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Por Amos Yadlin y Carmit Valensi

Entre el verano de 2007 y el verano de 2014, Israel disfrutó de siete buenos años de estabilidad en defensa y superioridad estratégica, sin conflictos significativos y sin que la seguridad nacional sea una carga importante en la sociedad israelí y la economía nacional.

Impresionantes capacidades militares, fuerte disuasión hacia estados y organizaciones terroristas que poseen características de tipo estatal, acuerdos de paz estables con sus vecinos y acontecimientos de agitación regional que surgieron en Oriente Medio durante los últimos años minimizaron la gravedad de la amenaza impuesta a Israel (aunque no la hostilidad hacia el país). Los países de la región se concentraron en hacer frente a sus dificultades internas, y las organizaciones se enredaron en conflictos internos. La principal amenaza impuesta a Israel era un lejano potencial: la amenaza nuclear iraní.

Los acontecimientos del año pasado y sus posibles implicaciones pueden dar lugar a un cambio de dirección y afectar a Israel, ya sea directamente – mediante violencia dirigida intencional o indirectamente – como resultado de las consecuencias de la inestabilidad regional. Israel se está acercando a un punto en el que se verá obligado a enfrentar conocidas y nuevas amenazas a la vez y tomar decisiones importantes con respecto a varias cuestiones fundamentales: el conflicto israelí-palestino, el programa nuclear de Irán y las relaciones de Israel con los países árabes y con Estados Unidos. El equilibrio estratégico actual conserva la mayor parte de las tendencias favorables de los siete años buenos, pero también puede haber deterioros hacia un período de seguridad más difícil – ¿“siete años malos”?

Israel no enfrenta un peligro existencial-militar. Las amenazas militares convencionales, no convencionales y asimétricas que enfrenta el país son un reto, pero no representan un riesgo militar existencial para el Estado de Israel. Al mismo tiempo, fuera del campo de batalla militar, existe una fuerte campaña de deslegitimación contra Israel en el ámbito internacional, que está siendo aceptada mundialmente de manera inquietante. Uno de los aspectos destacados de esta amenaza es el BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), un esfuerzo con implicaciones ideológicas y prácticas. En la práctica, se manifiesta mediante el boicot de productos y servicios israelíes y el llamado a sanciones contra organizaciones israelíes, a fin de infligir daño económico. Ideológicamente se manifiesta manchando la imagen de Israel, presentándolo como un elemento negativo, racista y agresivo. Esta tendencia, que ganó gran impulso en Europa durante los últimos años, se ha infiltrado recientemente en los círculos intelectuales de Estados Unidos y podría expandirse en arenas adicionales.

Las FDI son el ejercito más fuerte del Medio Oriente, pero el reto es asimétrico: Israel se concibe como un poder sustentado en un ejercito de alta calidad, fuerte y disuasivo en los ojos de actores estatales y no estatales de la región. Al mismo tiempo, el poder militar de Israel, así como el poder de otras fuerzas armadas en países democráticos, tienen dificultad para lograr un equilibrio en enfrentamientos asimétricos. En las últimas décadas, las organizaciones terroristas han desarrollado soluciones para contrarrestar la superioridad tecnológica de las fuerzas armadas occidentales y de Israel a través de diversas habilidades y tácticas de combate (incluyendo lanzamiento de cohetes con diferentes características de precisión y alcance, mezclando a la población local, poniendo en uso medidas de protección y de camuflaje), destinadas a identificar el “punto débil” de la sociedad occidental, sensible víctimas entre la población civil. Las restricciones del derecho internacional y la constante crítica pública internacional también obstaculizan la capacidad de sobreponer eficazmente esas amenazas complejas.

La disuasión israelí es sólida, y su eficacia es evidente con respecto a países vecinos y organizaciones terroristas “híbridas” como Hamas y Hezbolá, cuyas características incluyen gobernanza y una cierta responsabilidad hacia la población del territorio que dominan. Sin embargo, la disuasión no es un concepto absoluto, y la capacidad de medirla se aplica en retrospectiva, sin garantía de que perdurará en el futuro. La disuasión puede verse perjudicada por un error de cálculo (es decir – una situación en la que ambas partes no desean una confrontación, pero que son arrastradas a ella, como en el caso del verano de 2006), o como resultado de una evaluación del enemigo según la cual el equilibrio de consideraciones y beneficios potenciales justifica una provocación contra Israel.

Los acuerdos de paz han sobrevivido, pero las masas permanecen hostiles: la agitación política en Egipto y la inestabilidad en Jordania ponen en juego el futuro de los acuerdos de paz con Israel. Estos acuerdos han sobrevivido por el momento, e Israel y sus vecinos seguirán manteniendo una cooperación que incluso se ha intensificado en el ámbito de la seguridad y la economía. Sin embargo, el reto puede venir de las masas, que permanecen hostiles (e incluso más activas) contra Israel. Estas masas se identifican con la causa palestina y expresan su frustración debido a la ausencia de una mejora práctica de su situación.

Siria representa una menor amenaza, pero los Altos del Golán se han convertido en un frente activo: el Ejército sirio, preocupado por la guerra civil, se ha debilitado dramáticamente y ya no constituye una amenaza real para Israel (tanto convencional como no convencional). Al mismo tiempo, el bajo nivel de gobernanza y la pérdida de control sobre diversas áreas de Siria permitieron la consolidación de elementos del yihad mundial y otros grupos radicales, haciendo de los Altos del Golán un posible un frente activo que podría amenazar a los habitantes de la zona fronteriza y norte.

Hezbolá se encuentra hundido en el lodo de Siria, pero no ha renunciado a la lucha contra Israel: la intesiva participación en Siria se basa en el poder y los recursos de Hezbolá y ha neutralizado, en gran medida, su capacidad e intención de abrir un frente adicional con Israel. Al mismo tiempo, la organización continúa su lucha contra Israel, ya sea retórica o prácticamente. Hasta el momento, Hezbolá mostró sus intenciones mediante ataques limitados, con el fin de mantener la tensión principalmente y rehabilitar su legitimidad interna. La relativa calma puede sufrir cambios en el momento en que Hezbolá identifique una oportunidad para recuperar su condición de líder en la resistencia armada contra Israel.

Los intereses comunes entre Israel y los países árabes pertenecientes al mundo sunita moderado (Egipto, Arabia Saudita, los países del Golfo y Jordania) ofrecen una oportunidad para crear una cooperación regional. Una alianza de este tipo se basará en una perspectiva e intereses similares respecto a los acontecimientos relacionados con Irán y Siria, y más recientemente, en función a la amenaza impuesta por las organizaciones yidahistas mundiales. Este potencial no se ha aprovechado de manera significativa hasta el momento, entre otras cosas, debido a la inestabilidad interna en los países árabes moderados, su compromiso (aunque sólo sea retóricamente) a la causa palestina, además de la falta de voluntad de Israel para adoptar, siquiera parcialmente, la iniciativa de paz árabe. Hasta el momento, estos factores han complicado el establecimiento de una alianza de cooperación estable y duradera.

El fracaso del “esfuerzo de Kerry” para lograr un acuerdo aunado a la división interna palestina han empujado a Abu Mazen a adoptar una postura contraria y concentrar sus esfuerzos en el ámbito internacional, de manera que no pasa por el canal de conversaciones directas. Mientras tanto, una serie de declaraciones de varios parlamentos y gobiernos europeos en torno a su reconocimiento de un Estado palestino ha impulsado el esfuerzo palestino y ha socavado el principio de las negociaciones directas. Israel debe consolidar una alternativa estratégica a las fallidas negociaciones que le permitan dar forma a sus fronteras, incluso sin el consentimiento palestino, pero sujeta a la coordinación con la comunidad internacional encabezada por Estados Unidos.

El programa nuclear iraní se ha detenido sin desaparecer: la atención internacional para una resolución de la cuestión iraní ha sido significativa, evitando el rápido y continuo desarrollo del programa nuclear iraní. Al mismo tiempo, el aplazamiento de la firma del acuerdo permanente ha puesto a Israel en una posición estratégica que requeri una decisión sobre la realización de cualquiera de dos escenarios – la consolidación y firma de un “mal acuerdo” o el colapso total de las conversaciones. Israel debe asegurarse de que se eliminen las opciones de que Irán pueda aumentar la producción de uranio y plutonio para convertirse en un poder nuclear, de que el programa nuclear iraní sea supervisado constantemente y que se firme un acuerdo a largo plazo que permita un levantamiento gradual de las sanciones a cambio de un cumplimiento total de los compromisos iraníes. Además, Israel debe conservar una opción militar factible en el caso de que las otras alternativas fracasen.

Por último, la capacidad de proporcionar una solución completa y satisfactoria a las altas expectativas de la opinión pública israelí para alcanzar una máxima seguridad es un reto importante. El enfrentamiento con amenazas asimétricas limitadas pero altamente volátiles, aunadas a cuestiones estratégicas del momento como el desafío nuclear iraní hacen que sea difícil adquirir la capacidad de producir un proceso de formación de fuerza coherente, requiriendo una evaluación profunda de los riegos y consecuencias de la ausencia de un programa multianual para las fuerzas de defensa de Israel.

Amos Yadlin es Director del Instituto de Estudios Estratégicos Nacionales (INSS, por sus siglas en inglés) y ex Jefe de Inteligencia Militar Israelí.

Carmit Valensi es asociada de investigación en INSS y estudiante de doctorado en la Universidad de Tel Aviv.

Traducido desde Israel Defense para Agencia de Noticias Enlace Judío México