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“Escuchamos un disparo, pero sabíamos que debíamos permanecer al otro lado de la puerta, sin entrar. Esos fueron sus últimos deseos. Dejamos pasar un buen rato. Después nos miramos a los ojos y asentimos en silencio. Cuando entramos a la sala vimos los dos cuerpos y supimos que todo había acabado“.

Esta es la declaración que consta en los archivos rusos sobre la toma de la Cancillería de Berlín, al final de la II Guerra Mundial. El que está declarando es Rochus Misch, guardaespaldas, mensajero personal y telefonista privado de Adolfo Hitler, que presenció a solo unos metros el suicidio del líder nazi y que ha muerto a los 96 años en Berlín, tras una larga enfermedad.

En su última entrevista, concedida en 2009 a la revista alemana P.M. Hystory, todavía ratificaba su fidelidad al Fürher como soldado, aunque condenaba los “terribles y crueles” crímenes contra la humanidad del nazismo. “Nuestro deber era permanecer fieles al Führer y eso fue lo que hice yo, hasta el último momento y hasta las últimas consecuencias. Las bombas rusas caían ya sobre la Cancillería, pero no salimos corriendo porque sabíamos cuál era nuestro lugar“, explicaba con dificultad, debido a que un ataque de apoplejía le había dejado secuelas que le impedían hablar de forma fluida.

Su biógrafo, Burkhard Nachtigal, relata que tras la muerte de Hitler, Misch fue capturado por las tropas soviéticas y pasó nueve años en una prisión rusa. Un acuerdo mutuo de liberación de presos le permitió regresar a Berlín oeste en 1953, donde trabajó discretamente en una fábrica de pintura hasta su jubilación.

Uno de los momentos que recordaba con más lucidez hasta el final fue cuando Hitler, el 22 de abril de 1945, reunió a su personal más cercano y les anunció que no había esperanza, que la guerra estaba perdida. Les comunicó su decisión de permanecer en Berlín, les dio permiso para abandonar el edificio, y a los que decidieron libremente quedarse les dio instrucciones precisas sobre lo que debían hacer en caso de que la Cancillería fuese tomada por las tropas rusas, incendiada, destruida por las bombas… o en el caso de que el edificio aguantase y él se quitase personalmente la vida junto con la de su esposa, Eva Braun. “Su voz no temblaba. Asumió su destino. Y yo permanecí junto a él hasta el final”, recordaba.

Según se ha constatado posteriormente en la documentación salvada de la Cancillería de Berlín, Misch permaneció efectivamente en el edificio incluso después de la muerte de Hitler, hasta que Josef Goebbels, el ministro de Propaganda, le dijo el 2 de mayo que ya no se requerían más sus servicios, puesto que el Estado al que servía había dejado de existir, y que debía marcharse.

Pero los soldados rusos encargados de dar con los restos de Hitler emprendieron una incisiva investigación y detuvieron a todos los relacionados con su suicidio. A Misch le tomaron declaración poco después de encontrar los cadáveres de Hitler y de Braun calcinados, en el patio de la Cancillería, y les describió la escena: “Hitler tenía la cabeza sobre la mesa. Eva la tenía ladeada, estaba tumbada y con las rodillas encogidas hasta el pecho. Parecía dormida“.

Fuente: El Mundo