PEDRO SALMERÓN SANGINÉS

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Los antropólogos contemporáneos han llegado a un consenso: no existen las razas humanas. La idea de las razas es un producto ultrasimplista de la era del descubrimiento y el imperialismo eu­ropeo [para] justificar su expansión y su colonialismo, como señala en una síntesis muy clara el periodista Mauricio-José Schwarz.

Las categorías científicas inventadas en el siglo XVIII para justificar la dominación (y exterminio) de sociedades enteras encontró ecos cipayos entre las élites de las colonias y las semicolonias que, a su vez, mantenían la opresión y la segregación fundados en argumentos racistas. No existen las razas, pero sí el racismo como elemento de dominación.

Todas las semanas hay noticias sobre feminicidios y crímenes contra migrantes centroamericanos. Todos los días hay datos de la destrucción del patrimonio de los pueblos a manos de trasnacionales (y eso que no han llegado Texaco ni Mobil) o del ataque a comunidades zapatistas, y fingimos no saber que en la base de esas cotidianas atrocidades, además del interés económico, está el racismo.

Esa es la forma principal que asume el racismo en México: una situación social y económica de desigualdad, junto con una serie de representaciones del grupo sometido elaboradas a lo largo del tiempo por quienes dominan y estructuradas alrededor de la idea de raza (César Carrillo Trueba, El racismo en México).

Pero, además del racismo como justificación de la opresión, existen en México otras formas de racismo: la xenofobia, particularmente contra los españoles (que en algunos grupos mexicaneros alcanza tonos fascistas) y los estadunidenses (donde se identifica a los ciudadanos de la Unión Americana con la política exterior de su gobierno), y el antisemitismo o judeofobia, que por un lado repite el prejuicio anterior con mayor agudeza al pretender identificar a una colectividad con la política exterior del Estado de Israel y por otro tiene sus propios mecanismos. Como recientemente señaló el historiador Jean Meyer, el odio a los judíos ha dejado de ser vergonzoso y es cada día más abierto, sin tapujos ni complejos.

El antisemitismo es un elemento discursivo que unifica a nazis, ultramontanos y antisionistas de izquierda. Al disfrazarse de antisionismo, el racismo de cierta izquierda nacionalista olvida que numerosos mexicanos de origen judío rechazan la ocupación israelí de los territorios palestinos.

El antisionismo no es otra cosa que un mal disfraz del agresivo prejuicio racial que ha ido creciendo en México, hasta adquirir tintes de odio que se expresan cada vez más abiertamente en las redes sociales y la vida pública. En otros países (como en Ucrania) está ya confluyendo con el nazismo, basado en la exclusión de la alteridad y la proclamación del odio (hace unos meses glosamos la ideología nazi según algunos de sus estudiosos más inteligentes). En México en las redes sociales se confunden entre sí los argumentos de neonazis con los de “la vieja guardia católica […] que sigue creyendo que Los protocolos de los sabios de Sion son el quinto evangelio y que Marcial Maciel es víctima del lobby judío que ha penetrado al Vaticano” y con “la joven guardia que se cree roja, de izquierda, anticolonialista y antiyankee” que denuncia el eje del mal estadunidense-sionista (Jean Meyer, en el artículo citado).

Esta conjunción aparece en los llamados a eliminar la categoría dicotómica de izquierda y derecha, cuando se asegura que los radicalismos de derecha y/o izquierda coinciden en una lucha nacionalista contra la conspiración anglo-israelí. No olvidemos que el fascismo se convirtió en gobierno en Alemania e Italia cuando se fundieron en una sola dos corrientes previas: la ultraderecha racista y antiliberal y esa izquierda nacionalista teñida de fuertes elementos racistas y de un discurso aparentemente radical contra el liberalismo.

De la izquierda antisemita nos hemos ocupado en otros espacios. ¿Quiénes son y cómo se expresan en México los nazis y los tradicionalistas católicos antisemitas? Los presentaremos en siguientes entregas.

Fuente: La Jornada