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Theodor Lessing

ARNOLDO LIEBERMAN

La muerte o el asesinato del fiscal argentino Alberto Nisman- a quien conocimos en Hebraica Madrid en una brillante y lúcida conferencia hace unos años- incita a que todo judío argentino asocie libremente diversas vivencias y distintos sentimientos.

Para aquellos que hacen de la asimilación un objetivo primordial, Nisman vuelve a ser otro ejemplo de la esterilidad de esa conducta. Kafka ya señalaba que la asimilación era un intento vano y absurdo de renunciar a nuestra misma esencia y que finalizaba siempre en un fracaso rotundo.

Nisman murió como judío (era judio, estaba arrojado a profundizar en la matanza de la AMIA, denunciaba los entretejes y manejos del vínculo de Argentina con Irán —la gran amenaza a la supervivencia de Israel—, su conferencia la daba en Hebraica) y no obstante éste es un tema que en los medios no se menciona sino  de refilón. Ni siquiera para enfatizar la presencia del auto-odio, vivencia posible en muchos de nuestros hermanos judeoargentinos (paradigma de ello es el canciller argentino Héctor Timerman y lo que más temo aún, las oscilaciones sospechosas y ambivalentes de un pensador judío fuera de serie al que he admirado, como es Ricardo Forster). Lo que me hace asimilarlo (la asociación libre tiene estos requiebros) con Theodor Lessing, quien murió el año que Hitler subió al poder.

Hijo de una familia acomodada judía, Lessing se convirtió al luteranismo (expresión enfática del antisemitismo germánico) cuando era estudiante en Fribugo, universidad en la que estudiaron diversos judíos instalados en el auto-odio. Lessing señalaba que su conversión era para librarse de las limitaciones existentes para el progreso de profesionales judíos en el área académica debido al antisemitismo imperante en el mundo universitario. La misma argumentación usó Gustav Mahler para su propia conversión. Sin Lessing nunca consiguió una cátedra permanente y tuvo que resignarse a puestos docentes temporarios. Luego de finalizada la Primera Guerra Mundial y con el advenimiento del sionismo, Lessing regresó a sus raíces judías (lo mismo hicieron Arnold SchUnberg y Otto Klemperer), se concentró en el estudio de la filosofia y la historia de las ideas y escribió importantes ensayos sobre temas filosóficos, como Schopenhauer, Wagner y Nietzsche o La historia como sentido. En este último libro expresó su pesimismo filosófico y suconcepción de la historia como una serie casual de circunstancias que no enseñan nada y carecen de toda significación moral. Su libro más importante y recordado es El auto-odio judío, publicado en 1930, en el cual analizó la fobia contra su origen de seis destacados intelectuales judíos del área cultural de habla alemana. El concepto de auto-odio —que ya había sido utilizado por el íntimo amigo de Franz Kafka, Max Brod, e incluso por Otto Weininger— fue desarrollado por Lessing con mayor profundidad y de manera más exhaustiva. 

En su libro, Lessing analizó seis personalidades: Paul Rée, amigo de Nietzsche y amante de Lou Salomé; Otto Weininger, el célebre autor de  Sexo y Carácter que se suicidó a los 23 años en la casa natal de Beethoven; Arthur Trebitch, quien en su libro El espiritu del judaísmo, publicado en 1919, acusó a los judíos de provocar las derrota de los imperios centrales en la Primera Guerra Mundial; Max Steiner, enemigo de la modernidad que atribuyó a los judíos todos los cambios a su juicio indeseables en su tiempo; Walter Cáale, moralista decepcionado por el mundo de la cultura al que censuraba por estar bajo influencia judía; y Maximillan Harden, director de la influyente revista liberal Zukunft (Futuro), que cambió de religión y adoptó duras posiciones antijudias si bien tuvo un viraje positivo en sus últimos años. Lessing cita en su libro a otros pesonajes: a Karl Kraus como «el ejemplo más notorio de auto-odio judio» y cuenta que una vez tuvo unas discusión de dieciséis horas con el célebre filósofo Edmund Husserl, creador de la fenomenología, en el que éste, convertido al protestantismo, se reveló como un fogoso antisemita.

Desde el punto de vista de Lessing hay tres tipos de auto-odio: primero, la de los censores del universo, o sea de quienes se autoerigen en jueces supremos del bien y del mal; para justificar su arbitraria actitud de superioridad denigran a lo que es más fácil denigrar, o sea los judíos, o sea los chivos expiatorios de siempre; segunda, las víctimas condescendientes, o sea una especie de cobardía convertida en segunda naturaleza que acepta el prejuicio antisernita simplemente por incapacidad de resistencia y, tercero, los campeones del mimetismo, que consideran que condenar a los judíos es la mejor forma de hacerse disculpar de su propio y culposo judaísmo.

Cuando Lessing publicó en 1925 su oposición a la elección de Paul von Hindenburg a la presidencia de la república de Weimar, definiendo al político que allanaría el camino a Hitler como un personaje mediocre que sería usado por algún intrigante maléfico capaz de manipularlo para servir a sus intereses, los nazis no se lo perdonaron y Lessing debió huir a Checoslovaquia pocos días después de asumir Hitler el poder, en 1933. Lessing se refugió en el balneario de Marienbad con su familia y desde allí escribió artículos contra el nazismo en la prensa liberal de Checoslovaquia. Los nazis pusieron precio a su cabeza. Su asesinato fue cuidadosamente planeado (cosa que sus discípulos criollos —siempre chapuceros—deberían aprender) y tres agentes enviados desde Alemania balearon el 30
de agosto de 1933 a Lessing en su cuarto de trabajo.

Las tesis de Lessing no han perdido actualidad. Entre las voces de la nueva judeofobia se oyen las voces de Noam Chomsky, Juan Gelman,Norman Finkelstein, Ilan pappe, Eric Hobsbawm y Toni Judt entre otros, luchando por superar en virulencia a los más duros críticos de Israel. Todos ellos alineados junto al antisionismo islámico, otro rostro contem poráneo del antisemitismo. Como dice el Congreso Judío Latinoamericano, Theodor Lessing tendría hoy abundante material para continuar la investigación que inició en su libro publicado 80 años atrás.

Fuente:Revista Raíces

Artículo enviado por Antonio Escudero

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