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IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO

Enlace Judío México |Uno de los más grandes enigmas para la arqueología bíblica es la datación exacta del Éxodo. Aparte, naturalmente, está la diatriba respecto a cómo pudo ser el proceso histórico completo -se sabe que la perspectiva del texto bíblico se limita a énfasis muy precisos, y de ningún modo es un recuento exhaustivo; prueba de ello son los temas de los Aviru y los Hiksos que ya hemos analizado previamente-.

El texto bíblico sólo nos da un dato preciso para calcular la datación del Éxodo: “En el año cuatrocientos ochenta después de que los hijos de Israel salieron de Egipto, el cuarto año del inicio del reino de Salomón sobre Israel, en el mes de Zif que es el mes segundo, comenzó él a edificar la casa del Señor” (I Reyes 6:1).

Asumiendo el dato -cuestionable, como todo- de que el Templo de Salomón fue construido alrededor del año 960 AEC, entonces el Éxodo habría acontecido hacia el año 1440 AEC.

¿Es verosímil la datación?

En términos de precisión, no. En el año 1440 AEC estaba en su apogeo el reinado de Tutmosis III (1466 a 1412 AEC), el faraón más poderoso de la Dinastía XVIII, que extendió las fronteras del Imperio Egipcio como ningún otro rey, y que impuso su dominio absoluto en toda la región de Canaán. Por lo tanto, imaginarnos el Éxodo en ese momento de la historia significaría suponer que los israelitas huyeron de Egipto para trasladarse a… territorio egipcio.

No tiene sentido.

Pero hay algo interesante en los dos gobernantes que sucedieron a Tutmosis III. El primero fue su hijo Amenofis III, que aunque no continuó con la política militar de su padre, simplemente se dedicó a administrar su gran imperio. A su muerte, el trono fue ocupado por su hijo Akhenatón, quien -como ya mencionamos en la nota anterior- fue un pésimo administrador y poco a poco perdió el control de Siria, conquistada por los hititas, si bien conservó el control de Canaán aunque no con el rigor que se tuvo en tiempos de su padre y su abuelo.

¿Qué es lo más interesante aquí? Que Amenofis III y Akhenatón estuvieron involucrados en un proyecto de reforma religiosa. El primero se distanció del poderoso clero del dios Amón, y empezó a fomentar el culto al dios Atón -el Disco Solar-. Su hijo -originalmente llamado Amenofis IV pero que cambió su nombre a Akhenatón justamente por su devoción al Disco Solar- intentó imponer una práctica monoteísta dedicada exclusivamente a Atón. Su fracaso estuvo inmerso en todo un conflicto religioso que desagarró a Egipto durante varias décadas, que concluyó con el reposicionamiento del clero de Amón, pero que de todos modos significó el inicio de un período de decadencia que concluyó con la llegada de una nueva dinastía de origen semita al poder.

Hay más detalles interesantes: Akhenatón tuvo severos problemas en relación a la sucesión al trono, debido a que muchos de sus hijos (la mayoría, mujeres) murieron en la infancia. Se han propuesto dos hipótesis: una sería que su esposa Nefertiti habría padecido -y transmitido- una enfermedad congénita. La otra -más aceptada entre los especialistas- que murieron como consecuencia de una plaga.

El hecho es que al morir Akhenatón hubo un período de inestabilidad política, y no está claro qué fue lo que sucedió: se sabe de un personaje llamado Semenejkara que, en los registros egipcios, aparece llevando los distintivos reales, lo que implica que era el gobernante supremo. Lo que no se sabe es si fue un hijo de Akhenatón y alguna de sus esposas secundarias, un hermano de Akhenatón, o incluso la misma Nefertiti asumiendo el poder y presentándose como hombre en los registros reales (esta última opción es la menos factible, a gusto de muchos especialistas).

De cualquier modo, Semenejkara gobernó no más de tres años, y a su muerte el poder recayó en el único descendiente real, un niño de apenas 9 años: Tutankamón.

El severo problema que tenemos para poder reconstruir esta etapa de la historia de Egipto es que el clero de Amón, una vez que recuperó todo su poder tras el fracaso de las reformas de Akhenatón, se encargó de que los siguientes gobernantes destruyeran una gran cantidad de crónicas y registros de este rey.

¿Es verosímil ubicar el Éxodo en esta etapa?

Tiene sus ventajas: durante el reinado de Akhenatón, el control sobre las provincias cananeas se relajó bastante, por lo que una huída hacia esa zona ya no resulta inverosímil como sí lo es en el tiempo de Tutmosis III. Por otra parte, la “muerte del primogénito” mencionada en el Éxodo como la décima plaga bien podría tener un vínculo con las enfermedades que diezmaron a los hijos de Akhenatón, e incluso estaría en perfecta sintonía con el hecho de que al final la sucesión recayera en un niño -también enfermo- a falta de una mejor opción.

Por otra parte, nos ofrece un contexto muy interesante en el cual se puede releer el fenómeno del Éxodo de una manera por demás atractiva: la liberación de Israel de Egipto habría sido apenas un componente en un panorama político y religioso más complejo. Por un lado, estaría enmarcada en todo un intento de revolución religiosa cuyo objetivo habría sido la institucionalización de un proto-monoteísmo. Akhenatón habría sido el líder del grupo que intentó imponerlo en Egipto, fracasando. Moisés, el líder que buscó otra alternativa para llevar a buen éxito esta empresa. Vale la pena señalar que esta posibilidad ya la habían señalado especialistas de disciplinas alternativas como Sigmund Freud y Joseph Campbell.

Como dato extra, la conquista de Canaán por los israelitas habría estado enmarcada en el contexto de las pugnas entre egipcios e hititas por el control de la zona.

Estos puntos merecen ser analizados a más detalle (y lo haremos en las siguientes notas), pero por el momento vamos al otro extremo: las objeciones.

Si nos atenemos a la cronología ofrecida por el propio texto bíblico, tenemos un severo problema con esta datación: nos coloca muy lejos de los cuatrocientos ochenta años señalados por I Reyes 6:1 como distancia temporal entre el Éxodo y la construcción del Templo de Salomón.

Akhenatón reinó entre 1339 y 1322 AEC, y la fecha aproximada que obtuvimos a partir del cálculo de I Reyes 6:1 fue el año 1440 AEC. Estamos, entonces, a más de un siglo de distancia.

Y hay otro detalle que resulta chocante en varios sentidos: Éxodo 1:11 señala que el “nuevo faraón que no conocía a Yosef” obligó a los israelitas a construir las ciudades de almacenaje de Pitón y Ramsés. De este dato, se ha deducido la idea -que incluso podemos llamar “clásica”- de que el faraón del Éxodo fue Ramsés II, bajo cuyo gobierno se construyó la ciudad Pi-Ramsés.

¿Qué tan verosímil es ubicar el Éxodo en la época de este otro faraón?

Al igual que Tutmosis III, Ramsés II extendió enormemente las conquistas egipcias, y sólo se topó con pared cuando enfrentó a los hititas en la batalla de Kadesh, una locación ubicada en la actual zona fronteriza entre Siria y Líbano.

Esto nos pone en un problema semejante al que ya tuvimos con Tutmosis III: si Ramsés II tenía el pleno dominio de Canaán, resulta absurdo imaginar el Éxodo durante su largo reinado (en total, sesenta y siete años), ya que tendríamos la misma situación de israelitas huyendo de Egipto para ir a territorio dominado por… Egipto.

Pero la situación cambia con sus sucesores: Meremptah -quien ascendió al trono a una edad muy avanzada debido a la gran longevidad de su padre- fue el primero en enfrentar las invasiones de los Pueblos del Mar, y ni siquiera se pudo dedicar al control de lo que su padre había conquistado. Con los dos siguientes faraones -Amenmeses y Sethi II- el poder egipcio se fue desmoronando, y ni siquiera fueron capaces de apoyar a los hititas (desde tiempos de Ramsés II, aliados de Egipto) en su debacle catastrófica (provocada por la invasión de otros grupos también identificados como Pueblos del Mar).

Después, el trono fue ocupado por Siptah, otro niño-faraón con severos problemas de salud que, al igual que Tutankamón, murió muy joven, tras lo cual el poder quedó en manos de la reina Tausert, con quien colapsó la Dinastía XIX y, en términos generales, el poderío egipcio.

Es un panorama sugerente: el colapso absoluto de Egipto bien puede cuadrar con la narrativa del Éxodo, y la incapacidad de Meremptah, Amenmeses, Sethi II, Siptah y Tausert bien pueden ajustarse a una huida de los israelitas a Canaán, territorio oficialmente egipcio pero, en términos prácticos, fuera de control.

Ahora, en este caso no habría que contextualizar el Éxodo como parte de los conflictos entre egipcios e hititas (que tras la batalla de Kadesh se habían vuelto aliados), sino en el de las invasiones de los Pueblos del Mar (de los cuales el más importante para la narrativa bíblica fue el filisteo).

Pero volvemos al mismo problema que en el caso anterior: Ramsés II reinó de 1279 a 1213 AEC, por lo que colocar el Éxodo después de su reinado nos pone todavía más lejos de los cuatrocientos ochenta años mencionados por I Reyes 6:1. En realidad, en este punto ya perdimos doscientos cuarenta años (de 1440 AEC al 1200 AEC), y hemos reducido la cifra a la mitad.

¿Qué más tenemos? Existe una gran cantidad de información que, de un modo u otro, se puede relacionar con los relatos bíblicos del Éxodo.

Las más destacadas fuentes son las siguientes:

Las llamadas Cartas de Amarna, escritas por un rey cananeo que pide ayuda al faraón a causa de los constantes ataques de Aviru. Muchos han visto en eso una referencia al proceso de conquista hebreo del territorio de Canaán.

El Papiro de Ipuwer, o Papiro de Leiden I-344, en donde se hace una descripción notablemente similar a la del Éxodo: Egipto está en colapso a causa de diversas plagas (oscuridad, el río convertido en sangre, el ganado muriendo), y ha sido saqueado por esclavos que huyen.

El London Medical Papyrus, que también refiere que el Nilo se ha vuelto rojo, pero que agrega que la gente está sufriendo quemaduras a causa de ello.

La Estela de Ahmosis I, conocida también como la Estela de la Tormenta, que describe un episodio muy similar a la plaga de oscuridad referida por Éxodo. Nótese la similitud: “… los dioses hicieron venir del cielo una tempestad de lluvia causando oscuridad… la tormenta se desató con un rugido mayor que el de la muchedumbre, más grande que las cataratas en Elefantina… nadie fue capaz de encender las antorchas en ningún lugar. Su majestad dijo: ¿cómo estos acontecimientos sobrepasan el poder del gran dios y la voluntad de los dioses?…” (traducción citada por Carlos Ruíz Saldívar en su libro Esbozo de la Historia de Israel, Universidad Veracruzana 2013).

Y, finalmente, toda la investigación que se ha hecho en torno a la explosión del volcán de Santorín -una de las más violentas en toda la Historia-, debido a que muchas de las plagas referidas en el Éxodo bien pueden coincidir con los efectos geológicos provocados por una erupción volcánica de grandes proporciones.

Sin embargo, toda esta evidencia complica más el panorama por una simple razón: no se puede asociar, ni siquiera cronológicamente.

Por ejemplo, las Cartas de Amarna siguen sometidas a debate ya que no queda claro si fueron enviadas a Amenofis III o a su hijo Akhenatón. En cualquiera de los casos, identificar a los Aviru que están asolando Canaán con los israelitas en su fase de conquista resulta imposible, ya que la presuposición de la que partíamos era que el Éxodo habría sido durante el reinado de Akhenatón, por lo que la conquista de Canaán habría comenzado cuarenta años después, lo que nos ubicaría en el reinado de Seti I. En ese panorama, no tiene sentido hablar de Aviru atacando Canaán en tiempos de Amenofis III o Akhenatón.

Hay un problema extra relacionado con las Cartas de Amarna: allí se menciona que grupos de Aviru están asolando Canaán. Pero después de eso, no existe evidencia arqueológica que sustente la idea de que un grupo semita -los Israelitas, concretamente- conquistaron Canaán. La única conquista de Canaán llevada a cabo por semitas (en cierto modo) es la reconquista egipcia ocurrida durante el gobierno de Ramsés II, faraón de origen semita.

Respecto al Papiro Ipuwer, hay una amplia aceptación entre los especialistas respecto a que si bien datan del siglo XIII AEC, registran eventos notablemente más antiguos, factiblemente relacionados con el final de la Dinastía XII, hacia el año 1800 AEC, y donde las desgracias estarían relacionadas con la invasión de los Hiksos.

Respecto a todo lo que se ha especulado sobre la posible relación entre la explosión de Santorín y el Éxodo (que incluye la Estela de Ahmosis I y el Papiro London Medical), el detalle es que dicha explosión tuvo lugar hacia el año 1500 AEC, por lo que resulta anacrónico identificar las plagas del Éxodo durante el reinado de Tutmosis III (hacia 1440 AEC, nuestra primera opción basada en la cronología de I Reyes 6:1), y definitivamente imposible en los reinados de Akhenatón (un siglo después) o Meremptah o Sethi I (otro siglo después).

Muchos analistas han intentado solucionar el problema, y en términos generales las estrategias han ido por dos caminos, dependiendo de la postura.

Quienes defienden la historicidad simple y llana del Éxodo han intentado construir argumentaciones donde todas las evidencias arqueológicas, de un modo u otro, coincidan en un mismo tiempo y lugar. Hay que decir que, inevitablemente, han propuesto hipótesis definitivamente frágiles y forzadas que carecen de sentido y no son apoyadas por casi ningún especialista.

En el otro extremo, están los que simplemente tachan el relato bíblico como una ficción legendaria basada acaso en algún evento histórico, pero construida sin rigor histórico por los autores judíos del siglo VI AEC.

Ambas posturas tienen un severo defecto: intentan resolver arqueológicamente problemas que también tienen que ver con Crítica Textual, una disciplina independiente que tiene sus propias reglas.

Y aquí el asunto no tiene vuelta de hoja: el Éxodo es, en primer lugar, un problema de Crítica Textual, no de Arqueología. ¿Por qué? Porque lo que tenemos es un documento, no evidencia arqueológica.

Entonces, para empezar a descifrar el entuerto, tenemos que partir de lo que la Crítica Textual nos aporta, para luego revisar lo que la arqueología ha descubierto.

¿Por qué tiene que ser en ese orden? Ya se mencionó en una nota anterior: el texto base para este asunto (el Éxodo de la Torá judía) es un documento israelita; la arqueología, en cambio, se está haciendo en Egipto. Hay un mundo de diferencia entre un ambiente y otro, por lo que resulta absurdo intentar abordar directamente el tema del Éxodo israelita en la arqueología egipcia (por mucho que todo el relato inicie en Egipto).

Basta con recordar, por el momento, la explicación de William Dever sobre la memoria histórica de cualquier nación o pueblo: la memoria colectiva, al igual que la memoria personal, es selectiva. Nunca, sin excepción, es absoluta e integral. A la par de las cosas que se recuerdan, están las que se olvidan.

Eso marca el primer límite de la arqueología a la hora de analizar un documento que registra una memoria escrita (la que sea, del grupo que sea): el documento registra lo que se recuerda, pero omite lo que se olvida (perdón por aclarar algo tan obvio). La arqueología, por su parte, desentierra lo que puede, y en muchas ocasiones -acaso la mayoría- son objetos relacionados con lo que la memoria colectiva olvidó, y por ello el complejo trabajo de clasificarlos e identificar el lugar que les corresponde.

A eso hay que agregar el otro detalle: el Éxodo es la memoria histórica de una colectividad (Israel), mientras que la arqueología de la que hemos hablado es la que se hace en relación a otra colectividad (Egipto).

Por eso es que, en términos objetivos, la evidencia arqueológica que mencionamos hace unos párrafos nos deja exactamente en el mismo lugar y con las mismas preguntas.

Entonces, es hora de regresar a la Crítica Textual. A partir de la próxima nota, vamos a revisar ciertos rasgos de la narrativa bíblica para empezar a ponerle orden al asunto. Es un ejercicio interesante y que puede aportar muchas cosas.

Simplemente, recuérdese cómo en notas anteriores el simple análisis del caso de los Aviru y los Hiksos nos permitió acercarnos un poco a lo que debió ser el perfil de los relatos del Génesis y del Éxodo en su contexto original, algo muy distinto a lo que nosotros leemos y encontramos allí.

En la próxima nota, comenzaremos con una idea que ha fascinado a muchos especialistas y que, como todo, tiene sus ventajas y desventajas, por lo que vale la pena revisarla:

¿Acaso hubo dos éxodos?

Hasta la próxima.