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sábado 05 de octubre de 2024

Un dictador de andar por casa

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JAIME JESÚS GUERRERO

Enlace Judío México | Elisabeth Kalhammer, parte del servicio de Hitler, cuenta los aspectos privados del Fhürer y su vida cotidiana tras las puertas de su hogar.

Pastelitos de nueces con pasas y agua tibia. Estas dos “manías” eran parte de las debilidades más intimas de Adolf Hitler, el dictador que tomó gran parte de Europa para su sueño nazi de propagar la raza aria sobre sus dominios. Intentó exterminar a todos los judíos que se encontraban sobre suelo alemán, el cual se propagó a varias regiones de Francia, Polonia y más partes de Europa, en su afán por conquistar y “limpiar” sus dominios de todo aquello que consideraba inferior a sus ideales, políticas y filosofías. Sin embargo, en el día a día de este mandatario germano, se escondía en los muros de su casa la faceta más humana y costumbrista de este personaje a ojos de una chica, en aquel entonces, de su servicio personal; Elisabeth Kalhammer.

El Fhürer solo podía tomar agua caliente a causa de unos problemas en el bazo, que estuvo arrastrando hasta el final de sus días. Por lo tanto, realizar una dieta equilibrada y al gusto del máximo mandatario del país no era tarea sencilla, aunque reconoce que el ambiente de trabajo era amable, como su jefe. Nunca cruzó palabra con él, pero reconocía en su persona a alguien cercano, pero serio y recio. Era una figura tranquila y taimada, por lo general, pero siempre distante, según da a entender esta mujer, que a pesar de sus 89 años, recuerda con claridad esos días del pasado donde la rectitud y lo correcto era lo primordial.

Nada más llegar a la residencia de Obersalzberg, ya se dio cuenta que era distinta a las demás o a la idea que llevaba establecida de una entrevista de trabajo normal. Rememora las palabras que le dijeron al esperar sentada, con el resto de candidatas, a que llegara su turno: “Puedes pensar, pero no hablar”. Causaron gran impacto en ella, ya que por aquel entonces no era más que una joven de 18 años que buscaba ayudar a la maltrecha economía de su familia, a pesar de desoír el consejo de su madre para que no aceptara el puesto.

«La señora de la casa»

Ella comenzó su andadura por los pasillos de los aposentos de Adolf Hitler en 1943, y no abandonó sus obligaciones hasta el fin de la guerra, cuando el peligro del bombardeo de la zona donde se encontraba la residencia de descanso del dictador. Allí vivió una época en la que tuvo experiencias muy interesantes, además de ver en primera persona el carácter de una de las personas con más influencia del momento, también conoció a todos aquellos que le rodeaban. Fue testigo de las relaciones que guardaba con cada uno, pero en especial, con su novia Eva Braun.

Nunca los vio juntos como matrimonio, aunque vivían como tal, pero esta pareja no se casó hasta los últimos instantes de la caída de su imperio.

Sin embargo, mantuvo una relación directa con Eva, ya que actuaba como “la señora de la casa”. Organizaba el servicio y repartía las tareas entre las encargadas. Delegaba las obligaciones e incluso orientaba todo de tal forma en la que el Führer se pudiera sentir más cómodo. Dejaban su pastel favorito de nueces y pasas hecho en la cocina pero no servido en la mesa, para que en sus paseos nocturnos el pudiera picotear con naturalidad, al igual que
mantenían la sala de cine impecable, para que pudiera disfrutar de ella a cualquier hora del día ya que era un gran amante del séptimo arte.

Era un ambiente correcto de trabajo pero estricto, ya que recuerda que al romper un vaso en una ocasión, le recortaron varios días libres de los que disponía, pero nunca se sintió en una atmósfera inapropiada por lo general. Una mujer que deja reflejada en la entrevista al ‘Salzburger Nachrirchten’ las curiosidades más personales del canciller alemán, que contrastan la figura de un dictador inflexible y regio cara al público, con la de un hombre que no solía levantarse de la cama antes de las 14.00 horas del mediodía.

Fuente:elnortedecastilla.es

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