el pequeño pueblo en el vivíamos como única familia judía, sin que anteriormente nadie se preocupara por perseguirnos ni agredirnos, todo lo contrario, mi padre era el dueño de la única tienda del pueblo, donde todos acudían a hacer sus compras.

Al ser despojados de la tienda, tuvimos que irnos a Viena – éramos seis: los padres y cuatro hijos, el último apenas un año de edad. En Viena nos alojaron en lo que según mis recuerdos era una habitación donde vivíamos todos – yo sólo tenía 7 años. Cuando me inscribieron en la escuela, recuerdo una ocasión en que al cruzar una calle me lanzaron piedras y yo me caí y quedé muy asustada.

Desde Viena, un grupo de miembros de la familia organizó un intento de pasar ilegalmente a Francia, ya que corría el rumor de que había un puesto aduanal en no se que ciudad donde los policías eran “amables”. La experiencia fue todo lo contrario, ya que al llegar a la garita de la frontera, los dos hombres adultos que iban en la comitiva de unos 10, entre ancianos y niños como yo, fueron atendidos inicialmente con amabilidad, para que mostraran sus papeles y una vez hecho esto, les fueron confiscados con el mandato perentorio de que si se volvían a presentar en cualquier punto de su país, serían entregados inmediatamente a la policía nazi.

Finalmente, la OSE, que estaba sacando de Austria a todos los niños que podía, nos llevó a mi hermano Herbert, de 10 años y a mi, de 7, a Francia, donde en uno de los castillos de los Rotschild, muy cerca de París, tanto así que actualmente está prácticamente conurbado con esa capital, se había dispuesto todo para recibir a unos 300 niños. Ahí pasamos varios meses; hacíamos pruebas para aprender a ponernos rápidamente los zapatos y el abrigo y correr hasta las trincheras que los mayorcitos habían cavado, en previsión de los posibles ataques aéreos que se esperaban.

Cuando ya el ejército alemán iba avanzando a paso acelerado en su invasión de Francia, fuimos llevados más al sur, hasta un departamento llamado la Creuse, a un castillo más grande, el castillo de Masgellier, donde pasamos dos años. Era casi la república de los niños, ya que había muy poco personal y nosotros teníamos que hacer de todo, eso si todos con mucho entusiasmo, ya que lo que más se apreciaba era la colaboración y la buena voluntad demostrada por cada uno. Dentro de todo, fueron años felices, ya que no teníamos mucho – ayudábamos a cultivar lo necesario – pero nos ayudaron a convivir y a respetar a nuestros compañeros.

Entre tanto, los adultos, que era un grupo de austriacos, había llegado ilegalmente, claro está, a París habían sido separados las mujeres de los hombres, para enviar a estos últimos a un campo de concentración en Saint Malo, que nunca supe por qué motivo era dirigido por ingleses. Estos últimos, ante el acelerado avance de las tropas nazis, decidieron regresar a su país, dejando abandonado cuanto había en el campo. Los ex prisioneros rápidamente tomaron los camiones que habían dejado, cargando en ello todo lo que pudieron, e iniciaron su viaje hacia el sur porque habían oído que las mujeres habían huido en esa dirección. A pesar de las persecuciones, incluso de ataques de los Stukas alemanes, lograron llegar a Montauban, donde se encontraban ellas.

Una vez reunidos, comenzaron a buscar la manera de salir de Francia, ya que aunque estaban detrás de la línea Maginot, los nazis seguían con sus persecuciones y sólo era cuestión de tiempo que fueran atrapados. Oyeron que en Marsella estaba el cónsul de un país lejano, que nadie podía siquiera imaginarse, que estaba dando visas para trasladarse a México. Sabían que había colas para poder llegar a verlo, pero pasaron semanas en ese puerto hasta que fueron recibidos, para que cada familia hiciera su petición. La nuestra ya contaba con cinco hijos en ese momento, lo que hacía más difícil su aceptación, pero lograron ablandar el corazón, conocido por lo tierno de Don Gilberto Bosques para que otorgara las visas necesarias para llegar a México, que tanto hemos llegado a apreciar y donde hemos madurado y reproducido.

Mientras todos los hijos vivíamos en casa, y se llegaba a hablar del pasado, lo primero que venía a la mente de cada uno era el nombre de Don Gilberto: se le reconocía no sólo habernos salvado la vida, sino que gracias a él pudimos quedar todos juntos otra vez, sin tener que separarnos por diferentes continentes.

Todos nuestros descendientes, que son muchos, también reconocen y respetan su nombre como el salvador de la familia y de su propia existencia”.