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JULIÁN SCHVINDLERMAN

La universidad organizadora es excelente, el equipo anfitrión resultó ser maravilloso y el programa ofrecido, notable. No había modo de que la experiencia no fuese enriquecedora. Ya desde la cena de recepción -en el hotel Crowne Plaza con vistas al mar Mediterráneo, en una larga mesa compartida por académicos de quince países diferentes- se podía anticipar la promesa de un workshop especial. Como si la Universidad se hubiese propuesto que cada día superase al anterior, nosotros, los invitados al Seminario Anual sobre Israel y el Medio Oriente del Centro Moshe Dayan para los Estudios de África y del Medio Oriente de la Universidad de Tel-Aviv, fuimos sometidos a un programa vertiginoso, intenso, estimulante y apasionante que al final del camino lo deja a uno mejor educado, exhausto y agradecido, con la sensación de que cada minuto fue aprovechado, cada tour fue optimizado y cada encuentro intelectual explotado al máximo.

El programa en su conjunto está muy bien armado, al combinar el tour histórico con conferencias atenientes al lugar visitado. Así, en Jerusalem uno asistirá a charlas sobre el papel de la ciudad santa en la historia islámica y judía, visitará Yad Vashem y escuchará a una conferencia sobre el Holocausto y el Medio Oriente, tendrá una cena sabática con un rabino, almorzará en la aldea árabe cercana de Abu Gosh y dialogará con los locales, irá a la Explanada del Templo (Haram al-Sharif para los musulmanes) donde un guía contará sobre la historia de la mezquita Al-Aqsa y el Domo de la Roca y recorrerá un trayecto de la valla de seguridad acompañado por un representante judío de la municipalidad de la ciudad y de un árabe-israelí que ofrecerán sus divergentes perspectivas.

En Haifa el tema obligado será la coexistencia árabe-judía y uno tendrá la oportunidad de conversar animadamente con, por ejemplo, una joven palestina miembro del equipo nacional israelí de volleyball y saber que su entorno no lo aprueba y ella no canta el himno nacional en los eventos deportivos. En Umm el-Fahm uno escuchará, entre exquisiteces de la cocina árabe, a un referente de la comunidad árabe de Israel contar, entre varias cosas, incluyendo críticas al país, que hasta hoy en día las universidades egipcias no aceptan en sus fueros a los árabes que han aceptado ser ciudadanos en Israel.

En Sderot uno aprenderá que cuenta con apenas quince segundos para refugiarse de un cohete lanzado desde Gaza, verá en la comisaria local una exhibición de cohetes y morteros con anotaciones agresivas en árabe y en hebreo dedicadas a los israelíes por los terroristas palestinos, notará que las plazas tienen refugios antiaéreos camuflados como animales para no impresionar a los niños y hablará con un psicólogo que le contará los traumas severos que padece una población que convive con la amenaza constante de ser atacada repentinamente.

En los Altos del Golán uno ingresará a una trinchera de observación y asistirá a un encuentro con un experto que disertará sobre la relación entre Siria e Israel, luego irá a la frontera con el Líbano donde podrá ver, sin necesidad de binoculares, una aldea libanesa próxima ocupada por los hombres del Hezbollah. Más tarde, en el kibutz Misgav Am, uno se entristecerá al visitar un antiguo jardín de infantes antaño atacado trágicamente por la OLP.

En Tel-Aviv resultará particularmente emocionante ingresar al modesto recinto desde el cual la independencia del estado fue declarada y aprender que las sillas usadas por los asistentes fueron prestadas por los restaurantes de la zona y que el propio micrófono desde el cual David Ben Gurión anunció a un pueblo conmovido que el estado judío acababa de nacer, fue facilitado por el único comerciante que tenía uno en la ciudad ¡y pidió que el nombre de su empresa quedase visible en el mismo! (así fue). El programa se completará con una visita a Yafo y charlas sobre las relaciones interreligiosas en el período otomano, con una visita a la Knesset y un panel con representantes del Likud, Kadima y Hadash, con un viaje a Gush Etzion, pláticas con sus residentes y con sus vecinos palestinos. Y mucho más.

Especialmente fructífero será un vuelo en helicóptero por la zona central del país, de modo de apreciar desde el aire la escasa profundidad estratégica de Israel; y la lección será aprendida aún si la colega copiloto vomitará durante todo el vuelo. Resultará muy interesante escuchar a un joven productor musical israelí relatar cómo ideó en unas pocas horas un clip burlesco sobre Gaddafi basado en un hit musical árabe que se hizo popular en todo el Medio Oriente y le valió felicitaciones del tipo “Bien hecho judío, hoy no recitaré mi cántico diario ´muerte a Israel´ para cantar Zenga-Zenga”. Uno se llevará un recuerdo ameno de aquella cena en el hotel Embajador en Jerusalem Este, otrora usado como cuartel por la OLP, y en el que en este nuevo milenio un judío argentino puede sentarse a compartir chistes con musulmanes de Indonesia, Marruecos y el Kurdistán iraquí. Pero serán las conferencias académicas -sobresalientes, educativas, algunas de ellas quizás provocadoras- lo que lo dejarán a uno con la certeza de una experiencia singular.

Cada año, desde hace siete años, la Universidad de Tel-Aviv convoca a académicos e investigadores de todo el mundo (literalmente: mi grupo reunió en Israel a hombres y mujeres de Turquía, Estados Unidos, Rusia, Austria, Brasil, Suecia, Inglaterra, Escocia, Belorusia, Marruecos, Egipto, China, Indonesia, Grecia, el Kurdistán iraquí y Argentina) y durante doce días los expone a una experiencia intelectual y personal arrolladora. El empeño puesto en la excelencia académica y en la amplitud ideológica y el resultado de un proyecto tan formidable lo llevan a uno a imaginar que el Centro Moshe Dayan terminará involuntariamente creando una plegaria académica secular: ¡ba shaná havaá be Tel-Aviv!