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Testimonio de Salomón Schlosser, sobreviviente de Auschwitz

RAQUEL SCHLOSSER PARA ENLACE JUDÍO

Conocido por sus amigos en México con un apodo cariñoso “El Coyote”, por su habilidad para conseguir mercancía, intercambiar, negociar para ganarse la vida. Eso es lo que desde su adolescencia en el campo le dio la oportunidad de vivir un día más.

El testimonio fiel de lo que sucedió dentro del vagón durante la Marcha de la Muerte, fue contado por Salomón Schlosser Flack, a un lado del vagón original al cual no entró.

“Yo ya viajé allí y aquí estoy” le dijo a Mily Cohen, directora del Museo Memoria y Tolerancia, con una gran sonrisa, después de haber pedido agua varias veces porque se le secaba la boca. Mientras, me pidió leer el testimonio. Así cerró su visita.

Su fotografía fue incluida en el espacio de la memoria histórica honrando no solo su dolor, sino los 58,600 ejemplares del libro Mi Zeide es historia, que fueron adquiridos para las bibliotecas de aulas de las escuelas primarias de la Secretaría de Educación Pública para la República Mexicana.

Un Best Seller que hoy ya cuenta con 61,600 ejemplares vendidos. Lo escribí después de la visita a Auschwitz-Birkenau, el campo de exterminio (para más información consulte los artículos escritos en www.enlacejudío.com).

A un lado del vagón, con una luz que reflejaba noche de coyotes hambrientos, me pidió que como siguiente generación y prueba de la continuidad de la vida, leyera su testimonio. Él no podía hacerlo. Desde las primeras frases, se le secaba la boca y perdía la voz.

-No sé qué me pasa
-Te pasa el vagón papá.
Me contó los detalles de lo indecible:
-Ningún escritor puede escribirlo, no hay pluma que lo describa hija, ni yo lo entiendo.

La transcripción que hago respeta sus palabras textuales, su sintaxis de migrante queaprendió el español en la calle y su alma para compartir fielmente su narración. Decorazón a corazón su dolor puede comunicarse.

“En el vagón no cabíamos, estabas parado o ibas sentado…. 1945 enero 18 en Birkenau, con su frío invierno. Abrieron las bodegas y cada quien pudo tomar un poquito. Empezó la Marcha de la Muerte. La guerra terminaba y los aliados se acercaban pero los nazis nos seguían matando.

Nos hicieron caminar hasta la estación de ferrocarril en Polonia. Cambiamos a camiones y volvimos a caminar un día completo. Yo no recuerdo cuánto tiempo fue, pero fue mucho, frío y difícil. Nos juntaron a todas las personas de los campos alrededor de auschwitz (minúsculas intencionales). Éramos aproximadamente 60,000 creo. La fila era de kilómetros, nadie sabía lo que pasaba atrás o adelante. Los que pesaban menos de 35 kilos ya no podían venir y se quedaron a morir de hambre y frío, enfermos.

Como tardaban los trenes nos pusieron a dormir en establos donde había paja. Los que tenían suerte durmieron adentro y se cubrieron con paja y los demás afuera. Algunos se congelaban, y otros para mantener el calor caminaban y salían y entraban del establo. Los que querían escapar los fusilaban, los que estaban débiles y se sentaban, se congelaban. Es la muerte más dulce que hay en la vida, te sientas y te duermes, te congelas.

Estaba yo adentro, medio dormido, pesaba 35 kilos.Tenía 21 años. Ya había estado casi dos años en Auschwitz, 21 meses, y antes de eso había estado en un campo de trabajo donde solo me daban de comer por el trabajo, como esclavo, no había pago. Y antes, dos años en el ghetto de Lodsz. Entonces, empece a ser cautivo de los nazis desde los 15 años.

Estábamos entre la paja una noche, y al otro día seguimos caminando en la nieve hasta el siguiente establo. En el camino la gente caía y moría….no me acuerdo cuantos días fueron, pero fueron muchos días y mucha gente no aguantaba. Nos subieron en camiones hasta la estación de tren y después de muchos días llegamos a Mathausen (otro campo de exterminio).

En el vagón estuvimos seis días o siete, no recuerdo bien. En algunas estaciones abrían las puertas del vagón para que echáramos a los muertos afuera. No había respeto por los cuerpos. Los nazis tenían guardias arriba, abajo y de lado. Siempre el miedo. No había comida ni agua en el vagón.

Cuando nos sacaron de Auschwitz agarramos lo que pudimos de las bodegas de comida. Yo agarré terrones de azúcar y los guardé en el suéter que un amigo mío me había dado. Un poquito de suerte es lo que te mantenía vivo. El amigo que me dio el sweater estaba en el comando que se llamaba Canadá, que trabajaban en unas bodegas y barracas.

Ese comando era el que iba a las bodegas y clasificaba todo lo que traían los prisioneros cuando los bajaban de los vagones, y se los quitaban y surtían con esos objetos y ropa recogida, más bien arrebatada, a Alemania.

Cuando mandaban a la gente a las cámaras de gas, sus cosas las mandaban a la bodega, y el comando Canadá las clasificaba. A veces encontraban las cosas de sus familiares que llegaban en el vagón siguiente al de ellos.

¡Cuánta maldad organizada!

Los nazis no trabajaban, tenían todo organizado para que nosotros lo hiciéramos.

En el comando Canadá yo tenía unos amigos que había conocido porque venían en el mismo vagón que nos llevó a Auschwitz o dormían en la misma barraca, entonces yo les daba un suéter viejo y me traían un suéter nuevo, ellos tenían suerte porque se podían cambiar ropa y también los zapatos y calzones.

Hay veces me regalaban parte de su porción de pan porque ellos a veces encontraban comida en los equipajes. Cuando el transporte venía de un ghetto pues no había nada de comida. A veces me daban un cigarro y a alguien con el vicio yo se lo cambiaba por un cachito de pan.

A una persona normal no le entra en la cabeza cómo pueden pasar las cosas en un campo, lo bien que estaban organizados los nazis, que todo el trabajo del campo lo hacían los prisioneros. Ellos sólo recibían y tomaban la decisión de quién se iba a trabajar y quién se iba a morir en la cámara de gas. Llegaba el transporte y había 200 soldados de la Gestapo y unos decidían quién iba a los camiones y quién al campo.

Los de los camiones eran a las cámaras de gas supimos después. Sólo veías a los nazis en las mañanas, contando los vivos en cada barraca para que la volvieran a llenar y sacáramos a los muertos.

Los nazis organizaron de entre los prisioneros distintos comandos, el Sonderkommand era el comando que cuidaba las barracas, había también el comando de vigilancia….estaban tan bien organizados los nazis. Los alemanes no estaban en el campo, todo hacían que lo manejaran los prisioneros.

Incluyendo el Sonderkommando que llevaba los cuerpos de la cámara de gas al
crematorio, que era el edificio de al lado de la cámara de gas. Olía espantoso.

En el Sunderkommand estaban trabajando personas que sacaban a los muertos para llevarlos al crematorio, y escogían a los fuertes de los transportes para que trabajaran allá. Muchas veces llegaban personas del mismo pueblo en el vagón que seguía, y los del Sunderkommand sacaban de entre los muertos a sus esposas o hijos, a los amigos con los que crecieron o a sus abuelos.

Lo que hoy les digo es sólo lo que cuento hoy, pero puedo hablar y hablar de cada momento terrible, es interminable.

En el vagón iba yo con otras 120 personas, con los poquitos terrones de azúcar en una bolsa y un cachito de pan. Para comer el pan duro lo mojaba a veces con hielo cuando abría. En las estaciones cuando nos abrían la puerta y bajábamos un momento, había personas que de desesperación tomaban nieve y mucha gente moría. Estaba contaminada.

Dentro del vagón nadie hablaba, nadie se conocía, nadie sabía a dónde íbamos. Para aguantar le pedí a una persona que intercambiáramos, que un rato se sentara y yo estuviera parado y después cambiábamos. Era la única manera de estar en un lugar tan apretado.

Todo lo que les digo, un humano no lo puede entender. Allí hacían sus necesidades pero creo que nos dieron unas ollas, pero no me acuerdo bien. Lo he borrado. Pero no me entra en la cabeza lo que pasé.

Como cuando llevas un animal al rastro así estábamos, no sabíamos qué iba a pasar. Nadie hablaba, nadie tenía de que hablar. Mientras escribíamos este papel, las preguntas de mi hija Raquel eran tan normales, y las respuestas tan anormales que nadie puede entenderlo, no yo.

Ni un escritor ni un lápiz pueden escribir lo que pasó. Que un hermano estaba contra otro y que así lo organizaron los nazis.

Yo en el vagón tomaba agua un poquito y cuando bajaba de vagón tomaba un poco de hielo, no nieve. Así mojaba el pan ya duro.

Cuando pasábamos por un puente había personas que aventaban comida y caían en los vagones sin techo que eran de carga, pero mi vagón estaba cerrado. Cada persona se cuidaba a si misma con lo poquito que tenía. Pero muchos se morían. No recuerdo cuántos llegamos vivos del vagón porque iban sacando a los muertos.

Imaginen que tarde seis años en lavar los dientes por primera vez. No podías ni enfermarte porque en el hospital te mandaban a morir. Nos tardamos mucho en esos kilómetros que no eran tantos porque en los cruces de vía le daban preferencia a los alemanes que venían huyendo, porque los aliados ya estaban
ganando la guerra, y ellos nos seguían matando sólo por nuestra religión que así nacimos.

Diciendo la verdad, no se puede uno imaginar que uno esté vivo”

Más de cien personas se reunieron cerca del vagón con Don Salomón. Cuando terminé de leer el texto de Don Salomón Schlosser, conteniendo el llanto, el ambiente quedó en espasmo, en un silencio triste. El frío de Auschwitz y la crueldad nazi habían cortado la respiración de las personas que escucharon con todo respeto el fiel testimonio contado por primera vez. Yo me encontraba a un lado de mi padre, con su esposa de 37 años de casados de la mano, su yerno, su nieta Daniela consolándose con su pareja, y en su corazón estaba su hijo Samuel con su familia y la familia de Maña su esposa con quienes estamos hermanados por amor.

Hicimos un minuto de silencio por los muertos de nuestra familia y por los que tuvieron que esperaron turno para subir al cielo. También pedimos que cuando pasen por el vagón lo transformen en un lugar de oración para bendecir a quienes viajaron anónimos y para que NUNCA JAMAS se repita.