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Enlace Judío México | Cornelius Gurlitt acumuló más de 1.500 obras de arte -algunas robadas a judíos en la Alemania nazi- por más de medio siglo.

Algún día, sin duda, Hollywood hará una película.

Un hombre recluido con su colección secreta de arte. En la humedad de su casa, detrás de las persianas, las arañas trepan sobre obras maestras. Hasta que se revela su secreto y se descubre su tesoro.

Quizás ya estén escribiendo el guión. Será una trama policial, por supuesto, algunas de estas obras le fueron arrebatadas a la gente que trasladaban en masa hacia la muerte.

Será un filme de misterio, también: ¿cómo pudo un hombre triste y solitario mantener escondida semejante colección de cuadros por tanto tiempo?

Cornelius Gurlitt vendía alguna pintura cuando necesitaba dinero (sólo algún que otro millón), ¿pero por qué el tan sofisticado mundo del arte no hizo ninguna pregunta? ¿O no querían preguntar por temor a la respuesta?

Será una película con algo de suspenso. Cornelius Gurlitt fue descubierto cuando viajaba en tren entre su casa en Alemania y su banco en Suiza.

Un funcionario de aduanas que abordó el vagón lo registró y vio que llevaba alrededor de 9.000 euros (U$12.300), justo por debajo del límite legal para sacar dinero del país, pero lo suficiente para levantar sospechas y propiciar una investigación en su apartamento de Múnich.

Solo entre los cuadros

¿Pero cómo retratará Hollywood a Cornelius Gurlitt? ¿Es un villano o un personaje trágico, forzado a moverse en secreto con grandes fajos de billetes, volviendo a casa para pasar la vida junto a inanimadas obras de arte?

Quizás Gurlitt es las dos cosas.

Varios de los tesoros habían sido arrinconados en medio de un caos de papeles viejos. El moho creció sobre algunas superficies. El esplendor de la pintura fue opacado por un filtro de polvo.

No es que Cornelius Gurlitt no se preocupara por las obras. De hecho, aquellos que han hablado con él dicen que consideraba a los cuadros sus amigos.

Se sentaba en la oscuridad entre ellos, su única compañía en el mundo tras la muerte de sus padres y de su hermana.

No sabemos si les hablaba, pero da la impresión de que se comunicaba con ellos en lo que deben haber sido solitarias reuniones detrás de las persianas de su apartamento en Múnich y de su casa en Salzburgo.

Es más de lo que pudo sobrellevar. No pudo hacer frente físicamente a la tarea de conservar una colección que es comparable en número a las de muchas de las galerías más importantes del mundo.

La Galería Nacional de Londres, por ejemplo, tiene más de 2.000 obras en su colección.

La de Gurlitt consistía con dos tercios de ese número: 1.200 cuadros en Múnich y 238 en su casa en Salzburgo, de los cuales 39 eran pinturas al óleo.

Su reserva oculta contiene algunas obras maestras tan grandes como para hacer salivar a las casas de subastas pero también muchos dibujos y acuarelas menores. Todos requieren un cuidado que él no pudo darles.

No pudo físicamente pero tampoco emocionalmente. Gurlitt tenía 24 años cuando murió su padre en 1956. En el más de medio siglo que ha pasado desde entonces, el hijo ha vivido bajo el peso de las instrucciones de su padre de preservar la colección acumulada en los años 20, 30 y 40.

El padre, Hildebrand, era un marchante de arte quien a pesar de ascendencia judía, tenía aprobación de los nazis para comerciar con obras de arte, algunas de las cuales eran o bien saqueadas en el acto a familias judías o compradas en condiciones extremadamente desfavorables a personas que intentaban huir para sobrevivir.

El padre murió y el hijo tuvo que hacerse cargo de una herencia que iba a ser un resguardo para su vejez pero también una maldición.

Cornelius Gurlitt se está recuperando ahora de una cirugía de corazón mientras los abogados revolotean a su alrededor.

Polvo

Las obras de arte están siendo analizadas en depósitos seguros por restauradores y expertos que buscan rastrear sus historias. La BBC tuvo acceso exclusivo al depósito de alta seguridad donde ahora se guardan las 238 pinturas que ocultó en su casa de Austria.

Cuando se ven los cuadros en su nuevo entorno, con humedad, temperatura y luz reguladas, el efecto es sorprendente y extrañamente decepcionante.

La llave abre la gruesa puerta metálica y uno ve mesas de caballetes sobre las que descansan obras que se reconocen en seguida de Picasso, Renoir, Monet, Manet, Courbet y Cezanne.

El estilo está allí, pero las pinturas no resplandecen como lo harían en un museo público.

La colección de Gurlitt puede llegar a valer cientos de millones de dólares en subasta, pero el impacto que produce no se corresponde con el valor estimado.

Los cuadros parecen viejos adornos de la casa de un anciano, y eso es exactamente lo que son.

Allí, en la pared, hay un Monet, una de sus muchas pinturas del puente de Waterloo sobre el río Támesis en Londres.

Monet produjo muchas obras como parte de lo que parece un estudio obsesivo sobre el agua de la capital británica, algunas pinturas de esta hermosa serie muestran el brillo de una mañana de primavera, otras la niebla otoñal.

Cuando algunas de estas piezas salieron a subasta en Nueva York, alcanzaron entre U$8 y U$9 millones cada una.

Una de las pinturas parece mostrar la penumbra del invierno, pero es difícil verlo porque está cubierta por una capa de suciedad. Necesita una buena limpieza.

Discreto

Los cuadros y esculturas de Gurlitt se ordenan en tres categorías.

Primero, hay algunas obras que fueron sin duda robadas.

El abogado de Gurlitt, Stephan Holzinger, le dijo a la BBC que su cliente, a quien describe como “una persona muy tímida y muy discreta”, le había dado instrucciones para que estas obras de arte sean devueltas a los descendientes de sus dueños originales.

Segundo, hay obras compradas legítimamente por el padre de Gurlitt en ventas no forzadas, tanto antes de la guerra como antes de que los nazis llegaran al poder.

En tercer lugar, hay pinturas adquiridas durante la guerra. Este tercer grupo es objeto de disputa.

Y en relación a estas pinturas, la ley se moverá despacio.

Gurlitt mantuvo sus cuadros en dos lugares, uno en Austria y el otro en Alemania, así que se aplica las normas de dos países diferentes.

Además, la ley alemana puso un plazo máximo de 30 años en las demandas de los descendientes de quienes sufrieron el robo de obras de arte para que se den a conocer, y ese límite ya ha pasado.

Pero estas pinturas fueron mantenidas en secreto por mucho más de 30 años, ¿cómo iba alguien a reclamarlas?

Deidre Berger, del Instituto Ramer para las relaciones judío-alemanas, dice que esta colección muestra que hay un capítulo muy grande del Holocausto que no ha sido abordado del todo.

“Como estamos viendo con esta historia que se está desenredando y la gran cantidad de arte robado que parece estar involucrada, no hay muchas buenas leyes disponibles para ayudar a la gente a recuperar sus obras”, dice Berger.

“La realidad es que es muy difícil encontrar a los dueños de muchas de estas piezas de arte. Los sobrevivientes eran niños en aquel tiempo. ¿Cómo iban a recordar con precisión un cuadro colgado en su sala hace 70 años?”

Sin embargo, cada obra de arte devuelta a sus dueños originales, dice Berger, es una victoria sobre la era de Hitler.

Fuente:terra.com.mx