Para celebrar el Día de la Independencia mexicana pedimos a nuestros escritores disertar sobre el tema:

“México, una mirada Judía”, esta es la participación de Salomón Lewy

Salomón-Lewy

SALOMÓN LEWY PARA ENLACE JUDÍO

El viejo vehículo, desvencijado como estaba, parecía rehusarse a subir la empinada cuesta en el kilómetro 34 de la carretera de Toluca en dirección al Distrito Federal.

La carga de desperdicios de acero que Efrén transportaba, más de ocho toneladas, representaba una ganancia suficiente para él, luego de pagar a su fiel “machetero” Ramón y el combustible que “Demesio” –así bautizó a su camión– tragó durante el viaje. Sólo había que llevar la chatarra a la fundición del señor Madrid, pesarla, dejar que Pancho Benítez, el recibidor, la clasificara, para luego pasar a la oficina a recoger el dinero.

Al alcanzar el rótulo de “Puerto Las Cruces – 3,200 m.. sobre el nivel del mar”, Efrén golpeó suavemente con su callosa mano el tablero del vehículo.

-Muy bien, muchacho. Aguantastes de nuevo. No te rajastes – murmuró.

Ramón sólo acertó a esbozar una sonrisa, pero lanzó un suspiro de satisfacción, sabiendo que de ahí en adelante, todo sería descenso hasta la caseta de cobro.

Llegar hasta Tulpetlac ya no sería problema. Efrén extrajo de la guantera una botella de plástico que había llenado de agua en la fábrica de su “cliente” . Varios tragos después , pasó la botella a su ayudante, quien dio cuenta del resto.

La carretera de cuota desembocaba a una zona en la que comercios e industrias parecían disputarse los terrenos. A la hora que Efrén la alcanzó, la calle Juárez era un desfile de todo tipo de vehículos: autobuses “foráneos”, camiones de carga de distintos tonelajes, “combis” de pasajeros y una diversidad de autos llenaban los espacios.

Al llegar al cruce de Juárez y Rayón, un agente de tránsito que estaba semioculto por un poste de luz, levantó un brazo en dirección del vehículo del chatarrero, indicándole que se detuviera unos metros adelante.

-A ver qué quiere este …– masculló entre dientes Efrén.

El policía subió al estribo del lado del chofer.

-Buenas, compa- dijo aquél, extendiendo su mano para saludar a Efrén.

-Buenas, mi jefe. ¿En qué lo puedo servir? – le dijo.

-Permíteme tus documentos. Ya sabes, licencia, tarjeta de circulación y factura de la carga – ordenó el agente.

Efrén extrajo del forro de la puerta una nota de remisión, de la guantera la tarjeta y del bolsillo trasero del pantalón su cartera con la licencia, entregándolos al policía, que con aire de gravedad los inspeccionó.

-Amigo Efrén Rojas Sánchez. – dijo el policía , leyendo el nombre en la licencia de conducir .

-Pa’servirle, jefe – contestó atento Efrén.

– Este camión es tuyo, según dice la tarjeta – agregó el policía.

– Sí señor, pero pos ya ve, está viejito pero rendidor – dijo Efrén.

– Esta nota dice que traes desperdicios –

– Sí, pa’llevarlos a la fundición allá adelante –explicó.

– Y entonces…¿Dónde está tu permiso para transportar residuos peligrosos? – inquirió el agente.

– Es que…jefe…la chatarra no es residuo peligroso – explicó Efrén.

– ¿Tú me vas a enseñar a mí de estas cosas?- reclamó el policía.

-No, jefe, lo que pasa es que siempre he cargado el material y nadie me había dicho que sea peligroso –

– Pues yo te lo estoy diciendo, y como no traes el permiso, te voy a pasar al corralón – advirtió el agente, con energía.

– ¿Qué pasó, jefe? No la amuele. Deme chance. Nomás que deje la carga en la fundición voy a tramitar el papel ese – suplicó Efrén.

-No, mano, así como así no es. Te vas a tener que mochar conmigo – ordenó el policía.

-Pero jefe…apenas vamos a cobrar – imploró el chatarrero.

-Pos a ver cómo le haces, pero no te vas así nomás – amenazó el agente.

Efrén hurgó entre los papeles que traía en el bolsillo de su ajada camisa, extrayendo un billete de cincuenta pesos.

-¿No que no traías feria, compa? – inquirió el policía, sonriendo.

-Es todo lo que traigo para alguna cosa de emergencia , pero pos ya ni modo – contestó Efrén, resignado.

-Trae acá – dijo el agente, arrebatando el billete de la mano del chatarrero, y agregó – para la próxima, si no traes el permiso, te vas derechito al corralón.

El policía descendió del estribo del vehículo y volvió a su estratégica posición.

-“ ¿Cuándo será el día que estos … nos dejen de extorsionar? Uno aquí chambeando como burro y estos hijos de su madre nomás están allí pa’chin…nos” – pensaba Efrén mientras arrancaba el motor de su camión.

Al llegar a la fundición, el chatarrero se estacionó en la fila, detrás del semi –remolque de Industrial de Aceros, un hermoso y potente vehículo de impecable carrocería de metal.

-Vete a avisarle al Pancho que ya llegamos y que te dé tu número de entrada – ordenó Efrén a Ramón.

-Oiga… ¿no le llevo los papeles de la carga? – preguntó el ayudante.

-¡No seas pend…! Si no se los das ¿cómo vamos a cobrar? – contestó su patrón, malhumorado – entre el inche calor, el tránsito y el mordelón ya estoy hasta la m… y luego tú…-

Ramón bajó la vista, tomó los documentos y de un salto alcanzó la acera para dirigirse al portón de la acería, obedeciendo las órdenes de Efrén.

– …che viejo, trae un humor del carajo. Si no fuera porque necesito la chamba, ya lo hubiera yo mandado a la chin,,, – masculló entre dientes el muchacho.

Una hora después llegó el turno de Efrén para entregar su carga. La maniobra era simple, mas debía de realizarse con extremo cuidado: mover el camión, separándolo de la acera con precaución para no golpear a los vehículos que transitaban a esa hora, enfilar hacia el portón subiendo una pequeña rampa para pasar debajo de un arco detector de radiaciones y detenerse en el centro de la báscula.

Efrén descendió del vehículo mientras se realizaba el pesaje.

-Ese mi güero, que no te tiemble la mano – bromeó Efrén con el basculista, un hombretón moreno con cara de pocos amigos.

-A ver pa’cuando te compras una araña mejor que la que traes. Ésta ya está como pa’que la jubiles – contestó.

-Cuando me prestes pa’comprarme otra, pin… güero –

-Nomás que te pongas una faldita, viejo – ripostó el basculista, indicándole a Efrén con un ademán de cabeza que podía avanzar a descargar la chatarra.

Pancho Benítez ya lo estaba esperando. Con agilidad, el recibidor trepó a la caja de carga del camión de Efrén y paseó su vista por el interior.

-¿Qué tanto de tierra y piedras le echaste al material? – preguntó Pancho a su proveedor.

-¿Qué pasó, Pancho?- protestó Efrén – me estás desconociendo-

El recibidor se concretó a entregarle una tarjeta con la clasificación del material , sin responder.

Una enorme grúa vació la carga sobre  un enorme depósito. Poco tiempo después, Efrén salía de la oficina de la acería con un pequeño fajo de billetes .

Subió a su vehículo y lo enfiló hacia la salida, donde Ramón ya lo estaba esperando. Este trepó rápidamente a la cabina .

-Ora sí no nos tardaron en recibir, patrón – comentó el ayudante.

-Lo malo es que ya no nos alcanza pa’traer más material – contestó Efrén, mirando su reloj y dándose cuenta que eran ya casi las tres de la tarde – pero ahorita nos vamos al negocio pa’ cargar otra vez y mañana venimos temprano -.

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El depósito de chatarra  “ Aceros y Metales”, propiedad de Efrén Rojas Sánchez, estaba ubicado en la colonia Las Margaritas, a un lado del Panteón de la Soledad, cerca del libramiento a Vallejo.

Sus muros de piedra guardaban celosamente los desperdicios metálicos con los que el dueño se ganaba la vida. Una enorme báscula “trailera” a pocos pasos del pesado portón del terreno hacía las veces de juez y parte en el negocio. La pequeña caseta de mampostería al borde de la báscula era guarida y oficina del empleado, el tal Jonás, pesador, secretario y cortador de chatarra.

Efrén lo había contratado desde que estableció el negocio, a sugerencia de su mujer, que de algún modo estaba emparentada con aquél.

“Solovino”, un negro perro de raza indistinguible era el fiel guardián del local.

Durante el día, el macilento animal dormitaba a un lado de la caseta; sólo la presencia de quienes iban a vender sus desperdicios lo hacía levantarse de su sitio favorito. Durante la noche cambiaba su actitud por la de un celoso vigilante. Nunca se ha sabido porqué en todo patio de chatarra que se respete hay un animal así.

Jonás salió apresuradamente de la caseta al oír llegar el vehículo de su patrón. Abrió el portón y esperó a que Efrén condujera hasta quedar junto al montón de chatarra, al fondo del terreno.

Solovino corrió a buscar a su dueño, y como acostumbraba, al llegar hasta él restregó su delgado cuerpo contra las piernas de Efrén. Éste pasó su mano por debajo del hocico del animal.

-Qui’ubo,  mugroso – le dijo, sonriendo.

El perro, recompensado, se retiró a su lugar de costumbre.

-¿Qué pasó, Jonás, que ha habido? – preguntó el patrón.

-Nada, jefe, todo en orden – contestó.

-Jálate la grúa pa’que cargues a Demesio. Mañana quiero salir bien temprano a la fundición. Dile al este Ramón que te ayude – ordenó.

-Sí, jefe… ¡Ah! Se me olvidaba decirle que vinieron de la Tesorería a dejarle un papel- informó Jonás

-¿Un papel? ¿De qué? – inquirió Efrén con tono molesto.

-La verdá es que no les entendí. Creo que era de unos impuestos-

– ¡Qué bien están chin…do la borrega estos cuates! –

– Lo que sí dijeron es que tiene usté que presentarse e la oficina de ellos mañana – advirtió Jonás.

– ¡Qué oficina ni que nada! Yo voy a entregar mi chatarra primero, y si tengo modo, voy luego – respondió Efrén y agregó : – ‘Orita me voy pa’la casa a echarme un taco. Cuando regrese quiero ver que ya hayan terminado de cargar -.

La oficina de la Tesorería estaba atestada de “causantes”. Después de haber estado esperando cerca de dos horas a ser atendido, Efrén pudo llegar a la ventanilla de “Rezagos” detrás de la cuál un empleado en mangas de camisa tomó el documento que los notificadores habían dejado para la atención del “contribuyente”.

-¿Trajo usted su documentación de los tres últimos ejercicios? – inquirió el empleado.

-Qué … ¿había que traer esos papeles? – preguntó Efrén, ignorante.

-Claro. Aquí se le requieren – contestó el empleado.

-Pus a mí me dijeron que tenía que venir y presentarme, pero no dice que tenga yo que traer lo de los impuestos- ripostó el chatarrero.

-Aquí hay una orden de clausura de su negocio si en 72 horas no exhibe usted sus declaraciones de los tres últimos ejercicios-.

-Es que esos papeles los tiene el contador –dijo Efrén a modo de disculpa.

-Pues vaya y búsquelos. Mientras no los traiga va a tener que quedar apercibido de la clausura de su establecimiento – ordenó el empleado.

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Hoy en día, cualquier chatarrero que se precie de serlo, debe traer ,por lo menos, dos teléfonos celulares al cinto, cada uno de diferente estructura. Efrén no podía ser la excepción.

Al salir de la oficina de Hacienda, el chatarrero marcó el número de teléfono del “coyote” que hacía las veces de contador de su negocio.

 

-¿Está el contador Mijares? – preguntó Rojas a la mujer que contestó.

– No está ‘orita. ¿Quién lo busca? –

– Habla Efrén Rojas. ¿Cuándo puedo hablar con él? –

– El señor Mijares salió a arreglar un asunto. A lo mejor regresa después de la comida – informó la mujer.

– Pos’ ¿aqui’ora es la comida si ya son las seis? – reclamó Efrén

– No sé. A mi no me dice dónde anda ni con quién – respondió aquélla.

-¿Traerá celular el contador? ¿Me lo puede proporcionar? –

-Tengo prohibido dar el número.’Ora que lo vea uste’, pídaselo si quiere, dijo la mujer, molesta.

-Entonces hágame el favor de decirle a su jefe que lo ando buscando porque me piden en Hacienda los pagos de impuestos de los últimos tres años y tengo hasta pasado mañana pa’presentarlos o me clausuran mi negocio – exigió Rojas, cerrando su celular sin esperar respuesta.

-“ Hijo de su chin…” – masculló el chatarrero –“chance y ni pagó el cab…”

De pronto, en el rostro de Rojas se dibujó una sonrisa. En algún lugar de su mente estaba guardado el dato: Mijares le presumió alguna vez que todos los martes, – “como hoy, se va a echar sus manos de dominó a la cantina Excélsior con otros colegas del ramo”.

Efrén le hizo la parada a un desvencijado taxi “ecológico” de los miles que pululan por la ciudad , abordándolo.

-Compa, lléveme a la “Excelsior” en la colonia Industrial –ordenó.

-¿A la calle o a la cantina? – preguntó el chofer.

-P’us a la cantina – respondió Pozas, dando a entender que era más importante el figón que la calle.

– “Ora que me vea Mijares se le van a caer los calzones, pero a mí me vale madres. Ojalá haya pagado, porque si no,
qué chin… me va a parar “ – meditaba el chatarrero durante el trayecto – “estos coyotes son una bola de ratas y no
hay a cuál irle”.

Rojas descendió del taxi, pagó al chofer y se dirigió a la entrada de la cantina, fajándose el grueso cinturón de carnaza.

El fétido olor a alcohol y orines golpeó la nariz de Efrén al entrar. No le fue difícil encontrar a Mijares, que estaba sentado a una mesa al fondo del local, con la espalda hacia la puerta, con otros tres sujetos .

Con paso firme, Rojas se encaminó hacia donde estaba Mijares.

-¿Qui’ubo, Mijares, qué onda? – le dijo, interrumpiendo el juego.

-¿Qué pasó, don Efrén, qué se le perdió por estos lugares? – contestó el contador.

-Quiero hablar con usted de un asunto – advirtió Rojas, dando a entender que era privado y que no lo trataría delante de los otros.

-Ni hablar, cuates, el deber llama – dijo Mijares, divertido, dirigiéndose a sus compañeros – ahorita regreso a seguir enseñándoles a jugar.

Ambos tomaron asiento en una mesa cercana.

– ¿De qué se trata? ¿En qué puedo servirle? – inquirió Mijares en tono serio.

– Se trata de que necesito los pagos de impuestos de los últimos tres años. Hacienda me ordenó que los presentara o me cerraban el changarro –

– ¿Eso es todo? – preguntó Mijares con sorna – ¿Para eso vino usted hasta acá? Se hubiera ahorrado el viaje.
Con llamarme o dejarme recado en mi oficina hubiera sido suficiente -.

– Sí, pero hablé a su oficina y me dijeron que no estaba usted y que no sabían a qué hora regresaba.
Ni siquiera me pudieron dar el número del celular de usted – protestó Efrén.

-Es que la muchacha es nueva y todavía no agarra la onda –explicó Mijares.

-Lo que sea. Necesito esos comprobantes ahorita. No quiero que me pase nada como a otros por no hacerle caso a Hacienda, menos ahora que están bien perros con uno – reclamó el chatarrero.

– No se preocupe. Mañana temprano yo llevo los papeles y le arreglo el asunto.
¿Trae usted el citatorio?- preguntó el contador.

-No. Se los dejé hace rato cuando fuí pa’que vieran que les cumplí –

-OK. Entonces mañana les llego. Y no se apure, esto se arregla fácil – dijo Mijares.

-No, mire: quiero que me entregue usted ahorita los comprobantes de los pagos y yo voy mañana a mostrarles que está todo al corriente – ordenó Efrén.

-Es que tengo que buscarlos en los archivos y tengo una cita a las ocho con un cliente – explicó Mijares – y además, me debe usted mis honorarios de los últimos tres meses que no me ha pagado.

-Pos ahorita mismo le pago lo que le debo, cuando usted me entregue los papeles – respondió Rojas, airado.

-Mire: lo espero mañana en mi despacho a las diez, ¿OK? –

-No, señor. Nada que mañana. Esto es ahorita – exigió Efrén.

-Hágale como quiera. En este momento no puedo ir a mi oficina y punto-contestó el contador con indiferencia.

-¡Mejor dígame que no los pagó y que se chi…ó la “lana”, pedazo de ca…ón! – amenazó Rojas.

-Usted puede pensar lo que quiera, pero a mí no me insulta –ripostó el otro.

-¡Cómo de que no si eres un pin.. ratero! – gritó Efrén, levantándose de la mesa con la intención de agarrar al contador por el cuello.

En ese instante, el chatarrero sintió un terrible estallido en la cabeza. Uno de los  tipos que estaban con el contador le había estrellado una botella en el cráneo. Rojas se derrumbó pesadamente sobre la mesa, cayendo al suelo , exánime.

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El Hospital de Traumatología de La Villa, construido hace más de cincuenta años en la zona norte de la ciudad, es el destino “oficial” de miles de heridos por todo tipo de sucesos – accidentes, agresiones, intentos de suicidio, etc. –

Esa madrugada se encontraba en efervescencia  por el  incendio de la maderería “Valle del Guadiana” que había alcanzado a una vecindad contigua, produciendo decenas de víctimas que fueron trasladadas a ese nosocomio para su atención.

Efrén Rojas yacía en un camastro al fondo de la sala “B”, en la que se trataba a pacientes “cuya vida estuviera fuera de peligro”.

Un impresionante vendaje cubría su cabeza. Entraba y salía de la inconsciencia y no lograba comprender lo que le estaba sucediendo.

-Señor…señor… despierte, quédese conmigo…-

Una voz de mujer insistía en penetrar a la penumbra de su cerebro.

-¿Qué quieres?…Me duele la cabeza…no entiendo…me duele…déjame…yo…- balbuceaba Efrén.

Paulatinamente, Efrén iba saliendo de su marasmo. La mortecina luz de la sala golpeaba su mirada y el olor, esa pestilencia de los puestos de socorro, lo orillaba a estar a punto del vómito.

-Doctor, ya está despertando este señor – informó la voz de mujer junto al camastro.

Efrén sintió cómo unos dedos estiraban la piel de su cara y una luz penetrante invadía una pupila, luego la otra.

-Parece que la conmoción cerebral ya cedió. Aplíquele una de voltarén y póngale una corona de hielo. Regresaré después a revisarlo- dijo el médico a la enfermera.

La corona, que no era otra cosa más que una bolsa de plástico llena de cubos de hielo que casi le envolvía la cabeza, hizo que Efrén sintiera un gran alivio del espantoso dolor que le taladraba el cerebro. La inyección del sedante también ayudó a tranquilizarlo.

-¿Qué pasó, jefe? ¿Cómo se está sintiendo? –

La voz de Ramón hizo que Efrén recuperara por completo la conciencia.

-Pu’s estaba hablando con el contador y de repente se me apagaron las luces – contestó Efrén.

-No, jefe, lo que pasa es que le pusieron en la m… con una botella. Estaba uste’ discutiendo con el contador en la “Excélsior”, se pusieron bravos y uno de los cuates de aquél lo chi…ó a usté por detrás- informó el ayudante.

-Ese hijo de su chin… me lo voy a joder. Vas a ver, Ramón. Esto no se queda así. Pin… ratero. Aparte de todo, se chin… la lana que le dí pa’los impuestos – respondió airado el chatarrero.

-Pos a mí me trajo la chava que trabaja en la oficina del contador unos papeles pa’que uste’ los enseñara en la Tesorería . Ella fue la que me dijo que estaba usté aquí y por eso vine- informó el ayudante. – A’i stá su señora afuera -.

-¿Y por qué ching.. no la pasastes? – inquirió Efrén.

– Pu’s, porque no dejan más que pasar a uno – contestó Ramón.

– ¡Sácate a la chin… y tráimela! – gritó Efrén.

Momentos después la mujer del chatarrero estaba de pie junto al camastro. No había tenido tiempo ni de quitarse el “delantal” cuando le avisaron que su marido “había tenido un accidente” y estaba en Traumatología de La Villa.

-Ay, viejo. Mira como te dejaron esos desgraciados – dijo la mujer, enjugando sus lágrimas con un ajado paliacate.

-No se afane, mi Soco. Más feas las hemos visto y se han casado – bromeó Efrén, procurando reconfortar a su esposa.

Socorro Vivas, hija del dueño de la tienda mixta de San Juan Capulhuac, había sido la madrina del equipo de futbol donde jugaba Efrén cada sábado por la tarde. Su romance había transcurrido en la penumbra. Don Julián y Doña Mercedes, padres de la muchacha, sólo se enteraron de la existencia del joven al darse cuenta que Socorrito estaba “cargando criatura”.

La boda se dio en la Iglesia de la Inmaculada. Todo San Juan asistió. El Padre Velasco, titular de la Diócesis, ofició la ceremonia. El banquete tuvo lugar en los “amplios salones de fiestas Emperador, categoría y calidad de primera”, amenizado por la banda “Chicko’s” y los “ Jaguares del Norte”.

Desde el primer día, Efrén se propuso sacar adelante su matrimonio. Como “machetero”, cargaba la chatarra al camión del señor Solórzano, y cuando no había trabajo, lavaba autos frente al Deportivo Juárez.

La viuda de Álvaro Pineda, un comerciante vecino de San Juan Capulhuac, puso a la venta los vehículos que dejó su difunto marido.

Efrén, aprovechando la amistad que había tenido con el tal Álvaro,  convenció a la viuda que “le soltara” uno de los camiones. Al poco tiempo ya se encontraba comerciando con desperdicios, con ahínco tal que logró pagar su adeudo en poco tiempo. De ahí en adelante, las cosas rodaron a su favor, al grado que  Julián, su suegro, firmó como aval en la compra del  terrenito en el cual Efrén  inició el negocio “Aceros y Metales” con Socorro Vivas como titular propietaria.

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Una semana después del incidente en el cual Efrén terminó conmocionado y en calidad de paciente en “Traumatología de la Villa”, el chatarrero volvió a la actividad, prometiéndose no volver a perder la paciencia y controlar su ira…

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