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ANDRÉS ROEMER

Cuando sale el sol, usted seguramente se levanta, se baña, desayuna si le da tiempo y sale a trabajar. Supongamos que usted tiene auto. Cada vez que sale de su casa se enfrenta con una decisión ¿irse en auto o irse en transporte público? Usted piensa en los factores que intervienen en su decisión, aunque quizá no lo haga muy conscientemente. ¿Prefiero irme en coche más cómodo y más caro o en transporte público más incómodo pero más barato? ¿Tendré estacionamiento? ¿Habrá lugar en la calle? ¿Me estacionaré en un lugar prohibido? ¿Cuál es el riesgo de que me pongan multa o se lleve la grúa mi coche? ¿Estoy dispuesto a pagar al “viene viene” o al parquímetro? ¿Hay riesgo de que me roben el coche?

Nos hacemos todas estas preguntas porque queremos tomar la mejor decisión y vivimos en una sociedad con reglas. Es decir, si queremos ir en coche al trabajo o a la escuela, debemos considerar el costo de la gasolina, el lugar de estacionamiento y los riesgos de irse coche (ir tarde y pasarse un alto, tener un accidente o estar dispuesto a pagar estacionamiento). Es decir, tomamos decisiones con respecto a lo que tenemos, a nuestras preferencias y al marco de reglas en que vivamos (y en particular, a las leyes).

Antes de 1961, el derecho y la economía eran concebidas como dos disciplinas completamente separadas. El derecho estudiaba las leyes, su interpretación y su filosofía, y la economía las decisiones individuales y la política macroeconómica. En ese año, Ronald Coase escribió un artículo en el que relacionaba ambas disciplinas de una manera que no se podían concebir separadas otra vez. A partir de entonces, nació el derecho y economía, una disciplina (o subdisciplina) que analiza las leyes desde una perspectiva económica. El derecho no podía desligarse de cómo toman decisiones la gente, y la economía no podía negar que los agentes tomaban decisiones de acuerdo a su marco institucional.

Así fue como se entendió que hacer una ley que prohíba comprar armas, no ocasionará necesariamente que de hecho se dejen de comprar armas (y ahí tenemos los mercados negros). Ahora imagine que se hace una ley que prohíbe que los hombres y las mujeres se coqueteen, está prohibido. Una ley así es completamente insensata. Los hombres y las mujeres estamos diseñados para coquetearnos. Así evolucionamos, prohibirlo no tiene sentido.

Así como la economía y el derecho reconocieron el papel que juagaba cada una de ellas en la toma de decisiones, es hora de hacer otra liga de disciplinas. Ha faltado un factor fundamental en las ciencias que estudian la toma de decisiones: nuestro cuerpo. Las ciencias naturales ya no pueden estar desligadas de las ciencias sociales. Así como sería insensato no considerar mercados negros al hacer legislación de prohibición, también sería necio no considerar que los hombres y mujeres están biológicamente programados para coquetearse.

Ya hemos avanzado. Hoy la neurociencia, la biología, la genética y la psicología evolutiva han empapado a otras disciplinas y hoy tenemos neuroeconomía, neuroderecho y economía del comportamiento, que intentan completar ese puente al que le falta todavía mucho trabajo.

El punto es que no podemos seguir considerando que somos una tabla rasa, como dice Steven Pinker. No somos una hoja en blanco en la que se escribe desde el momento en que nacemos. Nuestra hoja ya está parcialmente escrita y, aunque no es definitiva, tiene una fuerte influencia en nosotros. Tenemos ciertos genes que hacen que seamos más proclives a hacer unas cosas que otras. Tenemos un cerebro que evolucionó de determinada manera, que busca comer, que busca reproducirse, que busca estatus y reconocimiento, que necesita sentirse seguro. Y sí, también tenemos cierto ambiente y cierta cultura que modifica nuestros genes (véase epigenética) y nuestra personalidad.

Se ha negado el papel que tienen las fuerzas biológicas en el comportamiento humano. Evidencia de esto es la idea de evolución, que a pesar de ser un hecho que sucede, no es aceptada todavía por algunos sectores. (Pinker lo explica accesible e impecablemente en su libro La Tabla Rasa: Negación Moderna de la Naturaleza Humana.) Debemos aceptar las fuerzas biológicas e incorporarlas lo mejor posible en nuestro análisis de decisión para poder explicar, predecir e intervenir lo mejor posible. Negar fuerzas que están ahí no resulta muy productivo, ¿o sí? Sería como negar la existencia de calles.

Por supuesto que existe el debate, y las cosas todavía no están muy claras, pero ese es uno de los objetivos de la interdisciplina: ampliar y enriquecer la discusión. En el futuro tendremos más y mejores elementos para evaluar y explicar la toma de decisiones y el comportamiento humano, impulsemos ese desarrollo desde hoy.

Fuente: La Crónica