eleccion-marzo-proximo_LNCIMA20150227_0105_27 BRUCE MADDY-WEITZMANN

 

La falta de respuesta fue debida a las bajas expectativas y prioridades más urgentes.

Para todos los propósitos prácticos, la reelección de Benjamín Netanyahu como primer ministro fue intrascendente en el mundo árabe. Las razones para la indiferencia generalizada son diversas, y requieren elaboración.

Para apreciar la profundidad del silencio árabe, uno puede remontarse a mayo de 1996, cuando Netanyahu fue electo para el puesto por primera vez, derrotando a Shimon Peres, quien había asumido el cargo luego del asesinato de Yitzhak Rabin seis meses antes. Netanyahu estaba opuesto abiertamente a los Acuerdos de Oslo de 1993 y a la implementación subsiguiente de acuerdos, y su victoria llegó como una sorpresa para los líderes árabes que se habían comprometido con las campañas diplomáticas patrocinadas por los estadounidenses y temían a las consecuencias internas y regionales del surgimiento de un líder nacionalista de derecha en Israel.

Las razones para la falta general de respuesta árabe esta vez pueden ser divididas en dos categorías: bajas expectativas y prioridades más urgentes.

Con respecto a las primeras, los estados y públicos árabes (como mucho del público israelí) simplemente han dejado de creer que es posible un acuerdo negociado. Además, Netanyahu tiene cero credibilidad en el mundo árabe. Estados Unidos es visto generalmente como siendo agradecido a los intereses israelíes-sionistas-judíos y por lo tanto poco dispuesto a aplicar presión bruta sobre Israel para que cambie sus políticas.

Sin dudas, la confrontación abierta de Netanyahu con el gobierno de Obama está siendo observada agudamente en el mundo árabe en busca de cualquier señal de un debilitamiento del apoyo tradicional estadounidense por Israel, pero las élites árabes están bien al tanto del apoyo que tiene Netanyahu en el Congreso de Estados Unidos.

Isaac Herzog, principal oponente de Netanyahu en la elección, era bastante desconocido en el mundo árabe, y en cualquier caso su campaña no se enfocó en el proceso diplomático. Aparte, como líder centrista del Partido Avodá, sus posiciones oficiales sobre cuestiones relativas al conflicto, oponerse a la división de Jerusalem, mantener el Río Jordán como frontera de seguridad de Israel, y su crítica a la conducción de la guerra de Gaza del verano del 2014 por parte de Netanyahu estuvieron lejos de las posiciones mínimas aceptadas de los estados árabes.

En cuanto a las prioridades, el conflicto israelí-palestino, aunque todavía resuena emocionalmente, ha sido empujado claramente del centro de la agenda regional. El horroroso derramamiento de sangre en Siria y la crisis de refugiados resultante (sentida agudamente en Jordania y Líbano, tanto como en Turquía), el surgimiento del Estado Islámico y sus manifestaciones de terror radical a lo largo de la región, la extensión del poder iraní a Irak y la proyección de poder dentro de Siria, Líbano y Yemen, la guerra civil en Libia, la fragmentación del siempre frágil estado yemenita, y finalmente las negociaciones intensivas entre iraníes y occidentales por el programa nuclear de Irán (cuyos resultados probables son considerados un “mal acuerdo” no sólo por Netanyahu sino por Arabia Saudita) son todas cuestiones más urgentes que el impasse entre israelíes y palestinos y la reelección de Netanyahu.

La conferencia de la cumbre árabe agendada normalmente a fines de marzo en Sharm el-Sheikh confirmará indudablemente la Iniciativa de Paz Arabe del 2002 y llamará a la comunidad internacional a tomar medida prácticas para obligar a Israel a responder en forma favorable. Pero el foco del anfitrión Egipto está en otro lado. Llegando sobre los talones de una exitosa conferencia cumbre económica para atraer a inversores extranjeros, el Presidente Abdel Fattah el-Sisi utilizará la cumbre para tratar de y mostrar al mundo que Egipto está “de regreso” como el líder indiscutido del mundo árabe. La cooperación realzada de seguridad entre Egipto e Israel contra los yihadistas en Sinaí y el nombramiento por parte de Egipto de Hamas como organización “terrorista” constituyen un nuevo pliegue en las relaciones egipcio-israelíes, uno con el que Netanyahu puede sentirse satisfecho.

Desde la perspectiva palestina, la reelección de Netanyahu puso fin a cualquier esperanza restante que el público israelí estaba preparado para un cambio, lo que los afectaría favorablemente. Un número de comentaristas vieron los resultados electorales con satisfacción, creyendo que allanaba el camino para la estrategia palestina de internacionalizar el conflicto.

El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, está plenamente consciente de las posibles consecuencias, particularmente de la probabilidad de duras contramedidas israelíes. Al mismo tiempo, la presión de abajo para cesar la cooperación en seguridad con los israelíes es considerable.

Una voz en el desierto fue Imad Fallouj, ex miembro de Hamas, asesor de Yasser Arafat y ministro de gabinete de la AP. La democracia israelí, declaró, “era un modelo de gobernancia que los palestinos deben emular, porque Israel se las arregló para usar sus múltiples divisiones y desacuerdos como una fuente de fuerza, mientras en la sociedad palestina, la anarquía gobierna, políticamente, económicamente, socialmente e incluso conceptualmente”. A diferencia de Israel, dijo, los líderes palestinos sólo raramente mejoran las vidas de sus ciudadanos.

*El autor es un miembro investigador principal en el Centro Moshe Dayan para Estudios Meso-Orientales y Africanos de la Universidad de Tel Aviv.

Fuente: The Jerusalem Report

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México