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CÉSAR VIDAL

El centenario de la Primera Guerra Mundial –origen no sólo de la Segunda sino de conflictos políticos que se extienden hasta el día de hoy– y la existencia de una serie de tensiones en el globo han llevado a distintos «think tanks» a patrocinar la idea de que podemos encontrarnos, como hace un siglo, al borde de una guerra mundial. ¿Es así realmente? De entrada, no se puede pasar por alto que la mayoría de estos «think tanks» se nutren de fondos procedentes de lo que el presidente Eisenhower denominó en su famoso discurso de despedida «el complejo militar industrial» y que, por lo tanto, están directamente interesados en producir informes que justifiquen un aumento del gasto en armamento y de las contrataciones a empresas apoyadas por poderosos «lobbies».

Sin embargo, a pesar de tan innegable circunstancia, la realidad es que existen puntos calientes en el globo. ¿Sería suficiente cualquiera de ellos para desencadenar una nueva guerra mundial? En teoría, no. A diferencia de lo que sucedía en 1914, el mundo actual no se encuentra dividido en alianzas –como todavía existieron durante la Guerra Fría– que puedan provocar una reacción en cadena. A decir verdad, sólo existe una OTAN, cuyas finalidades resultan cada vez más confusas ya que hace décadas que desapareció su razón de ser y, sin embargo, no sólo no se ha extinguido, sino que ha aumentado su radio de acción. Para ser honrados, la mayoría de las zonas conflictivas en el mundo derivan de todo lo contrario: de la existencia de una sola superpotencia que, hasta la fecha, no ha demostrado que termine de aprender a manejarse con su visión monopolar nacida del colapso de la URSS.

Irak constituye un ejemplo palmario de la veracidad de esta tesis. Derrocada la terrible dictadura de Saddam Husein e iniciada una ocupación, Irak no sólo no se ha convertido en un remanso de pacífica democracia, sino que ha traído una peligrosa inestabilidad a una zona en la que ni Arabia Saudí ni Irán –ambas teocracias que respaldan a grupos terroristas– pueden prevalecer en sus ambiciones recíprocas. La desastrosa política internacional de la Administración Bush Jr. y la no mejor gestión de Obama han convertido un área que va del Mediterráneo a Afganistán en un avispero susceptible de convertirse en crónico. No mejor se desenvolvió la superpotencia única en la mal llamada «Primavera árabe». Aunque la intervención en Libia fue impulsada por Francia, Obama no fue capaz de diseñar una política propia y el resultado fue la caída de la dictadura egipcia de Mubarak, el estallido de la guerra civil en Siria, el caos libio del que ya no hablan los medios de comunicación y el avance temible de los islamistas. Como en Irak o Afganistán, nada indica que la situación sea más estable en la zona tras Gadafi o Mubarak. Más bien horripila pensar cómo sería la situación en Siria, ya sobrecogedora, de no haber intervenido Putin. Pero si grave es el panorama en Oriente Próximo, no es mejor el creado en Ucrania por los nacionalistas con el respaldo de los Estados Unidos.

Abandonando la política de finlandización que en su día pactaron Gorbachov y Bush padre, Estados Unidos ha sostenido a una Ucrania en la que los nacionalistas derrocan al presidente cuando pierden las elecciones –en 2004 y 2014– y tienen el descaro de presentarse como demócratas a la vez que rinden homenaje a la División SS Galitzen. De momento, ese respaldo está pagándolo fundamentalmente Europa, porque Rusia no está dispuesta a ver cómo se maltrata a los prorrusos del este de Ucrania y tampoco va a aceptar sin responder que le impongan sanciones.

Finalmente, también en la dictadura bravucona de Corea del Norte tiene su parte de responsabilidad el nuevo orden monopolar. Quizá si Clinton no se hubiera sentido tan confiado, el lejano país asiático nunca hubiera podido armarse nuclearmente. Sólo el enfrentamiento entre Israel y los palestinos es previo al mundo monopolar, pero debe no poco en la actualidad al abandono de la estrategia de Bush padre cristalizada en la Conferencia de Madrid. ¿Guerra mundial? Es improbable… a menos que la única superpotencia decida acentuar todavía más sus errores posteriores al colapso de la Unión Soviética.

Fuente:larazon.es