GABRIEL ALBIAC

La primera lección que PP y PSOE deben extraer de los asesinatos de París es la necesidad de sellar un pacto de Estado contra el yihadismo. Cualquier interés de partido aquí sería imperdonable. Porque lo que se juega es la supervivencia de lo más elemental: la universal condición libre del ciudadano. Sin distinción de religión ni sexo.

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El yihadismo no es un terrorismo. Es una guerra santa. En la cual, el sacrificio del fiel está, desde el principio, amortizado. Y eso trastrueca todas las reglas defensivas.

La rentabilidad perseguida por el terrorista clásico estaba ligada a su arrebatada apuesta por un mundo nuevo. Y se regulaba, como cualquier apuesta, por el equilibrio entre envite y ganancia: el riesgo al cual el terrorista sometía su propia vida era sopesado en función del beneficio común que de él derivase. El terrorista era, así, un apocalíptico mesurado. Llegado el caso, aceptará morir con el lacónico estoicismo del Chen de la novela de Malraux La condición humana: como un precio a pagar para obtener una contrapartida de entidad mayor que su propia vida. El terrorista aceptaba ser un asesino. No un suicida. No prioritariamente. Morir era, para él, huella de un fracaso.

En una guerra santa, morir no es fracasar; morir es alcanzar la más alta victoria: sea bajo la descerebrada imagen de las ni se sabe cuántas huríes virginales a disposición y uso privados del mártir, sea bajo formas teológicamente menos ridículas de identificación con lo celeste. El yihadista necesita morir para culminar su negocio con Alá. Y es, así, invulnerable a todas las lógicas de combate clásicas contra el terrorismo. Ninguna constricción racional es eficaz frente a aquel que, por encima de cualquier otra cosa, desea la muerte porque sólo de la muerte en sacrificio lo recibe todo.

La yihad tiene hoy un territorio definido: Europa. Y un movedizo asiento logístico al sur del Mediterráneo. Entre esa retaguardia –cuya punta de lanza son hoy Iraq, Siria y Yemen– y el corazón de Europa, hay dos vías naturales de avituallamiento: los Balcanes y España. Son las rutas por las cuales –trenzados al colosal negocio del tráfico de estupefacientes– armas y dinero hacen operativos a los alucinados que vieron la luz en mezquitas donde oficia un clero salafista.

Territorio de yihad, Europa no puede enfrentarse fragmentada a ese nuevo tipo de guerra. Mientras el control de fronteras y la normativa migratoria sean fijados por cada país por separado, la UE será un colador indefendible. Mientras Europa no intervenga con eficacia militar completa para destruir el Califato implantado entre Irak y Siria, el Estado Islámico seguirá entrenando yihadistas europeos y devolviéndolos a Europa con arsenales de guerra cada vez más potentes. Mientras Europa no imponga por igual la legalidad democrática a todas las creencias religiosas en su territorio, el Islam seguirá blindando su Estado dentro de los Estados europeos. Hasta que todo estalle. Es la amarga lección de París en enero.

Fuente: Columna Albiac