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NORA GÁMEZ TORRES

Pese a la habitual retórica de confrontación, durante estos 55 años Estados Unidos y Cuba han sostenido discusiones secretas para intentar normalizar sus relaciones, según revelan documentos secretos desclasificados y recopilados en el reciente libro Back Channel to Cuba, The Hidden History of Negotiations Between Washington and Havana, de Peter Kornbluh y William LeoGrande.

“En más de 55 años de historia dominada por hostilidad, acritud y agresión, entre bastidores, Estados Unidos y Cuba se han comunicado consistentemente sobre tópicos específicos como la lucha contra el terrorismo, el secuestro de aviones y la lucha antinarcóticos”, explicó Kornbluh, quien dirige el proyecto de documentación sobre Cuba del Archivo Nacional de Seguridad.

Kornbluh dijo a el Nuevo Herald que los lectores se sorprenderán también al descubrir que “los cubanos se han comunicado con cada nuevo presidente hacia el comienzo de su mandato para explorar si sería posible mejorar las relaciones, incluyendo a aquellos de línea dura como Richard Nixon y Ronald Reagan”.

Las conversaciones secretas se mantuvieron incluso en momentos de gran tensión. Por ejemplo, en 1981, el gobierno cubano ofreció al gobierno de Reagan buscar una solución política al tema de las guerrillas en Centroamérica y utilizó al presidente mexicano José López Portillo para enviar el mensaje.

Con la mediación del presidente mexicano, el vicepresidente Carlos Rafael Rodríguez y el Secretario de Estado. Alexander Haig, tuvieron una reunión secreta en el Distrito Federal en noviembre de 1981, en la que Rodríguez comunicó el apoyo de Cuba a un acuerdo en el Salvador. Pero Haig pidió el cese total del apoyo a las guerrillas y a la intervención cubana en Africa, puntos en los que los cubanos no estaban dispuestos a ceder.

Esta es solo una de las muchas conversaciones de este tipo que están documentadas en las más de 500 páginas del libro. En última instancia, el texto ilustra cómo una mezcla explosiva de incomprensiones, características personales, errores de cálculo, presiones domésticas, intereses contrapuestos, nacionalismos exacerbados y agendas puntuales de política exterior dieron al traste con cada una de las oportunidades abiertas para la normalización.

Comienzo del conflicto

En sus primeros capítulos, los autores documentan las fricciones y el gradual deterioro de las relaciones entre ambos países a partir de 1959, pese a que los Estados Unidos intentan en un primer momento establecer una relación “amistosa” con el gobierno de “los barbudos” y envían a La Habana de embajador a Philip Bonsal, un liberal con experiencia en América Latina, que había criticado el apoyo de Washington a las dictaduras latinoamericanas de la época.

Fidel Castro también intentó mejorar inicialmente la imagen del régimen ante la opinión pública estadounidense, tras las noticias sobre fusilamientos y juicios sumarios.

Pero aunque su viaje a Estados Unidos en abril de 1959 fue un éxito mediático, su reunión de dos horas y media con Richard M. Nixon, en ese entonces vicepresidente, “fue horriblemente mal”, resaltaron los autores. Castro salió insultado de la reunión, por lo que consideró una actitud paternalista de Nixon, quien estuvo todo el tiempo “regañándolo”.

Por su parte, Nixon escribió en un memorando que Castro era “extremadamente ingenuo con respecto a la amenaza comunista” pero poseía “esas cualidades difíciles de definir que lo hacen un líder”, por lo que predijo se convertiría en el futuro en un “gran factor” para los asuntos cubanos y latinoamericanos.

Económicamente, el viaje tampoco dio dividendos. Aunque el gobierno estadounidense estaba dispuesto a dar un préstamo inicial de $25 millones al nuevo gobierno, Castro dio instrucciones al equipo económico que lo acompañaba de no pedir ningún tipo de ayuda, con la esperanza de que Estados Unidos la ofreciera sin pedirla, lo que nunca llegó a ocurrir.

Irónicamente, Castro se reunió en secreto también con el agente de la CIA que luego dirigió la operación política de la invasión de Bahía de Cochinos, Gerry Droller, quien concluyó erróneamente que el líder cubano era un “fuerte luchador anticomunista”. El Departamento de Estado fue más cauteloso y alertó que el cubano continuaba siendo “un enigma”.

El “período de prueba” que la administración de Dwight D. Eisenhower le otorgara al nuevo gobierno y a los que proponían una relación “constructiva” entre ambos países pareció expirar a mediados de 1959.

Pese a esfuerzos tras bambalinas del canciller Raúl Roa y del embajador de Estados Unidos en Cuba para mejorar el clima de las relaciones, la destitución de moderados en el gabinete y del presidente Manuel Urrutia, la reforma agraria dictada por miembros del círculo más cercano a Fidel y no por el ministro de la Agricultura, así como los constantes ataques a Estados Unidos en los discursos de Fidel Castro, “agotaron la paciencia” de Washington.

En una reunión privada con Bonsal, arreglada por Roa, Castro aseguró al embajador que Cuba no estaba interesada en la Guerra Fría y sugirió que Estados Unidos debía implementar un Plan Marshall para América Latina. Pero cuando Bonsal transmitió el mensaje de que los cubanos serían receptivos a la ayuda estadounidense, la administración ya había determinado un cambio en su política hacia Cuba.

Fuente:elnuevoherald.com