JACOBO ZABLUDOVSKY

Un medio modesto de información independiente probó esta semana que el poder de la información en México empieza a desconcentrarse.

El sábado antepasado, a la una y media de la tarde, un abusivo, peligroso y arbitrario despliegue de fuerza tuvo lugar en el aeropuerto de la ciudad de México. El lunes, en un noticiero de radio, el reportero Roberto Medina narró los hechos que las autoridades involucradas habían tratado de ocultar.

Un grupo de elementos de la Policía Federal adscritos al área de asuntos internos y al mando del comisario en jefe, Eduardo Rodríguez, se apoderó de uno de los aviones de Aeroméxico, el vuelo 695 que llegaba de Caracas a la terminal 2, al concluir de desembarcar los pasajeros. Los uniformados, unos 40, llegaron con armas largas, entraron a todas luces de forma irregular por uno de los hangares de la Policía Federal y desarmaron a la gente del SAT y también a algunos marinos. Después de más de dos horas y media se retiraron sin dar ningún tipo de explicación. Resulta muy preocupante que un grupo, aunque sea de asuntos internos de la Policía Federal invada de esa manera la zona de plataformas del aeropuerto.

Ingresaron los elementos de la Policía Federal de forma clandestina por uno de los hangares de la corporación federal, es decir, no usaron una puerta oficial; toda la gente debe traer un gafete para poder transitar en las plataformas, ninguno de estos elementos lo portaba.

Absolutamente nadie pidió perdón a la gente aislada y la molestia era enorme; muchos hablaban de demandar a la línea aérea porque habían perdido conexiones y por ya estar casi tres horas esperando maletas sin salir del aeropuerto.

Los empleados de Aeroméxico me dicen que no pueden hacer ninguna declaración. He buscado a miembros de la Policía Federal y me dicen que en cuanto tengan mayores datos nos informarán, nada nos han informado a pesar de las molestias y perjuicios y el peligro de que alguien no autorizado maneje un vehículo en el interior del aeropuerto. Pudo haber ocasionado un accidente grave”, dijo Medina.

La respuesta llegó el miércoles en forma de cese fulminante de dos presuntos responsables, ordenado por la Comisión Nacional de Seguridad, revelando que la causa del atropello fue una denuncia de mercancía ilegal en el avión.

Elementos de la Unidad de Asuntos Internos de la Policía Federal: “Violaron los códigos de seguridad en el interior del inmueble, así como los procedimientos que se llevan en el interior de las instalaciones, por lo que se inició una investigación”. Según el informe oficial, “no actuaron de manera coordinada y no tomaron en cuenta el Programa de Seguridad del AICM establecido por la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC), así como las leyes involucradas en la materia”.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos pide a Manuel Mondragón y Kalb, comisionado nacional de Seguridad: “Que los operativos que se lleven a cabo en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) respeten las disposiciones y protocolos de seguridad existentes, así como los convenios y normas internacionales de seguridad aeroportuaria, de los cuáles México es parte, con el objetivo de proteger la vida y la integridad de los usuarios y pasajeros de dicho aeropuerto”. El episodio, más parecido a una película de Juan Orol que a un hecho “en tiempo real”, da lugar a moralejas baratonas pero oportunas y vaya usted a saber si también útiles.

En primer lugar se evidencia que las arbitrariedades en el manejo de policías no se han erradicado. El uso insensato de la fuerza pública en contra de ciudadanos inermes, violando sus derechos elementales, no se ha erradicado.

En segundo lugar, cabe la sospecha de que si no hubiera actuado un reportero sagaz de un medio sin censuras, se habría ocultado el desaguisado.

En tercer lugar, admitir el surgimiento de excepcionales pero efectivos espacios radiofónicos y televisivos libres.

Y en cuarto lugar, reconocer la extraordinaria labor de los tuiteros que han dado a los nuevos instrumentos de comunicación un sentido social, popular, de protesta y denuncia, contrapeso de la gran maquinaria de la información en manos de poderosos políticos, industriales o mercaderes que los usan en su propio beneficio, ajeno al interés general.

Hace dos meses, en Río de Janeiro, fui testigo de un periodismo combativo y moderno que llevó a la calle a centenares de miles de inconformes con el aumento a la tarifa del Metro, transmitió sus manifestaciones y puso al gobierno al borde del derrumbe, obligando a bajar los boletos a un precio menor al de antes de su alza fracasada.

Moraleja de pilón: hay caminos.

Fuente:vanguardia.com.mx