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ALEJANDRO RUBINSTEIN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Me recibe con los brazos abiertos. Es ella, la ciudad bien planeada, la capital del desierto, la diezmada urbe durante la reciente guerra.

 

Cálida y amable, me invita a conocer sus amplias avenidas y a constatar su evolución. La casa de Abraham, de Sarah y de Yaakov. De aquí partieron hacia Jerusalén a fin de cumplir el sacrificio, la akeda.

 

Por esta desértica población se llega a mágicos lugares en sus modestos pero funcionales caminos.

 

Anteayer fue Mamshit, la nabatea ciudad de reposo en la ruta del incienso y la mirra desde Petra hasta Gaza. Estuve en un mercado que me remontaba a la época y en donde se topa uno con vendedores de darbukas, tapetes, sedas, inciensos, botellas rellenas con arena multicolor, entre mucha mercadería mas, mientras el sonido acompasado de un trio de músicos tocaba sus instrumentos antiquísimos, produciendo una música espectacular y evocadora y la sed se sacia con un frío jugo de dátil vertido de un cilindro de metal a la espalda de un nómada.

 

Hoy, el plato fuerte, Mitzpe Ramón y su grandioso cráter, el más grande del mundo pues tiene una extensión aproximada de 400 kilómetros cuadrados que, al tener forma de corazón, me anuncia la centralidad de su presencia.

 

Sus minerales, su fauna, su vegetación que se niega a extinguirse aun en el peor de los calores, sus colinas, sus ríos secos y sus cauces sedientos, sus vistas, sus silencios, sus grutas…todas únicas, con el ingrediente especial de ser parte de una intimidad y una comunión espiritual a través de sus muy diversos materiales.

 

El postre…Avdat. Un enclave nabateo apenas a 30 km del cráter y que es la evidencia más gloriosa de una etnia que desapareció, que no dejo textos ni obra que constatara su paso por estas tierras, pero que heredó, para la posteridad, un majestuoso palacio con influencia bizantina, junto con dos impactantes templos, una ciudad, un viñedo, un área de producción de vino y un puesto de observación que, al visitarlo, permite a quien haga la vigía el constatar nuevamente la enigmática belleza del desierto, la remota presencia de sus camellos y la ocasional frescura de sus oasis.

 

Es el sur de la Tierra Prometida.

 

Es el Negev…es Israel.