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Pablito observa al frente, ensimismado. Frente a él se alza un arco apuntado, de piedra, una antigua puerta de una pequeña muralla. Imponente y majestuoso, a su derecha reza en una placa ‘Placeta de la Jueria’. Pablito avanza, lentamente, casi a tientas, deteniéndose cada dos por tres. Sus ojos bailotean al ritmo de su curiosidad, se fijan en cada rincón y en cada pisada de aquella calle estrecha de fachadas blancas y viejas, que se apoya sobre un muro de una piedra que huele a otro tiempo.

El niño es feliz paseándose por aquella estrechez de otra época. Se imagina miles de historias que podrían haber sucedido hace cientos de años. ¡Qué cientos! ¡Miles y miles! Su imaginación se desborda hacia fantasías grandiosas de gestas importantes, caballeros de armadura reluciente y fieros dragones. Pablito, literalmente, alucina. Como lo haría cualquier persona que recorriese la judería de Sagunto, vivo reflejo de la comunidad judía que se asentó en aquellas calles durante los años previos a la expulsión semita de los Reyes Católicos.

La Comunitat Valenciana ofrece un itinerario importante de restos arqueológicos en los que se siente intensamente la presencia de este pueblo hijo de Yavéh, que regresó a la Comunitat antes de la conquista de Jaume I, «como queda demostrado en el repartiment en el que se dan casas de judíos que no quisieron quedarse en Valencia a otros judíos», explica José Hinojosa, autor del libro ‘Judíos y Juderías en el Reino de Valencia’, editado por el Consell Valencià de Cultura.

Tal y como indica Hinojosa, es a partir de ese momento cuando comienza «la época de florecimiento, el siglo de oro de los judíos en tierras valencianas», que se instalaron en las primeras capitales comerciales de la Comunitat y se mantuvieron allí hasta la expulsión.

«Las juderías son el barrio donde viven los judíos situado cerca de los centros de poder, el castillo o el palacio episcopal, edificios que empleaban para refugiarse en caso de peligro. Estaban rodeadas de un muro para protegerse de los ataques y la violencia de los cristianos, que salía a la luz cuando había una crisis, una epidemia de peste o en Semana Santa, festividad en la que los sacerdotes exaltaban a las masas con comentarios que tildaban a los judíos como el pueblo deicida», señala Hinojosa.

El asentamiento judío todavía puede recordarse gracias a los restos de las antiguas aljamas que reposan en algunos pueblos y ciudades de la Comunitat. En la provincia de Castellón, resaltan localidades como Morella, que fue enclave militar y económico en la época de gran esplendor de las juderías. Entre sus callejuelas, esta ciudad castellonense que presume de un casco histórico envidiable conserva restos de la antigua muralla y callejones del antiguo barrio judío.

Desde 1285, en el pueblo de Sant Mateu se manifestó la presencia hebrea. Su judería, una de las más importantes de la provincia, desapareció en 1391 «a causa del furor de las masas cristianas». Hoy en día, y gracias a la restauración de 1992, se ha recuperado la memoria judía en la localidad con el Carreró dels Jueus, «un fragmento de un estrecho vial más largo que llegaba hasta la antigua zuda de Sant Mateu, la parte más antigua de la villa», añade Hinojosa.

Aunque no existen restos de estas juderías en algunas localidades relevantes de la provincia, son de especial mención enclaves como Castellón de la Plana u Onda, dada la importante presencia del pueblo hebreo en ellas durante los años previos a la expulsión judaica.

Es en la provincia de Valencia donde se conservan los mejores complejos hebreos de toda la Comunitat. Según el autor en su libro, «Chelva, capital de la comarca de los Serranos, cuenta con una vieja tradición de la presencia judía, ya que existe un llamado barrio judío, que comprende el barrio del Azogue y el callejón de Camote, con sus portillos, pero sin textos que ratifiquen dicha ubicación en los siglos medievales, por lo que ignoro desde cuándo arranca dicha denominación». No existe documento o texto que confirme que en dicho barrio, llamado de los judíos, residiesen los mismos, pero aún así, por sus características y ya que figura en la toponimia urbana, «hay que citarlo como uno de los mejor conservados de la Comunitat».

La antigua Saguntum puede presumir de poseer «el mejor barrio judío conservado de toda la Comunitat y uno de los mejores de España». La medieval Morvedre (la actual Sagunto) es sede de esta «desconocida» aljama, emplazada al pie del castillo (que curiosamente, fue refugio de la comunidad judía saguntina en julio de 1391 para escapar de la violencia cristiana de la villa), y que a pesar de las diversas transformaciones que ha sufrido con el tiempo «cuando el paseante cruza el arco que lo delimita y deambula entre sus calles silenciosas puede evocar la vida diaria de una comunidad hebrea muy activa, que vivía de acuerdo con la Ley, que se relacionaba con sus vecinos cristianos y musulmanes y se sentía tan saguntino como los otros vecinos de la villa, a pesar de la segregación y la discriminación a la que se veía sometida», subraya Hinojosa en su libro.

La judería saguntina forma un entramado de calles a la cual se accedía por un simple arco de piedra de sillería, conocido como el ‘Portal de la juheria’, y actualmente, el ‘Portalet de la Sang’ y en ella pueden encontrarse incluso restos del cementerio judío de la aljama, tumbas y lápidas que yacen a los pies del castillo: se trata de la única necrópolis judía de la Comunitat Valenciana.

Hinojosa también señala la aljama de Valencia como una de las más importantes de la provincia durante la edad de oro de los judíos en tierras valencianas. Actualmente, no se conserva nada de lo que un día fue la judería de la capital del Turia, sin embargo, cualquier viandante puede hacer uso de la imaginación para darle forma a este barrio judío que se encontraba ubicado en calles como la del Milagro, el entorno de los baños del Almirante, la Plaza de la Cruz Nueva, Colón o Trinquete de Caballeros.

Otras localidades como Alzira o Xàtiva también tuvieron entre sus gentes a vecinos judíos que residieron en pequeñas juderías que hoy en día no se conservan. Visitar las murallas medievales de Alzira o la plaza de la Trinidad sebatense con su fuente gótica puede resultar un buen aperitivo para recordar el paso de este pueble hebreo por la Comunitat.

En Alicante, según indica el autor, «no queda absolutamente nada», ya que la población judía que se asentó en la provincia era muy escasa. No obstante, al igual que en Valencia o Castellón, hay poblaciones alicantinas, que por su encanto y sus restos históricos, pueden ser lugar de visita obligada para rememorar los asentamientos judíos. Dénia o Alcoy son algunos de estos lugares.

Si de verdad existiese Pablito, seguro que recorrería estos pueblos en busca de una Valencia histórica.

Fuente:lasprovincias.es