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JACOBO ZABLUDOVSKY

Por primera vez en la historia de las monarquías de la Península Ibérica, desde mucho antes de que España fuera España, un rey inicia su reinado sin plegarias, bendiciones, juramentos o invocaciones ni presencias personales o plásticas relacionadas con la religión.

Felipe VI partió plaza con el pie derecho el jueves al tomar la alternativa de Jefe del Estado español en un acto mínimo, con los simbolismos estrictamente necesarios: su padre, el ex rey Juan Carlos, le impuso la víspera el fajín de Capitán General de las Fuerzas Armadas en la sala de audiencias del palacio de la Zarzuela y de ahí se traslado con la Reina Letizia y sus hijas, la princesa Leonor y la infanta Sofía, a la ceremonia constitucional en el Congreso de los Diputados, donde fueron recibidos por Mariano Rajoy, Presidente del Gobierno, y Fernando García Sánchez, Jefe del Estado Mayor de la Defensa.

No hallo cómo llamarla porque no fue coronación pues nadie puso en su cabeza la corona del siglo XVIII inmóvil en un taburete, tampoco entronización porque ni trono hubo. Felipe inicia su monarquía sin el crucifijo ante el que juraron su padre y otros antecesores en el cargo. No hubo la misa que parecía obligada, ni juramento ante los Evangelios, ni algún cardenal en calidad de testigo o invitado. Cero.

El hecho no puede ser casual. Tan tajante corte con la tradición de siglos, tan claro alejamiento de los ritos religiosos, tan obvia intención de poner distancia entre los actos estatales y los litúrgicos no puede atribuirse a una inspiración súbita, poco meditada, sino tal vez a una temprana declaración de principios. Su primer acto como rey, la toma de su investidura, no puede haber sido producto del desparpajo, sino prueba de la madurez de un hombre con convicciones, preparado para ejercer su cargo y tomar decisiones desde el primer momento. Una buena señal.

En un estado laico el respeto por todas las religiones es principio básico, sin preferir ninguna, sin agraviar a nadie y sin mezclar lo de dios con lo del césar. Cada quien en lo suyo y en sana (no escribí santa) paz. Las relaciones entre ambas esferas no se lastiman cuando se definen los alcances de cada una. El Nuncio Apostólico, por ejemplo, sigue siendo el decano de los diplomáticos acreditados ante el gobierno de España y estuvo presente en la recepción del Palacio Real la primera noche del nuevo reinado.

Si en política la forma es fondo, debe tomarse como indicio de lo que será nuevo reinado la relegación del clero, el nuevo escudo real ya no vinculado al de los Reyes Católicos, la abstención de cantar cualquier te deum y el juramente prestado solamente ante el texto de la Constitución. La nueva reina no lució adorno alguno evocador de episodios místicos o señales religiosas. Ha sido y es congruente con su vida y destino. La gran ausente de los actos trascendentales de esta semana en España fue la Iglesia, por lo menos en los actos oficiales y las manifestaciones públicas en torno a los cambios en la monarquía. De eso se trata: en privado cada funcionario actúa conforme a su creencia, pero en el ejercicio de sus deberes oficiales debe aceptar las convicciones de todos los creyentes, incluso de quienes no lo son. Este rompimiento con el pasado establece la primera diferencia entre la jefatura de estado que se inicia y la abdicada el miércoles a la misma hora, viva lo trivial, en que la selección española campeona del mundo sufría catastrófica derrota. Una visita al Papa limará asperezas, reafirmará el respeto.

El nuevo rey escribe en la primera hoja de su calendario un discurso de menos de 3 mil palabras equivalente a una ruta trazada de manera minuciosa cuando alude a: “…esa España unida y diversa en la que cabemos todos… porque en esta gran nación caben distintas formas de sentirse español”. Invita a la disidencia a expresarse. Aspira a que la población se sienta orgullosa de su rey porque la suya “será una monarquía renovada para un tiempo nuevo con un Jefe de Estado leal, dialogante, tolerante, con vocación de servicio al pueblo”. Pinta su raya: “Que la ejemplaridad presida la vida pública con el Rey en cabeza”.

El primer rey que ha jurado sobre la Constitución de 1978, emanada de la transición y de la nueva democracia española, dijo palabras que están en boca de millones de sus compatriotas:
“Deseamos una España en que todos los ciudadanos recuperen la confianza en sus instituciones….”. Citó a don Quijote: ”No es un hombre más que otro si no hace más que otro”. Agradeció en castellano, catalán euzkera y gallego.

Y avanzó entre la multitud a cielo abierto mientras las campanas de la Catedral de la Almudena repicaban poco a poco más lejanas.

Fuente:eldiariodeveracruz.com