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AGENCIA DE NOTICIA ENLACE JUDÍO MÉXICO

 

En 1943, el Ministro de Propaganda nazi Joseph Goebbels ordenó el rodaje de una película que recreaba la historia del mítico barco inglés TITANIC y su famoso hundimiento, pero con un guión totalmente distinto a la historia conocida.

El sueño nazi de filmar “Titanic”

Suena impensable, pero es sólo otra de esas cosas increíbles de la Segunda Guerra Mundial: en 1943, con el firme propósito de producir una inmensa alegoría del fracaso de la ambición capitalista anglosajona, el Reich alemán destinó recursos exorbitantes para la filmación del hundimiento del Titanic. Tuvo un costo de más de 180 millones de dólares de esa época, un record total.

Pero este nuevo proyecto, concebido en 1941, cuando el Reich todavía consideraba viable la posibilidad de derrotar y ocupar Inglaterra, era sencillamente lo que el alto mando nazi entendía como un “esfuerzo de guerra”. Una pieza propagandística destinada a probar la superioridad del pueblo germano a la vez que la codicia del capital británico como fuerza demoníaca detrás del desastroso incidente que se cobró 1500 vidas.

Esta película básicamente contaba la historia de un oficial alemán en el papel de primer oficial de mando de la nave. Fue el proyecto audiovisual más caro y ambicioso que se hubiera filmado jamás, y a pesar de que el país se encontraba en guerra contra medio mundo, fueron utilizados soldados y marinos alemanes verdaderos como extras.

En esa década, las salas de cines se llenaban en todo el mundo y lógicamente esta película fue concebida como instrumento de propaganda nazi. Su principal objetivo era desprestigiar a la sociedad británica. Quería demostrar que el hundimiento del Titanic fue consecuencia de la codicia del propietario del buque, Sir Bruce Ismay y de otros aristócratas que viajaban a bordo del barco. De hecho lo muestra como un personaje que en la vida real era presidente y director de la línea de barcos de vapor White Star Line y factótum de ese transatlántico moderno, velocísimo y a John Jacob Astor, interesados en ganar la famosa Banda Azul en ese viaje. La Banda Azul era un prestigioso premio establecido en 1833, un galardón que se entregaba a la nave que cruzara el Atlántico en menor tiempo, a quienes imponían un nuevo récord entre Europa y América, y viceversa. El récord en aquel tiempo lo ostentaba el Mauritania, con un tiempo de 4 días, 10 horas y 51 minutos desde Europa hasta América, viajando a una velocidad de 26,06 nudos.

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La película nazi cuenta que para lograr el galardón, Bruce Ismay le prometió al Capitán Smith $1.000 por cada hora que llegara antes de lo previsto a Nueva York. También son mostrados los pasajeros habituales y ficticios, aquellos nobles y aristócratas que iban en primera clase y sus jóvenes amantes a quienes escondían en tercera. Luego entra en acción el héroe alemán, el joven oficial Petersen, quien muy consciente de la situación, repetidamente advierte a Bruce Ismay que el Titanic está navegando demasiado rápido, que están en zona de icebergs y que hay muy pocos botes salvavidas.

En la historia real no hubo ningún oficial alemán a bordo del fatídico barco, pero el guión escrito por Walter Zerlett-Olfenius se encargó de inventar uno, el primer oficial Petersen, reclutado a último momento cuando su colega inglés caía enfermo. Tipo sagaz y responsable, diseñado para convertirse nada menos que en el héroe del relato cuando todo se fuera al diablo, Petersen es el único que vislumbra la catástrofe hacia la que se dirige la nave y así se lo hace saber a Ismay, quien no le hace caso. A la hora del iceberg y los precipitados acontecimientos posteriores, Petersen y los pasajeros alemanes que viajaban en tercera clase se comportaban con auténtica valentía. Mientras que el sobreviviente Ismay, que ya había sido demonizado por la prensa de su época y por las anteriores versiones cinematográficas –por haber saltado a un bote salvavidas dejando atrás a muchas mujeres y niños– acá se convierte sin más en la encarnación definitiva del Mal: la codicia y la ambición corporativas de Occidente.

Cuando sucedió lo inevitable, tanto Ismay como Astor tratan de comprar su salvación en un bote salvavidas, pero no lo consiguen. Petersen se apiada de Ismay y lo ayuda a escapar de todos modos, para que pudiera ser juzgado por sus actos. El oficial Petersen también es rescatado después de nadar a un bote salvavidas. Al final los dos hombres son enfrentados en las investigaciones posteriores, Bruce Ismay es exonerado y toda la culpa se le endosa al Capitán Smith.

A pesar de los recursos dispuestos para la superproducción –mientras la población alemana sufría severas restricciones en el suministro de alimentos y energía–, la realización fue caótica y estuvo plagada de contratiempos. El director Herbert Selpin, nazi por conveniencia más que por convicción, ya había hecho un par de películas amables con el régimen, pero esta vez iba por la gloria y sus exigencias destinadas a sostener las ambiciones épicas de su Titanic pronto se volvieron desmedidas. Primero le pareció que el modelo a escala de unos seis metros de largo no le haría justicia al monstruo de la codicia británica que se había propuesto retratar.

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Se sabe que Goebbels le proveyó un barco de la armada nazi, el Cap. Arcona, para rodar los interiores, así como cientos de militares como asesores y extras. Pero eventualmente parte de estos “materiales” que se le habían otorgado se le terminaron volviendo en contra a Selpin: los oficiales navales rodeados de lujos extravagantes para tiempos de guerra, envueltos prácticamente en una burbuja, dedicaban más tiempo a darle a la botella y tratar de conquistar a las actrices que a trabajar en el asesoramiento técnico del film, mientras que los actores, que tampoco se estaban tomando muy en serio su parte, se presentaban en el set sin saberse sus parlamentos.

En crisis, Selpin convocó una reunión en el hotel en el que se alojaba el equipo, donde se quejó sin una cautela elemental de cómo iban las cosas, de la falta de disciplina de los hombres de la Marina, y hasta del rumbo que había tomado todo el “esfuerzo de guerra”. El guionista Zerlett, que era amigo de Selpin, pero era más amigo todavía de los jefes nazis, lo denunció ante Goebbels. Como resultado, Selpin fue arrestado y sometido por semanas a múltiples interrogatorios por las autoridades de la Gestapo, mientras se le permitía volver al set para continuar con el rodaje. Finalmente, con la producción casi lista, a fines de julio de 1942, se lo condujo con el mismísimo Goebbels, ante quien se mostró brutalmente honesto, desnudando su verdadero parecer sobre el régimen.

Un día después, apareció colgado en su celda, en lo que el ministro de propaganda de Hitler decidió describir como un “suicidio”. La película fue terminada por otro director, no acreditado, Werner Klinger.

Extrañamente la película no se estrenó porque al final Goebbels prohibió que la cinta se difundiera en Alemania. Finalmente, el estreno tuvo lugar en noviembre de ese año en París, seguido de otras ciudades ocupadas como Praga, en las que al parecer fue bien recibida por el público. Pero las cosas habían cambiado, los bombardeos aliados sobre Berlín eran cada vez más frecuentes y a Goebbels ya no le parecía buena idea mostrar escenas de pánico masivo ante el público alemán al que originalmente había estado destinada su carísima superproducción y decidió que no se estrenaría en su propio país.

En sus últimos días, el Cap. Arcona, el buque que había servido de escenografía para este film que pronto se hundiría en la oscuridad por décadas, terminó de sellar la historia con una nota brutal. Ante la inminente derrota y temiendo dejar sueltos a potenciales testigos de sus crímenes de guerra que pudieran testificar en su contra en los juicios que sobrevendrían inexorablemente, los SS subieron a bordo del Arcona a más de cinco mil prisioneros de los campos de concentración y los enviaron sinrumbo mar adentro, donde pronto los alcanzaron las bombas de la Royal Air Forcé.

El SS Cap. Ancona también se hundió poco después a la catástrofe, el 3 de mayo de 1945 en la Bahía de Lubbock. Iban en él 5.500 prisioneros de campos deconcentración, Neuengamme y Stutthof que estaban siendo enviados con destino desconocido. Casi todos perdieron la vida.

Irónicamente en este ataque al navío Cap. Arcona, hubo el triple de muertos que en el verdadero naufragio del Titanic en 1912.

La tragedia, ignorada aún hoy en día por el mundo, según algunos provocada deliberadamente por fuerzas de las SS en el ocaso del nazismo, censurada por ingleses y franceses, constituye una de las mayores tragedias marítimas de la historia alemana y del mundo.

 

Fuente:Milim Cultural