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MAURICIO MESCHOULAM

Enlace Judío México | Era el mes de octubre. La Casa Blanca se había quedado sin un presupuesto autorizado. Por la crisis interna que estaba viviendo, Obama decidía cancelar un viaje en el que además de acudir a Indonesia a la reunión del Foro de cooperación Asia-Pacífico (APEC), efectuaría importantes visitas de estado a Malasia y Filipinas, entre otras cosas para ofrecer su respaldo ante las disputas territoriales que estos países tienen con China. La decisión de cancelar el viaje, decía The New York Times, “está estropeando la muestra de apoyo del señor Obama para dos países del sureste asiático que han vivido mucho tiempo bajo la sombra de China. Y está minando su esfuerzo más amplio de colocar a Asia en el corazón de la política exterior estadounidense”. Beijing, por supuesto, aprovechaba la ocasión y hacía gala de todo su protagonismo en aquella cumbre.

A pesar de que el secretario de Estado, Kerry, sí acudió a esa reunión del APEC, la ausencia del mandatario estadounidense fue interpretada como una seña más de debilidad y del repliegue relativo de Washington de los asuntos globales para reorientarse hacia cuestiones internas más prioritarias. No es que Obama no haya querido ir, hacerse presente y ofrecer su respaldo a estos países, se decía. Simplemente no le era posible estar atendiendo su crisis político-financiera y, a la vez, mostrarse como el gigante capaz de contener al coloso chino.

Es decir, todo parte de un potencial declive relativo en las capacidades de Estados Unidos para exhibirse como la superpotencia única y dominante, en parte por factores internos como su déficit e insostenible endeudamiento, y en parte por la emergencia de otros actores, algunos estatales y otros no estatales, que han podido contenderle espacios y territorios.

Esto ha venido generando temor en viejos aliados que perciben que Washington no estará siempre ahí para defenderles. Pero por otra parte hay otra percepción que se ha estado construyendo a lo largo de los años en el seno de potencias rivales a Estados Unidos como China. Wang Jisi, un analista, quien ha sido consejero del Partido Comunista Chino y del Ministerio de Asuntos Exteriores de ese país, coautor del libro Haciendo frente a la desconfianza estratégica EU-China, indica que entre la élite de Beijing, Estados Unidos es percibido como una potencia en franco declive. Así, estimando una incapacidad (e indisposición) de Washington para contenerla, China ha considerado que le es posible reclamar territorios en su región que se encuentran en disputa desde hace décadas.

Como resultado, a lo largo del 2012 y 2013 hemos visto una serie de factores tendientes a hacer de esa región del mundo una zona sumamente conflictiva. Ante el enojo y reclamo de sus vecinos, China ocupa playas y envía sus navíos a tripular y vigilar mares en disputa. Está en marcha una carrera armamentista sin precedentes.

Corea del Norte sigue trabajando en su programa nuclear. Japón lleva ya algunos años creciendo y sofisticando su poder militar. Corea del Sur, y otros países, también ha tomado decisiones de robustecer su capacidad defensiva y ofensiva.

Esta serie de factores, según parece, ha ocasionado que la Casa Blanca replantee su estrategia para la región. Con este fin, en un contexto de recursos verdaderamente escasos, Washington parece haber decidido que para regiones menos prioritarias como Medio Oriente y África mantendrá una doctrina de repliegue relativo, la denominada “Doctrina Obama”. Ese repliegue relativo permite a la Casa Blanca priorizar sus recursos y destinarlos a otras zonas. Todo parece indicar que para la región asiática Washington ha tomado la decisión de incidir radicalmente sobre la percepción que se ha venido construyendo acerca de su relativa debilidad.
Recientemente China, como parte de su estrategia, declaró una “zona de identificación de defensa aérea” abarcando cielos que se ubican sobre territorios en disputa con Japón. La reacción de Washington fue inmediata.

En abierto desafío a la declaratoria de Beijing, Washington se ha mantenido tripulando la zona aérea y ha decidido desplegar más equipo y personal en la región. Washington está buscando transmitir a China y a todos los países involucrados el mensaje: Estados Unidos no es una potencia muerta. Sigue contando con la fuerza militar más poderosa del planeta. Y está dispuesto a utilizarla para recordar —a sus aliados— que no se ha marchado a ninguna parte, y —a sus adversarios— que la caída de los grandes poderes no ocurre en un solo día.

@maurimm

Internacionalista

Fuente:eluniversalmas.com.mx