Presentación Completa del libro “El Sabor de la Luz”

VICKY JERADE PARA ENLACE JUDÍO

Enlace Judío México | Victor Achar presentó, el jueves 3 de abril, en la Librería Gandhi de Palmas, su obra poética “El Sabor de la Luz”. Lo acompañaron el actor David Ostrosky, la escritora Victoria Dana, la Coordinadora Editorial, Maty Braverman, así como la soprano Conchita Julián y el pianista Carlos Alberto Pecero, quienes interpretaron música del compositor Alberto Askenazi.

Éstas son las palabras de Victoria Dana:

“Debe ser muy incómodo, yo diría que hasta insólito, y para la mayoría vergonzoso, andar desnudo por la calle. Mostrar todas las bondades y qué horror, cada uno de los defectos, muchos que ni nosotros mismos queremos reconocer ante el espejo.

Andar desnudo por la calle es exponerse. Implica sentir encima de nosotros las miradas de extraños, algunos aprobando y la gran mayoría reprobando nuestra desnudez, así expuesta, así ofrecida. Es soportar la crítica directa, a veces despiadada a nuestra persona, a lo que consideramos más valioso y más íntimo.

Ese andar desnudo es no sólo del cuerpo, sino también del alma.

Y sin embargo, los poetas son los únicos que se atreven a desnudarse.

Porque, por ejemplo, los escritores de cuento o de novela, y más aún los dramaturgos, nos vestimos con nuestros personajes, quienes, he de confesar, en el fondo también son nosotros mismos. Pero cuando alguien los critica, alegamos que ellos piensan de acuerdo a su esencia, que las ideas reprobables que expresan no son  nuestras, y sólo las hemos escrito imaginando lo que pensarían ellos. Están ahí en función del personaje, no para expresar lo que los escritores pensamos o sentimos. Según esto,  escribimos lejos de nosotros, hablamos de circunstancias ajenas a nuestras vidas. Bueno, eso decimos…

En cambio, aquéllos que se atreven a escribir poesía, no tienen forma de esconderse. Se muestran en cada palabra: en su palabra desnuda, la primera, la más limpia, la más íntima.

Y con su interior al descubierto, quedan desprotegidos –podrían hasta enfermar de pulmonía-. Los poetas quedan a merced de los lectores: los que implacables, no nos tocamos el corazón para despreciar su alma, vertida en palabras.

Entonces, si eso de andar desnudo es tan difícil, si son sujetos a la incomprensión y a la crítica, ¿para qué exponerse? ¿Por qué no elegir una forma de expresión que no conlleve tanto riesgo, que los haga tan vulnerables? La respuesta es simple: porque en esencia, los poetas son ante todo eso, poetas, y no pueden evitar la pasión que los incendia por dentro: tienen que exorcizarla para purificarse y, como Prometeo, ofrecer el fuego de los dioses.

Según Octavio Paz, la actitud del poeta es muy semejante a la del mago, No se preguntan qué es el idioma o la naturaleza, sino que se sirven de ellos para sus propios fines. Magos y poetas, a diferencia de filósofos y técnicos, extraen sus poderes de sí mismos. [1] Toda operación mágica requiere  una fuerza interior –dice Paz-, que se logra a través de un penoso esfuerzo de purificación. Pues sí, son una extraña especie de Prometeo-Merlín, una mezcla de mito y magia.

Dicen por ahí que la poesía sana, que es “salvadora”, pero si leemos a los poetas malditos, por ejemplo a Baudelaire, su intención no tiene nada de curativa; en ésta, por ejemplo:

EL VINO DEL ASESINO

Mi mujer ha muerto, soy libre!

Ahora puedo beber hasta saciarme

Cuando volvía a casa sin un céntimo,

Sus gritos me desgarraban las entrañas

 Necesitaría para apagar

La horrible sed que me devora

Todo el vino que cupiera en

Su tumba –lo que ya es decir:

La he tirado al fondo de un pozo

Y he lanzado incluso sobre ella

Todas las piedras del brocal

¡La olvidaré si puedo!

 

Y así sigue, despotricando. Aunque este poema tal vez cure a varios, probablemente sería la panacea para muchos mexicanos que conozco… Pero volvamos a la idea: ¿una poesía capaz de sanar? No siempre. Una sola frase de Sylvia Plath nos podría enfermar, como cuando dice:

Soy el centro de una atrocidad

Qué dolores, qué tristezas, debo de estar dando a luz

 

Pero si nos encontramos ante un poeta que además es médico,  alguien  dedicado a apoyar y a servir a sus semejantes, acostumbrado al  contacto constante con el sufrimiento, con la vida, pero también con la muerte, tal vez su visión sea, si no más optimista, al menos más humana, como es el caso de Víctor Achar Sambra. Un hombre muy joven y adulto a la vez, consciente de cómo la vida lo ha bendecido. Tiene a su favor la ingenuidad, como si todavía fuera un niño, porque  no ha perdido su capacidad de asombro, como él mismo lo explica:

Sueño despierto.

Puedo verte conquistar el mundo con esos brazos que pueden cargar el universo y me contagias, en carretadas, de ese sentido de la vida que me despoja de la razón.

 Y la fiebre… En escalofríos de emociones, en éxtasis…

Me hacen gritar, bailar, brincar y besarte,

Después cantamos juntos

Y me enamoras… y no puedo decirle no al universo.

Y comienzo mi día, amando vivir.

    

Lo que más llamó mi atención de su poesía es la sencillez. No deja nada para sí, no esconde nada. Uno puede asomarse y ver su interior a través de sus palabras:

El sentido de mi vida es aquel sentimiento que me hace levantarme cada mañana con la esperanza del triunfo, es aquel pellizco en mi corazón que me despierta una sonrisa… El sentido de mi vida ríe, llora, duerme y me hace soñar…

Y cuando leo sus poemas,  automáticamente  surge la pregunta:

¿Qué significa escribir a flor de piel?

Víctor está atento a los sentidos, se abre a la caricia, ejercita el tacto, está atento al olfato y nos enseña a degustar, con cada papila dispuesta, el universo cotidiano.

Pero el mundo entra también  por la mirada. Achar percibe con sencillez, se ciñe a las primeras impresiones y nos permite compartir su universo interior, el que ofrece en sus letras como un agradecimiento. Porque a pesar de reconocer su condición de ser en soledad, una condición de la que no escapamos ninguno, su alegría y su deseo de vivir parten de la unión con el Otro: su familia, sus padres, su esposa y su hija.

La gente pasa por mi vida

Como viajeros en un aeropuerto

Y no puedo evitar

A pesar de lo cálido de un abrazo

el sabor de una mirada o un amanecer

El sentirme completamente solo.

 

¿Es posible, entonces, saborear la luz?

Víctor, a través de sus letras, desea convencernos de que sí, es posible saborear la luz y según él, sabe a granos de gloria, a mieles del paraíso, pero también a lagos de tristeza arrancada. ¿O será que, al saborear la luz, sabe a mujer?

Daría un mundo por sumergir mis labios

en la seda blanca que descansa en tu cuello

arrancarte un grito y asaltar el silencio

cuando del manantial de leche que guardas

en los pechos mi boca saciara de beber.

 

Quisiera terminar con una frase de Esther Seligson:

 

Le faltan letras al alfabeto, dices, para poder formar los nombres de tantos sentimientos inexpresables, inexpresados en la escasez de palabras, y yo te digo que nos falta vida, que pesan demasiadas añoranzas para tan poco tiempo, que bullen demasiadas ansias en tan poco espacio…

     

Esperemos, Víctor, que Dios nos conceda vida para seguir creciendo, para seguir creando, que mantengamos la mirada abierta, sensible, compasiva.

Que nuestra humanidad se mantenga intacta, para cumplir con la misión que nos ha sido otorgada, ofreciendo lo mejor de nosotros mismos.

 


[1] Paz Octavio, El arco y la lira, pag 53 FCE