Judios-Judaismo

SALOMÓN LEWY PARA ENLACE JUDÍO

Un buen día Motti, el “rosh haKen” se presentó en el cuarto que ocupábamos 4 muchachos, acompañado de una pareja, Dudi y Shoshana.

Me apartó de mis javerim y me presentó: Este es Shlomo y agregó Shoshana y David son tus padres adoptivos. Ellos te ayudarán a acoplarte a la vida de Israel. Ella me miró con ternura y él me tendió su mano con una sonrisa franca y amable. “Naim meod” (mucho  gusto) alcancé a murmurar.

Ese fue el inicio de una relación de gran afecto. Hoy sigo recordando la sonrisa de Motti que reflejaba un aire de satisfacción por haber logrado la conexión de uno de sus pupilos con los “nativos”.No imaginaba lo que era tener alguien interesado en mi bienestar en un lugar que, a pesar de lo que se me decía  que era mío, lo sentía agresivo, a veces ajeno.

Ninguno de mis padres adoptivos hablaba español.y mi hebreo era casi inexistente. La comunicación tendría que ser en inglés, para empezar. David (Dudi) me dijo que el siguiente viernes vendría por mí para llevarme a su casa a celebrar el advenimiento del Shabbat.

En mi casa paterna, sólo prendíamos dos velas los viernes por la noche., así que la celebración en casa de Dudi y Shoshana era lago diferente y el ambiente era sobrecogedor.

A pesar de su sionismo, la familia Shalev, nacida en Israel, guardaba nuestra tradición.

Paulatinamente, fui dándome cuenta que religión y vida civil irían siempre de la mano.

A mi corta edad, comencé entender que, en realidad, coexistían dos Israel. Una institución como el kibbutz, que por dentro era de amplia fraternidad semi-socialista y otra, la de la ciudad, producto de los esfuerzos individuales, independiente, e incluso agresiva.

De la misma manera, sentí dos sub-mundos: el laico y el religioso, ambos conviviendo bajo un mismo techo.

Lo que no percibí fueron ciertas diferenciaciones dentro del panorama judío que hacemos en mi México nativo: halebis, shamis, idishicos, turcos. En Israel, las diferencias estaban marcadas por el país de origen, pero sólo como referencia, el marocano, el teimaní, el polaco, el yeque., etc. Y, por encima de ello, el gusto de experimentar las costumbres y celebraciones de cada origen, principalmente en la cocina: del guefilte fish a las burekas, del borscht al kebbeh, del Purim a la Mimuna.

Mas había un tema que compartíamos todos, aunque los de origen europeo enfatizábamos más: el Holocausto.

Fresca todavía en la memoria colectiva, la Gran Tragedia. Al resplandor de la medurá, la fogata nocturna de mi kibbutz, hablábamos horas enteras de ello, y la comparación de desventuras nos golpeaba el corazón con violencia.

Una noche decidimos edificar un pequeño monumento de recordación  Se puso a votación y ganamos los que lo propusimos. Existe hasta hoy a la mitad del kibbutz, junto al otro, el que dedicamos a los miembros del kibbutz que cayeron defendiendo nuestro pedacito de tierra.

Como era de esperarse a mi edad, me relacioné con una chica que todavía hoy, después de tantos años, la recuerdo. Se llamaba ( y espero que se llame) Yardena. Fue mi primera “bajurá” (novia). Era hija de inmigrantes de una aldea cercana a  Kiev. Imagínense: una hija de “mujiks” (campesinos) rusos y un hijo de yeques.

Pero no todo era sionismo, trabajo, solidaridad social. También jugábamos fútbol. Nuestro equipito se enfrentó a muchos de los kibbutzim cercanos., de un lado y otro del Kinneret. Nuetros “argentinos” eran las estrellas del equipo, por supuesto.