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RICARDO SILVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

En la colonia Roma hay una calle, Orizaba, en la que también hay un edificio público. En el primer piso de este, vemos un enorme ventanal y, tras el vidrio, hay varios empleados cuyo sueldo es pagado por los impuestos de cada uno de nosotros. Frente al cristal, hay una mujer con fractura y cirugía en las dos piernas, se mueve sobre una silla rodante de escritorio, ni ella, ni esa Unidad de Medicina Familiar del IMSS No. 1, tienen silla de ruedas. Esta mujer incapacitada es trabajadora, derechohabiente, pero con credencial de elector vencida. A pesar de demostrar que ha iniciado el trámite para la actualización del INE, los empleados sistemáticamente le niegan el servicio, el pago de su incapacidad y la cordialidad. “Yo no puedo hacer nada” es la frase conclusiva del trámite, que se dice con ese modito burlón y chacotero. La credencial de elector vigente llegará en tres semanas, tiempo en que la paciente necesitará atención médica y el pago de la incapacidad que le niegan.

El otro, los otros, los que están fuera del cristal son tratados como cosas, pedazos de piel andante, siempre con demandas, necesidades, dolor. ¿Cuándo empezó esto, la indolencia, la negación de la otredad, la pereza? No sé si alguien pudiera localizar en una línea del tiempo sus raíces, si fue en la revolución, después del 68, en los setentas o a partir del 85; lo cierto es que sí sabemos el desenlace: la destrucción.

Cuando escuchamos de los desaparecidos, descuartizados, niños golpeados y violados, violencia hacia la mujer, el botón de encendido se accionó en un lugar en el tiempo, con alguien que insensiblemente negó a un desvalido el servicio que por ley, compromiso o humanidad, estaba obligado a proporcionar. La bronca, el chisme, la chunga, la chacota, la pendencia, nos hacen inmunes a la construcción, a la concordia. Han sido en general maneras muy mexicanas, que ya desde hace unos años nos están pasando la factura.

La Torah nos cuenta de un agraviador de su propia gente: Koraj, quien fue devorado por las fauces de la tierra como consecuencia de sus acciones para crear pleito entre los hijos de Israel. El pendenciero, el indolente, debe ser borrado de la nación junto con sus secuaces y su obra. Curiosa metáfora a tantas fosas repletas de cadáveres encontradas en prácticamente todo el país, sin responsables, sin pistas, como tragados por la tierra.

Aun así, siempre hay la posibilidad de redimirse. Alguien le adjudica a Einstein la idea: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. El ejemplo a la mano es la Selección Nacional de Futbol, que ante el inmutable desempeño emanado de la ya citada chunga mexicana, se ganó meritoriamente el calificativo de “La decepción nacional” o también “Los ratones verdes”, cuya página oficial resume: “es el sitio de los seguidores de la selección mexicana, decepcionados por las malas actuaciones”. Pero ahora, como muchas de las historias bíblicas y romances medievales, el humillado asciende, mira de frente a los grandes porque es ya también uno de ellos, deja de hacer lo mismo de siempre y las cosas cambian. El próximo domingo veremos a los héroes con la esperanza de continuar la hazaña, la chacota se vuelve esperanza y esta nos hermana con el otro, ese desconocido que comparte el sueño de ganar, de lograr lo que antes era inconcebible, dejar la condición de roedores.

Embelesado por la euforia, estará también el empleado cuyo lugar se ubica tras el cristal del edifico público de la colonia Roma, compartiendo a través de la pantalla televisiva el sudor, el esfuerzo, el dolor de las patadas en las espinillas, el grito ante la falta y la exigencia de tarjeta roja para aquel que magulló “a mi seleccionado”. Ese servidor público podría aprender a mirar con empatía a través del cristal, como si fuera una pantalla, en donde se exhibe como protagonista a ese trabajador “su trabajador” adolorido, enfermo, que pertenece a esa otra selección nacional que con esfuerzo persigue el sustento todos los días, todas las semanas y no solo cada 4 años.