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MAURICIO MESCHOULAM

 

En Yemen las protestas de 2011 no produjeron una situación más favorable que la que existía antes del fin de la dictadura.

Hace unos meses tuve oportunidad de asistir a un foro internacional de seguridad en Canadá. En una de las cenas, un agradable colega de Yemen se sentó a mi lado e iniciamos una interesante conversación sobre su país. No pude evitar compartirle mi pesimismo en torno a la Primavera Árabe y sus secuelas en países como Egipto, Siria, Libia o el suyo propio. Resultó que sin saberlo, estaba yo conversando nada menos que con uno de los más importantes líderes de la Primavera Árabe en Yemen, y hasta ese momento el encargado del proceso del diálogo de transición, Mohammed Abulahoum. Él era enormemente optimista y continuamente me decía que todo iba a estar bien. La verdad no era mi intención empañar su optimismo así que mejor pasamos a discutir temas de comida -la Laffa, el pan más delicioso de todos los panes árabes- y hablamos de la cultura del Qat, la hierba que se mastica en su país a diario y a todas horas. No obstante, los temores que en ese momento preferí guardarme, se han venido confirmando.

Considere la siguiente sucesión de eventos ocurridos todos durante la última semana en Yemen: (a) Una serie de atentados contra mezquitas chiítas, reivindicados por ISIS  terminaron con la vida de más de 130 personas, (b) Grupos afiliados a Al Qaeda extendieron su zona de control atacando la capital provincial al-Houta, al sur del país, (c) Los rebeldes Houthis, quienes actualmente controlan la capital del país, Sanaa, lanzaron una nueva ofensiva de expansión amenazando ahora a Adén, ciudad a donde tuvo que huir el gobierno formalmente reconocido, (d) Arabia Saudita decidió iniciar ataques aéreos contra los Houthis y formó una coalición internacional compuesta por 10 países de la región, la cual amenaza incluso con incursiones terrestres. Todo, repito, en una sola semana.

Esta serie de eventos exhiben la peligrosa confluencia de al menos cinco elementos que tras la Primavera Árabe se están repitiendo en diversos países de la región: (1) la persistencia de uno o varios conflictos locales de carácter político, (2) dichos conflictos políticos se entretejen con añejas hostilidades sectarias o tribales, las cuales afloran con las condiciones de inestabilidad generadas tras la dimisión o debilitamiento del líder o dictador, (3) en mayor o menor grado, diversas potencias regionales se involucran de manera indirecta, ya sea apoyando, financiando, y/o  armando a alguno de los actores, o bien, a través de acciones militares directas, (4) el involucramiento directo o indirecto de una o varias potencias globales, (5) el aprovechamiento de las condiciones de caos por parte de grupos terroristas, muchos de  ellos ligados al jihadismo global, con el fin de establecer o incrementar su influencia en la zona.

Así, podríamos decir que actualmente el conflicto yemení involucra a los siguientes actores: (1) El gobierno que se había consolidado después de la Primavera Árabe, liderado por el presidente Hadi, compuesto principalmente de musulmanes sunitas, gobierno que es apoyado por Arabia Saudita y por Estados Unidos. Este gobierno fue expulsado de la capital, Sanaa, por los rebeldes, y hasta el momento en que escribo, se encuentra gobernando desde Adén, al sur del país, ciudad que podría ser tomada por los rebeldes próximamente, (2) Los grupos rebeldes Houthis pertenecientes a una subsecta del Islam chiíta, llamada zaidi, apoyados por Irán, el principal bastión del Islam chiíta en la región y gran adversario de Arabia Saudita en la lucha por el poder regional. El tema se complica porque a los Houthis no solo los apoya Irán, sino el exdictador Saleh, aquél que tuvo que dejar la silla a raíz de la Primavera Árabe y que hoy regresa para intentar recuperar parte de lo que considera le fue arrebatado. Sin embargo, Saleh no es chiíta, sino sunita, y aporta a la causa rebelde tropas que le siguen siendo leales, muchos de ellos también sunitas. Como vemos, la línea divisoria entre sectas no es tan clara como a veces se pinta en algunos medios, (3) Al Qaeda en la Península Arábiga o AQAP, la cual es, según Estados Unidos, la rama más fuerte de  Al Qaeda. Las milicias sunitas afiliadas a dicha red terrorista controlan amplias zonas del territorio, y atacan lo mismo al gobierno yemení y a  intereses estadounidenses u occidentales, que a los Houthis y a los grupos chiítas en el país, (4) ISIS o “Estado Islámico” (sunitas), quien penetra en Yemen afiliando a milicias jihadistas preexistentes, y quien pretende robar foco y nombre a Al Qaeda, justo en una de sus mayores sedes. Por último, el componente más nuevo: (5) una coalición de potencias sunitas lideradas por Arabia Saudita que incluye a varios países del Golfo Pérsico, a Jordania, Marruecos, Egipto, Sudán y Pakistán, apoyados mediante inteligencia y logística por Estados Unidos. Esta coalición pretende frenar el avance Houthi -y con ello la injerencia de Irán en la zona- y restablecer el gobierno de Hadi a quien ellos respaldan. Como era de esperarse, los gobiernos del bloque chiíta cercano  a Irán -Asaad en Siria y Abadi en Irak- se oponen a los ataques de dicha coalición liderada por Arabia Saudita y apoyada por EU. No es la primera vez, por cierto, que la monarquía saudí busca detener la influencia de Irán en la península como secuela de la Primavera Árabe. En 2011, Riad envió tropas al reino de Bahréin para contener las revueltas, esencialmente compuestas por población chiíta, revueltas que eran vistas por el rey Abdullah como un espacio para que Irán extendiese su órbita de influencia.

Ahora bien, la complejidad en la conflictiva de Medio Oriente es de tal magnitud, que de manera paradójica Estados Unidos no solo está hoy mismo sentado en la mesa negociando un acuerdo con Irán, sino que se encuentra combatiendo del mismo lado de Irán contra ISIS en Irak y Siria, pero ahora está combatiendo indirectamente contra Irán en el conflicto yemení. ¿Usted lo entiende?

Desafortunadamente, las condiciones desfavorables en Yemen no inician ahora. Yemen no es solamente el país más pobre de toda la región, sino un país que en el pasado ha vivido demasiados momentos de guerra e inestabilidad. Por si fuera poco, Yemen es también una de esas historias, hoy ya tan repetidas, en las que las protestas del 2011 no produjeron una situación más favorable que la que existía antes de que cayera la dictadura. Pero el asunto no para ahí. Su semejanza con Siria (o lo que podríamos denominar la “sirianización” del conflicto), estriba en la confluencia de esos factores internos, con un entorno regional e internacional que en lugar de ayudar a mitigar el conflicto, termina contribuyendo a atizar el fuego. El problema es que todo esto se encuentra en una fase tan avanzada, que es difícil en lo inmediato poner a los muy diversos actores a negociar. Me pregunto dónde estará hoy mi amigo Mohammed. Y me pregunto dónde habrá quedado ese optimismo que no pude o no supe compartir con él, y que hoy resulta tan necesario para siquiera empezar a pensar en un Yemen diferente.

@maurimm

Fuente:eluniversalmas.com.mx