yom-kipur

RABINO MARCELO RITTNER

Kol Nidrei 5774

Enlace Judío México/ Como quien comete una travesura, imaginé que abrí mi fólder y, para suerte de ustedes, en lugar de encontrar mi prédica, encontraba un carta que Dios nos había enviado y que comenzaba justamente con estas palabras de la canción de Arik Einstein que originalmente escribió cuando el soldado cautivo Gilad Shalit regresó a casa: “Kama tov shebata habaita, kama tov lirot otja, shuv. Qué bueno que hayas vuelto a casa, qué bueno es volver a verte. Saper ma nishma, saper ej she haiá… Cuéntame cómo andas, cuéntame cómo estuvo, por qué no me escribiste. ¿La pasaste bien?, ¿hiciste cosas nuevas?, Af kama she tov ata kan. Kama tov she bata elai. Lo bueno es que hayas vuelto a casa! ¿Estás un poco más feliz? ¿Pensaste en mí? ¿Has madurado? ¿Te sorprendió encontrar aquí tus promesas olvidadas desde Neil del año pasado? ¿Dirías que fue un año difícil, verdad? También para mí, créeme. Mis hijos me dan tzures, no me visitan, a no ser hoy o, naturalmente, cuando necesitan algo. Ustedes me entienden ¿verdad? Finalmente, ustedes son idishes mames y tates, y yo, yo soy a idisher Got!!

Kama tov she ata kan. ¡Qué bueno que estás aquí! ¡Y qué bueno que estamos juntos!

Un gran maestro, rabí Yaakov Itzja, era conocido como el Vidente de Lublin porque, a pesar de su ceguera física, sus habilidades místicas eran tan intensas que tenía el poder de ver los pensamientos en la mente de otra persona. Uno de sus discípulos lo desafió diciendo que si él tuviera un don como su maestro, él sería mucho más directo en cuanto a quién era justo, y quién, un sinvergüenza. En respuesta, el Vidente de Lublin le concedió sus poderes durante un breve lapso. El discípulo se dedicó inmediatamente a buscar a quienes podía juzgar por lo que estuvieran pensando. El primer hombre que vio caminando por la calle no dejaba de pensar en otra cosa que no fueran mujeres y hombres jóvenes. El discípulo, furioso, se acercó y le dio una bofetada en la cara. La mente del siguiente hombre que vio pasar estaba llena de páginas y páginas de comentarios talmúdicos. El discípulo corrió hacia él, lo besó y lo bendijo.

Cuando regresó a contarle a su maestro lo que había visto, el Rebe se rió y le contó a su discípulo el resto de la historia: el hombre al que le diste una bofetada porque estaba pensando en los hombres y mujeres jóvenes es un shadjen, un casamentero, y es responsable de crear gran alegría en el cielo. Y el que besaste es un hombre simple que trabaja como encuadernador. Por ello, lo que ve son páginas y páginas de libros sagrados que pasan ante sus ojos todos los días, pero no sabe leerlos. El Vidente de Lublin quitó el poder a su discípulo y le explicó que para juzgar a otro, no se trata solo de ver, sino de entender el significado de lo que se ve.

Sobre esta idea hace algunos meses compartí un video de YouTube que me conmovió y que —según entiendo— también conmovió a ustedes. Mostraba a diferentes personas en movimiento en un hospital —en la entrada, en la escalera, en el elevador, en salas de espera, en cuartos—, y mostraba en qué estaban pensando, qué sentían en ese momento.

Su preocupación, sus temores, esperanzas, sueños, sus promesas, su fe, su dolor, su pregunta sin respuesta, sus cuentas por pagar, su mañana sin seguro de vida. Algunos agradecían una nueva vida que llegó o tal vez una nueva oportunidad. Otros rompían en lágrimas por una muerte que los sorprendió. Mostraba a algunos temiendo la vejez, la soledad; otros, luchando contra una enfermedad que amenazaba su vida, y a varios rezando para que los resultados salieran bien. Como lo dijera el Vidente de Lublin, para juzgar a otro, no se trata solo de ver, sino de entender el significado de lo que se ve. Cuando veas a la persona, también ve al ser humano que hay dentro de ella.

Algo similar ocurre la noche de Kol Nidréi. Desconocedores y temerosos de nuestro destino, con nuestra póliza de vida sin renovar nos presentamos ante Dios para ser juzgados. Suplicamos que nos inscriba y nos selle en el Libro de la Vida, a nosotros y a nuestros seres queridos. Rezamos para que en su calidez y compasión, nos permita tener una nueva oportunidad. Reconocemos nuestras fallas e imperfecciones, la falta de méritos, pero confiamos en su misericordia.

Y en este ritual anual volvemos a congregarnos atraídos por una melodía que nos une a generaciones que nos antecedieron, quienes nos enseñaron el valor de la palabra, el valor de la familia, el valor de ser judíos, la importancia de pertenecer y el valor de la vida. Los veo, los reconozco. ¡Tantos años compartiendo sus vidas! Observo sus rostros y veo a cada uno con sus pensamientos, sentimientos, temores y esperanzas. ¿Quién eres, en qué crees, a qué temes? ¿Podrías respondértelo?

Y, como puede ser agotador y hasta desalentador descubrir de nuevo lo poco que sabemos sobre nosotros mismos —pero queriendo dar la mejor impresión—, usamos un nuevo síndrome de la sociedad contemporánea: Photoshop. Para los que no conocen esta aplicación, ella nos permite retocar y retocar una fotografía hasta hacerla perfecta. Aspiramos a ocultar totalmente la imperfección. Y vivimos pretendiendo mostrarnos perfectos, completos, realizados, pero la verdad es que apenas nos engañamos a nosotros mismos.

Si quieres utilizar la oportunidad de este día no te enfoques en lo negativo, en lo superficial, en lo que tu espejo refleja. Si verdaderamente quieres un cambio, debes permitir su presencia en tu vida, debes estar abierto a una reflexión sincera, a un auto examen sin retoques en el alma. Debes volver a creer. Debes creer en ti misma, en ti mismo, en el poder de tu plegaria. Debes creer que Yom Kipur puede ser el comienzo de una nueva vida; que así como Dios te dará una nueva oportunidad, así Él podrá revivir en ti sueños muertos, anhelos postergados, temores que te han paralizado, en tu matrimonio, en tu relación con tus padres, con tus hijos, tus amigos, contigo mismo…

Hoy es cuando Dios pregunta ¿De quién es esta vida llena de sueños, posibilidades, risas, amor y esperanza? Y es también hoy, cuando un ángel se asoma a tu vida y te susurra: “Es tu vida, si tienes el valor de vivirla. Es tu vida, si fueras capaz de abrir tu ser a Dios y a ti mismo”. Porque cada vida tiene un propósito, cada vida tiene un corazón y un rostro. Y cada viaje tiene un sentido. Por ello hoy, Photoshop no funciona.

Porque el autoengaño nunca es recomendable. Hoy, cuando se juzga y determina nuestro destino, no podemos presentarnos con retoques. No funciona, porque Dios no se impresiona con una elaborada apariencia externa. Dios observa al ser humano que hay dentro de ti y juzga. O como lo dijera el Vidente de Lublin, “para juzgar a otro, no se trata solo de ver, sino de entender el significado de lo que se ve”. Y ahí es donde se produce el auténtico encuentro entre tú y Dios. Imperfecciones y fracasos sin maquillajes, el alma sin retoques, el miedo al miedo, tan solo el verdadero tú.
Y entonces, la sinceridad de tu corazón, la autenticidad de tus palabras, la humildad de reconocer tus faltas e imperfecciones y, especialmente, la teshuvá pueden conmover a Dios para darte una nueva oportunidad. Día con día aprendemos que vivir no es una tarea sencilla, que relacionarnos con otros o con nosotros mismos no es tan simple. Día con día aprendemos que la vida no se asemeja a un paseo por la playa, sino a un viaje por la montaña.

Yom Kipur es el día de entender la urgencia de vivir y de ser conscientes de nuestra fragilidad. Rezamos por poder vivir felices, en paz. En las palabras del poeta: Adam tzarij ktzat makom baolam…“El hombre debe tener un pequeño lugar en el mundo, debe tener palabra, un amor inolvidable, una voz auténtica al rezar, un instante perfecto, poder dar y recibir, velo lefajed mehapajad, y no tenerle miedo al miedo…”. No rezamos por el éxito o por la fama o por ser perfectos. Rezamos por las cosas sencillas que nos llenan y dan belleza y sentido a nuestra vida. Rezamos por un pequeño lugar en el mundo. Y rezamos como una conversación auténtica que tenemos con Dios, a veces con los otros y a veces con nosotros mismos. Rezamos por medio de la teshuvá como el proceso de recrearnos. Porque teshuvá es nuestra respuesta al amor de Dios; es el esfuerzo a impulsarnos a nosotros mismos a ser mejores de lo que fuimos. Es buscar la presencia de Dios y dejarlo entrar en nuestra vida.

Alguien escribió: “Los cementerios están llenos de sueños incumplidos, innumerables ecos de ‘pude haber’, o ‘debí haber’…, incontables libros sin escribir…, incontables canciones sin cantar… Yo quiero vivir mi vida de forma tal que cuando sea llamado al descanso, sea un descanso necesitado por una vida bien vivida, una canción bien cantada, un libro bien escrito, oportunidades aprovechadas y un amor declarado”.

Por todo ello, este Yom Kipur quiero pedirte que abras tu corazón a Dios, porque Él está observando el tuyo; pedirte, como lo dijera el Vidente de Lublin, que si vas a juzgar a otro, no se trata solo de ver, sino de entender el significado de lo que se ve. Que vivas tu vida y no apenas un eco de ella. Y te deseo que a lo largo de este día, puedas encontrar tu ktzat makom baolam…, tu pequeño lugar en el mundo; velo lefajed mehapajad, y que no le tengas miedo al miedo…”.

Es tu vida, si tienes el valor de vivirla… Kama tov she ata kan. ¡Qué bueno que estás aquí! ¡Y qué bueno que estamos juntos!

Gmar Jatimá tova.