AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – “…su papá lo citó en la noche en unas letrinas y se vieron detrás de una reja. No podía tocar su cuerpo pero le dio de lejos una bendición que se suponía que era para su Bar Mitzvá. Fue la única y última vez que vio a su papá…”

IMG_9001Enlace Judío comparte las palabras que pronunció Hanna Steiner en el homenaje a su esposo Bedrich Steiner (Z”L), el cual se realizó con motivo del Día del Holocausto 2015.

“Yo era la esposa de un sobreviviente que siempre participaba en estos eventos. Siempre hablaba sobre la historia que conoció tan bien, pero yo quisiera decir algo de su vida personal que a él no le gustaba contar.

Era el año 1943. Localizaron a su familia en Praga después de cambiarse varias veces de domicilio, y
después de que su papá perdió el trabajo y a Bedrich lo corrieron de la escuela. Los localizaron y los citaron en una estación de camiones en Praga, en donde no estaban solamente ellos, sino un grupo de gente, no sé cuántos. Los subieron a los camiones y se los llevaron a Terezín, una ciudad que se encuentra al norte, cerca de la frontera con Alemania; ahí había un campo grande que se llamaba “campo de espera”. Él y su familia se quedaron ahí un tiempo y después les asignaron a todos unos números de registro.

“La familia de mi marido constaba de su papá, que tenía cuarenta y tres años; su mamá, que tenía treinta y nueve; su hermana, de cinco años y él, de doce. A todos les asignaron un número. Después, los subieron a unos vagones de trenes que eran utilizados para transportar animales. Donde cabían cómodamente cincuenta personas, subieron a trescientas. Estaban amontonados como sardinas y en un rincón había una cubeta para sus necesidades.

“Los llevaron a un lugar en Polonia, a un campo que se llama Auschwitz-Birkenau. Ahí los bajaron, les raparon la cabeza, les dieron sus trajes de rayas y unas chanclas con plataforma de madera, y les tatuaron en el brazo derecho sus números. Bedrich tenía el número 169101 y todavía se le veía hasta el final de su vida.

“Se quedaron un tiempo en este campo. Era el año 43. Los separaron: a su papá, lo mandaron a la barraca de hombres; a su mamá y hermana, en la de mujeres; y mi marido se quedó donde estaban hasta el año 1944. A mitades de ese año, por las fechas en que mi esposo iba a cumplir trece años, su papá lo citó en la noche en unas letrinas y se vieron detrás de una reja. No podía tocar su cuerpo pero le dio de lejos una bendición que se suponía que era para su Bar Mitzvá. Fue la única y última vez que vio a su papá.

“A su papá lo llevaron a la cámara de gas; a su mamá y a su hermana, unos días después. Mi marido se quedó un tiempo y, en ese mismo año, hicieron una selección. Formaron a los jóvenes y así, al azar, unos pasaban al lado derecho y otros, al izquierdo. Los del lado derecho se fueron a la cámara de gas y los del lado izquierdo, donde afortunadamente estaba el señor Bedrich, se salvaron y quedaron con vida para seguir trabajando. Se quedaron ahí hasta el año 1945, hasta el final de la guerra.

“Cuando los nazis ya sabían que iban a perder, trataron de acelerar la matanza. Las cámaras de gas trabajaron día y noche. No alcanzaron a matar a todos, entonces a una parte de la gente la subieron a unos transportes. Ésas personas pasaron por varios campos de concentración, viajando de Polonia hacia Checoslovaquia y, finalmente, Austria.

“Estaban encerrados en unas barracas y, cuando se fue la vigilancia y ya no se oía nada, tiraron las puertas y salieron de ahí. Unas horas después, llegó el ejército estadounidense para liberarlos. Traían el equipo necesario para despiojarlos y ropa limpia; además, pusieron unas mesas largas para registrar a la gente. Le preguntaron a cada uno a dónde quería irse y muchos contestaban “a Israel”. Mi marido quería regresar a Praga, su lugar de origen, para investigar si alguien de su familia había sobrevivido. Y eso fue lo que hizo.

“Se les otorgó a todos sus papeles provisionales y Bedrich se fue con unos amigos por Bratislava, la
capital de Eslovaquia. Cruzaron unas partes en transporte y otras, a pie, ya que las vías estaban dañadas. Llegaron a Praga, en donde se registraron y, efectivamente, el señor Bedrich encontró a un tío
lejano que logró sobrevivir y estaba con su familia. Éste lo adoptó.

“Empezó su vida con su familia adoptiva y terminó de estudiar los dos años de escuela que le faltaban. A los quince años, empezó a trabajar, pasando por varios lugares, tales como fábricas de bolsas, de automóviles y la televisión, donde inició como técnico de escenografía y terminó como reportero y fotógrafo independiente.

Nos conocimos en la televisión. En 1962 nos casamos y al siguiente año nació nuestra hija. A partir de ese momento, comenzó otra historia”.