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ESTHER CHARABATI

Todos nos hemos topado con alguno, y si la vida se ha ensañado con nosotros, con más de uno. Son seductores, parecen seguros de sí mismos, nos contagian el amor que se tienen, su convicción de que son perfectos, los mejores, los únicos. Son los narcisistas.

Para entenderlos, tenemos que acudir a la leyenda que les da nombre: Narciso era un joven hermosísimo; su encanto era tal que muchas ninfas estaban enamoradas de él, aunque lo dejaban indiferente. Un día, viendo su propia imagen reflejada en el agua, Narciso se enamoró de ella, muriendo ahogado al intentar tomar entre sus manos ese rostro que le inspiraba tan profunda pasión.

Ése es Narciso (o Narcisa): el que no puede amar a nadie más que a sí mismo. Aquel que considera que no sólo él es lo mejor, sino también sus hijos (especialmente si es mujer), su casa, su trabajo, su coche… en una palabra las prolongaciones de su yo. De acuerdo con el psicoanalista chileno León Cohen, el narcisismo no es una enfermedad sino un drama: el drama de quien no ha podido satisfacer en la infancia un narcisismo sano. Cuando un bebé se ve a sí mismo como omnipotente a través de la mirada de su madre y recibe su amor inconmensurable, aprende a verse en ese espejo, a conocerse y a confrontar la realidad, y como adulto desarrollará un narcisismo sano, que será una fuente de energía y le permitirá establecer vínculos amorosos.

Confrontar la realidad: ésa es la clave porque la realidad es una instancia que el narcisista patológico desconoce; huye de ella como Nosferatu de la luz. Quien haya tenido un padre o una pareja narcisista aprende con dolor que esos individuos tan significativos en nuestras vidas son incapaces de darnos un lugar en la suya, de sentir compasión o de preocuparse por nuestras preocupaciones. A la larga tenemos que reconocer su egoísmo y su incapacidad de amar. Más que relacionarse con los demás, los narcisistas chupan su energía, se apoderan de ellos y los anulan como individuos, despreciándolos como compañeros, degradándolos como amigos. Es, por ejemplo, el hombre que elige por esposa a una mujer que por su belleza, dinero, talento u origen sea alimento para su propio yo. Después de un rato le parece aburrida, tonta y fea, por lo que merece ser sustituida de una u otra manera. Él se merece algo mejor. O la mujer que sale con un hombre tras otro, los explota en todo sentido para aumentar su importancia, para sentirse admirada y atendida, y los abandona sin ningún miramiento, confundida por el amor o el resentimiento que le tienen, incapaz de ser empática con nadie.

Nada más peligroso para los narcisistas que entrar en contacto con la realidad y darse cuenta de que han vivido en el engaño: que creían vivir en la pasión y en la realidad no sienten nada, que creían tener amigos pero su verdadero propósito era usarlos. Entonces aflora la verdadera causa del narcisismo: la inseguridad, una falta total de autoestima, una defensa frente al vacío. Narciso, desesperado, se da cuenta de que no es nada más que una imagen, incorpórea, irreal.