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ALBERTO MAZOR

 

«Nosotros nos quedamos con el canto y a ellos les dejamos el silencio, que es porque no tienen nada que decir o porque no pueden decir lo que piensan», afirmó Cristina Fernández de Kirchner, refiriéndose irónicamente a la denominada «Marcha del Silencio» que fiscales argentinos organizarán en homenaje a Alberto Nisman un mes después de su muerte.

Vox pópuli, vox Dei dijo alguien hace miles de años. Quiere decir que la voz del pueblo es la voz de Dios y se refiere a una gran verdad sobre la que se basa la democracia: lo que todos eligen Dios firma, o de otro modo: el pueblo – como Dios – no siempre se equivoca.

Para la política, este proverbio sabio significa que no siempre es bueno oponerse a la opinión pública, la opinión colectiva de la gente común, que no es lo mismo que la opinión de la llamada clase política o de los círculos allegados al poder.

El juicio del pueblo no tiene por qué coincidir con el de los jueces, que sí tienen obligación de juzgar y sus fallos deberían cumplirse inexorablemente. Pero cuando la Justicia con mayúscula no funciona, cuando el Poder Judicial – cuyo único fin es restablecer la justicia cuando se la vulnera – no descubre y pena a los culpables de los crímenes o no restituye los derechos inculcados de las víctimas, entonces sólo vale la sentencia de la opinión pública, que se vuelve cruel porque no siempre es justa. Y no es justa entre otras cosas porque sus parámetros son sentimientos colectivos de una sociedad a veces dañada, como es el caso actual de Argentina. Pero eso no es nada.

No es nada porque si bien se puede manipular a jueces infames, que los hay, es mucho más fácil manipular a la opinión pública, que es absolutamente inocente. Hay miles de casos en la historia, desde cuando exigieron eliminar a Sócrates, Jesús, Zapata, Allende, los Kennedy, Luther King, Sadat o Rabín, entre muchos otros, porque les resultaba molesta su presencia, y lo consiguieron.

Todo el mundo sabe que quienes miden la opinión pública tienen varios resultados y que los de verdad sólo los conocen cabalmente quienes pagan la cuenta, casi siempre bastante cara. El resto sirve para decir que «vamos ganando», como lo hacía aquel desfachatado locutor de la televisión pública argentina que durante la Guerra de las Malvinas mentía como un canalla para engañar a todos hasta el mismo día de la rendición.

«Ellos son el silencio. Nosotros somos el amor por la patria, el amor por el otro. Dejemos que ellos en su silencio tengan odio. El odio termina enfermando. Ya no hay espacio político para que vengan a darnos consejos; mejor que callen», sostuvo Cristina.

En Israel decimos que la verdad es la primera baja de cualquier guerra y es así porque nadie gana cuando sale a perder. Por eso, si ya hay que combatir, mantener alta la moral de las tropas y de la retaguardia es fundamental durante el conflicto. La voz del pueblo actúa también así, incluso en las elecciones de los mandatarios, tanto que nunca sabemos cabalmente si gana el que vota la mayoría o la mayoría vota por el que gana.

Se entiende por qué hay interés en manipular la voz del pueblo. Sirve para ganar elecciones, pero también para denostar enemigos, para inventar próceres, para hundir famas, para bajar precios y para subir estimas. Sólo hay que mirar lo que pasa en la Argentina de hoy, dividida por una ancha avenida que separa «los buenos de los malos y los malos de los buenos», depende en qué vereda esté cada uno.

Todo parece indicar que ya no importa la verdad, ni la investigación, ni el fallo de la justicia en el caso de la muerte dudosa de Nisman. Sólo valdrá la sentencia de la opinión pública, expresada cabalmente por la presidenta cuando interpretó lo que podríamos decir todos: «No tengo pruebas pero tampoco tengo dudas». El problema es que, digan lo que digan los jueces, un fiscal y la mayoría piensa que fue el gobierno que ella comanda.

Unos y otros – las dos veredas – usan todos los recursos que tienen para manipular la sentencia de los jueces y la voz del pueblo. No se salvan ni los periódicos, ni las revistas, ni la radio y la televisión, ni las redes sociales, que parecen lo más ingenuo y son lo más manipulable. Todos son víctimas de maniobras de distracción, globos de ensayo, cortinas de humo, preguntas inducidas, coberturas impensadas. Se fuerzan los errores del enemigo como en los partidos de tenis y se los machaca hasta el hartazgo. Para ello vale todo: zancadillas, palos en las ruedas, acción psicológica, mentiras desvergonzadas, tuits, videítos, photoshop y sarcasmo, que alimentan juicios apresurados y argumentaciones claras que ocultan la verdad, que debería ser lo que realmente importa.

Si no hay normas, si las leyes sólo valen para el que no puede escapar a su cumplimiento, si la justicia no consigue defender a la ciudadanía de esos abusos, sólo queda el juicio de la opinión pública, que generalmente se hace como dice Cristina: en silencio.

Fuente:jai.com.uy

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