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LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Dos años de esfuerzo editorial

Enlace Judío México | Después de dos años de colaborar con Enlace Judío a través de Crónicas Intrascendentes, en la presente llegó a la número C (cien), mi intención original fue aparecer unas cuantas veces en el sitio buscando mis raíces a través de mis memorias, y a la vez, entrar en un proceso de catarsis. Con el tiempo, los comentarios que hice trascendieron el ámbito de mi persona, la familia y el entorno que nos rodeaba para compenetrarme en cuestiones vinculadas con situaciones humanas generales, frecuentemente complejas, así como estudiar y presentar en forma abreviada para los lectores crónicas históricas de países, localidades y barrios, entre otros relatos, que fueron interesando cada vez más a una audiencia amplia; ignoro quienes son la mayoría de los que me siguen, empero, percibo que están atentos a mis relatos y experiencias y que hemos establecido un vínculo invisible entre nosotros; a una docena de amigos les envío directamente las Crónicas en virtud de que han expresado su interés en las mismas; periódicamente me hacen comentarios por medio de internet o cuando nos vemos, generalmente expresan su acuerdo con mis puntos de vista. Recientemente le hice notar a uno de ellos que pronto publicaría la Crónica número 100, me señaló que de Crónicas Intrascendentes se habían convertido en Crónicas Trascendentes, no sé si lo que dijo fue broma o un halago.

En este sentido, salvo mi hermana Java, el resto de la familia no está interesada en las Crónicas, incluso, en este espacio lo he mencionado, se han opuesto a que se publiquen porque no están de acuerdo de que “ventile públicamente” asuntos familiares, creo que en parte tienen razón, empero, pienso que a la vez se sienten incómodos de haber actuado mal en el ámbito familiar en determinadas circunstancias. Considero que sin decírmelo, “vigilan” el contenido de las Crónicas, para ver “si no me paso de la raya” y poder llamarme la atención. Tengo planeado para más adelante entregar las Crónicas en un CD a mi esposa y a cada uno de mis hijos y nietos; confío que algún día apreciarán que mi intención no es molestarlos cuando realizo una crítica de sus actitudes o sentimientos.

En este contexto, el domingo pasado mis dos hijas organizaron un convivio familiar en el área de Picnic donde viven mis hijos mayores. Para que mi hija menor y su esposo, que son observantes de la región judía, pudieran participar, la comida y la bebida fue Kosher (las leyes de Kashrut definen los alimentos que son aptos para el consumo de un judío; Moisés enseñó al pueblo judío estas leyes ordenadas por Dios en el desierto del Sinaí).

Departimos tranquilamente. Alán, uno de mis nietos, de 16 años, se llevó la tarde del Picnic, realizó un “show” en inglés interpretando a dos rusos mafiosos que visitan la Estatua de la Libertad en Nueva York y son atendidos por un “equipo de empleados” de origen hindú; los presentes estábamos fascinados con su actuación sin poder contener por un momento la risa. Otro de mis nietos, de 17 años, se acercó a mí y me dijo lo contento que estuvo en la reunión y que esperaba que nos juntáramos con más frecuencia. Asimismo, mi nieta de 19 años, que desde su llegada a México, después de permanecer en Israel por más de seis meses, y con la cual prácticamente no había tenido contacto, a pesar de que nos vimos en varias ocasiones, me mostró los trabajos que realiza en la Universidad relacionados con su carrera de diseñadora de modas, creo que tiene mucho talento en ese campo.

Mi nieto el menor, de diez años, siempre me hace sentir muy feliz, apenas vio que llegaba a la zona de Picnic corrió a saludarme. Me abrazó y besó; siempre le menciono lo mucho que lo quiero y siento que ello le eleva su autoestima; no obstante, en este “mar de felicidad” siempre encuentro un prietito en el arroz”, la distancia de mis hijos mayores; incluso mi hijo mayor muestra arrogancia. Nunca preguntan cómo estoy y si necesito algo; lo cierto es que no me siento muy bien y sí necesito muchas cosas. No me atrevo a comentar sobre mi estado de salud, porque ellos lo pueden interpretar como un mecanismo para causar lástima y/o chantaje. Le comentaba a mi actual esposa que cuando falleció la primera, hace más de 40 años, pasé una situación muy difícil, empero, me hice fuerte; con dos niños, de 8 y 6 años, respectivamente, tenía que sacarlos adelante, vislumbraba una expectativa de vida. Después, con mi nueva esposa, integré un hogar y se reforzó mi proyección hacia el futuro. En el presente la situación es diferente; para los hijos y por extensión a los nietos, los viejos no merecen respeto y atención, como es mi caso, que ganamos con esfuerzo y un gran cariño hacia la familia; de manera que el futuro, que ahora es más breve, lo veo con pocas esperanzas.

En este marco, mi amigo Luis Armando de 75 años, con quien cultivo una amistad desde hace más de 40 años, me llamó por teléfono y me dijo que tiene problemas de salud, particularmente en un hombro que le impide nadar, como lo ha hecho diario desde hace varias décadas, además de que su hija, recién divorciada y con una niña, se instaló en su casa, acabándose la tranquilidad que tenía, además del mayor costo que registra para mantener a dos personas más. Ha dejado de concurrir a las comidas y desayunos que siempre había tenido con varios grupos de amigos; me comenta que sus hijos “lo empiezan a tratar como viejito”, con más atenciones, lo cual considero una ventaja, ya que los míos “no me pelan”. En síntesis, siento que está viviendo el inicio de un proceso depresivo; próximamente nos veremos y ya expresaremos nuestras cuitas; por lo pronto me preparo para celebrar con mi hija menor, su esposo, mi hermana y los consuegros, la cena del seder de Pesaj (el relato de la Pascua Judía).

Confío en tener el vigor y el entusiasmo, para celebrar la parte CC (doscientos) de las Crónicas Intrascendentes.