Crónicas Intrascendentes. Parte CXV

LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Amor a mis nietos

Después de más de seis meses de la última visita que me hicieron mis nietos, Alan y Ari; el domingo pasado sus padres, divorciados, les permitieron quedarse en mi casa la noche del domingo hasta el lunes a las 15 horas. A pesar del breve lapso que estuvieron conmigo, con mi esposa y mi hijo menor, nos hicieron muy felices a los tres; su identificación con nosotros favorece a que la convivencia sea muy intensa. Me halagan de sobremanera porque en varias ocasiones que han venido a mi casa expresan “que aquí se respira paz”. Periódicamente los veo en reuniones familiares por sus rumbos; empero, no es lo mismo. Todavía hace dos años las visitas eran más frecuentes; no entiendo la actitud de sus padres, pienso que deberían entender que a sus hijos y a mí nos beneficia convivir más seguido. Sucede que insistir en este punto crea más resistencia para que los dejen relacionarse conmigo.

Temor al futuro

En el contexto de las relaciones humanas hago una reflexión existencial sobre Abraham, mi amigo de la infancia. Tres semanas atrás tuvo una intervención quirúrgica, la primera en sus 75 años de existencia, igualmente, pocas veces ha consultado un médico; afortunadamente ha sido una persona sana. La operación fue sencilla, sin embargo, por lo que me comentó, tuvo un impacto emocional significativo en su persona, quizá se hizo consciente de la “fragilidad del ser” frente a la vida; misma, que tiene un término próximo a los75 años. Esta inquietud generalmente es más acentuada en los adultos mayores, sobre todo cuando en el entorno de los amigos y conocidos, son frecuentes los decesos.

El Escuadrón 201

Por otra parte, esta semana nuevamente me encontré con mi compañero de la carrera de Economía (1964-1968) Rodolfo, y que en una Crónica pasada relaté nuestro emotivo reencuentro después de nueve años de no vernos. La comida se prolongó por casi tres horas, platicando principalmente de nuestras vidas. Confieso, que no obstante que tuve una relación muy cercana con él durante la carrera y posteriormente a esta, sólo en las dos últimas ocasiones he descubierto a un ser humano extraordinario: sencillo, emotivo, generoso, inteligente, culto, ecuánime, astuto, perspicaz, maduro, congruente, crítico, propositivo, detallista, entre otras muchas cualidades; jamás imaginé que él había retenido en su memoria detalles de mi persona, la que él conoció hace 50 años. Ciertamente, al pedir al mesero una sopa, él me advirtió que seguramente la quería muy caliente, que recordaba que yo le había comentado en una ocasión, medio siglo antes, que como mi madre era originaria de Polonia, ella servía la sopa muy caliente, como reminiscencia de los crudos inviernos de ese país que invitaban a comerla a esa temperatura. Posteriormente pedimos un vino, y al respecto me dijo que en reuniones o fiestas en el pasado nunca tomé una copa de vino o licor; lo cierto es que una buena parte de mi vida fui abstemio, ya casi lo había olvidado; en el presente disfruto enormemente de una copa de vino diario en las comidas y en reuniones con amigos que aprecio, puedo “echarme media botella”.

En el ambiente de camaradería que se creó en la comida con Rodolfo, volví a mencionarle sobre el alejamiento que mis hijos mayores manifiestan a mi persona y que tanto influye negativamente en mi ánimo y salud; insistió, sin ambages, la observación que me había hecho en la ocasión previa que nos vimos: “tú no escuchas, a lo mejor el distanciamiento familiar se debe a que tienes un carácter imprudente, (quizás quiso decir arrebatado), así eras con los maestros en la carrera de Economía”; no hecho en saco roto sus observaciones, tendré que analizarlas con objetividad.

En el marco de mi encuentro con Rodolfo, le señalé que cuando lo conocí, sus padres ya habían fallecido, que me dijera parte de la vida de su progenitor; indicándome que fue militar y que participó en la Segunda Guerra Mundial a través del famoso Escuadrón de México, el 201. A continuación, con su autorización, transcribo la nota que me envió:

“Es la primera vez que escribo esta historia que nunca me había atrevido a contar. Nací en agosto de 1944 en una calle de la Colonia Guerrero, Mosqueta 115 A. En el alumbramiento, que se realizó en la casa, mi madre estuvo a punto de morir, ella me llevó a conocer a mi padre a Texas, quien había sido seleccionado entre los 300 hombres que formaron el Escuadrón 201 y se estaban entrenando para entrar en combate en la Segunda Guerra Mundial, en virtud de que en aquél entonces el Presidente y General Manuel Ávila Camacho, había declarado la guerra a las Potencias del Eje (Alemania, Japón e Italia) por haber hundido en el Golfo de México dos barcos petroleros, Potrero del Llano y La Faja de Oro en mayo de 1942; sin embargo, se llevó casi dos años el formalizar por la Constitución y por una serie de movimientos internos para que se formara este Escuadrón, el cual estaba integrado por 30 pilotos y el resto por personal de intendencia, ingeniería y logística. Mi padre, con grado de Teniente, trabajaba en el sector de inteligencia, siendo artillero su formación. En un principio se había pensado que podían llegar a Europa, no obstante, en el mes de mayo de 1944 Berlín quedó derrotado por las tropas de la URSS y muy cerca estaban las de EUA; fue entonces que se decidió que el Escuadrón viajara a Filipinas por motivos de estrategia, empero, sobre todo, como era la última colonia española que se independizó, y se hablaba español. Así, partieron en barco de EUA a Filipinas, regresando a la Ciudad de México el 20 de noviembre de 1945; mi padre volvió un año después, luego de haber tenido un accidente en un jeep, aunado a una enfermedad en el hígado, un virus de hepatitis u otra enfermedad que nunca supe.

Mi padre murió once años después a consecuencia de la enfermedad que había adquirido y que no se había reproducido hasta que llegó a vivir a Ixtepec, Oaxaca; fue trasladado a la Ciudad de México, irónicamente en un avión de la Fuerza Aérea e internado en el Hospital Militar muriendo en noviembre de 1957. Fue sepultado en el Panteón de Dolores en el que se había delimitado un área para aquellos militares que habían ido a la guerra; muchos años después logramos recuperar sus cenizas que reposan ahora junto a las de mi madre, que tuve la suerte de que viviera hasta la edad de 84 años. Me quedé huérfano de padre a los 13 años; como bien sabes, mi madre era peinadora, así que yo me formé en las calles y me crie en lo que en sicología llaman resilencia ( capacidad para sobreponerse a periodos de dolor emocional y situaciones adversas), que quiere decir que una persona puede resistir a la dureza de la vida que me ha reforzado; he resistido al dolor, he caminado y me he levantado de donde estuviere, como tú lo habrás visto en estos últimos 50 años.

Por último te reconfirmo, que tengo cuatro nietas, desde 3 a 7 años; y deseo llevarlas a Chapultepec cerca del Monumento de los Niños Héroes y mostrarles que existe un Monumento para el Escuadrón 201 y que allí está el nombre del Teniente de Artillería, César Velasco Cerón”.

Gracias Rodolfo, por compartir esta historia que te enaltece a ti y a tu familia. Rodolfo, a sus 70 años, es actualmente un próspero directivo que encabeza en México a una importante empresa transnacional. Mi admiración y respeto por este gran amigo.

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León Opalin Chmielniska: De nacionalidad mexicana, estudió Economía en el ITAM, logrando además una maestría en la Universidad Hebrea de Jerusalem y diplomados en el Instituto Español de Turismo así como en el Británico. También ha realizado estudios sobre comercio internacional en Holanda. Pertenece y es reconocido por varios institutos y universidades importantes de México y el extranjero y su incursión en las letras inició en temas económicos y finanzas en el periódico Financiero y la revista ANIERM. Por muchos años ha sido colaborador de "Foro" y asesor de varias compañías. Sobre las materias que domina, sigue dando conferencias en planteles y universidades.