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BECKY RUBINSTEIN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

 

Unas pocas palabras bastan para hablar de un hombre grande: de un amigo. Así lo consideré en vida y así lo recuerdo. Cada vez que le preguntaba: ¿cómo estás? Me contestaba- imagino que a todo mundo le contestaba de igual modo- “Estamos”. Y sigue estando. Mucha gente recordará en nuestro país, como en el extranjero, al intachable y sencillo hombre, que decía llamarse Federico. En ocasión de una visita a Basilea, viajé a su tierra de origen: Praga. Qué mejor manera de viajar al tan renombrado país, Checoslovaquia, que hacerlo con la guía de uno de sus hijos. Bedrich y yo nos citamos en un café de la Condesa. No sólo me platicó sobre lo que vería; también me delineó un perfecto y minucioso mapa. Y me mostró libros para niños, de su nieta, en checo… Una linda entrada a un espectacular y legendario país, parte del Imperio Austro-Húngaro.

Conocer Praga fue recordar contantemente a Bedrich: El “vas a conocer esto o aquello”, tuvo eco. Y por supuesto que gocé Praga, tanto que volví con mi esposo. Que él también conociera a Praga, la hermosa, la ligada a la judería praguense y a Kafka, su más dilecto ciudadano; al Teatro Negro, al Cementerio Judío, donde descansa el milagroso y legendario MAHARAL  de Praga, hacedor del Gólem –defensor de la colectividad judía-, y como epílogo al tristemente gueto de Teresín, cuya fachada de naturalidad, cumplió con su misión:  desviar temporalmente la atención del mundo entero, por medio de la Cruz Roja,  sobre el tremendo Holocausto perpetrado durante la Segunda Guerra Mundial, del cual Bedrich fue víctima. Víctima y, asimismo,  custodio de los hechos vividos.

Sobreviviente, ese fue su rol, y sobre todo, combatiente. Su palabra testimonial cumplió su cometido: ilustrar sobre una de las páginas más amargas y avergonzantes de la historia de la humanidad.  Tus amigos escritores, y también tus lectores y escuchas, guardarán un minuto de silencio en tu memoria. Tus allegados rezarán por tu alma…

Cuando me enteré de tu deceso marqué al número de  mi libreta. Hablé: cuál no sería mi  sorpresa, escuchar tu voz, aún viva: “NO estamos, favor de comunicarse más tarde”, algo así escuché no sin pasmo. Escuché tu voz de viejo sabio por las muchas vivencias y por tu pervivencia entre los vivos para contar… Para ejercer el sabio uso de la palabra. Para evitar que el demonio del odio gratuito guie a nuestros hijos y nietos.  Un abrazo a su familia y amigos, entre los que me incluyo, a quienes deseamos no sólo que no sepan de penas, sino que en medio de su natural pena, concluyan que la vida de don Bedrich Steiner valió la pena vivirse.