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ABRAHAM H. MILLER

 

¿Por qué el pensamiento progresista insiste en distinguir entre antisemitismo y anti-israelismo?

Cuando el abogado de derechos civiles Gil McGwire salió en las páginas de Los Angeles Times para responder al artículo ampliamente distribuido del actor Michael Douglas sobre el encuentro vil de su hijo con el antisemitismo, McGwire menospreció a Douglas por confundir la crítica anti-Israel con antisemitismo. Al hacerlo, McGuire puso en evidenci, en forma inadvertida, la miopía de la visión progresista tanto sobre el antisemitismo como sobre la crítica contra Israel. Esta visión limitada llega de enfocarse en la ocupación israelí vacía de cualquier contexto histórico.

Israel no está por encima de la crítica, y como indudablemente saben McGuire y la mayoría de los progresistas, los israelíes mismos critican rotundamente y libremente a su gobierno. Los miembros árabes de la Kneset se encuentran en el cuerpo legislativo para lanzar ataques virulentos que serían encontrados aborrecibles en la mayoría de las democracias occidentales. En la mayoría de las tiranías meso-orientales, cualquier legislador que participara en tales ataques se encontraría enfrentando una cita rápida con el verdugo.

Entonces, a riesgo de declarar tanto lo obvio como lo innecesario, la crítica a las políticas de Israel no es antisemitismo. Ciertos tipos de críticas lo son, como han declarado tanto el Departamento de Estado como la Unión Europea. Entre estas hay referencias a los israelíes como nazis, conversación de un Holocausto palestino, negar el derecho de Israel a defenderse frente a la agresión, discutir activamente si Israel tiene un derecho a existir, o juzgar a Israel de acuerdo con una norma bajo la cual no es juzgada ninguna otra nación.

A esos quisiera añadir citar “a sabiendas” patrañas tan desgastadas y desacreditadas como que Israel tiene 50 leyes en sus libros que discriminan a sus ciudadanos árabes. El número citado comúnmente es 35, y viene de un ensayo del 25 de mayo del 2012 de una página editorial del New York Times. Como la acusación espuria pasó por los controladores de hechos del NYT, sólo puedo concluir que también conlleva a la visión progresista de Israel que la falsedad poseía el anillo de la verdad.

McGuire cita esto como real, pero yo atribuiría esto no al antisemitismo sino a su inmersión intelectual en una comunidad progresista donde tal pensamiento es congruente con lo que filtra a través de su prisma ideológico.

Pero la principal objeción a McGuire y a los progresistas como él es su discusión ahistórica y no contextual de la ocupación.

¿Alguna persona pensante describiría los guetos étnicos de Los Ángeles como cuevas de crimen, violencia, y males sociales, sin molestarse en hablar sobre racismo, pobreza y privación societaria? Entonces, ¿por qué hablar sobre la ocupación en ausencia de cualquier forma de contexto?
En junio de 1967, el Gobierno de Unidad de Israel votó por regresar la tierra capturada en la Guerra de 1967 a cambio de paz. La frontera oriental con Jordania, la Margen Occidental, iba a ser negociada. No había asentamientos.
En septiembre de 1967, los árabes se las arreglaron nuevamente para perder una oportunidad. Ellos se reunieron en Khartoum y emitieron los infames tres no—no a las negociaciones, no al reconocimiento, y no a la paz. De haber respondido los árabes en forma afirmativa en cualquier medida, nunca hubiese habido una ocupación y el problema entero habría sido resuelto a través de negociaciones.

Israel se encontró en la misma posición que el estado mayor del Kaiser se encontró en Brest-Litovsk cuando el nuevo gobierno soviético envió a León Trotsky a negociar con ellos. En su lugar, Trotsky emitió su famosa proclama de “no guerra, no paz”. Al principio, los alemanes estaban sorprendidos. Posteriormente, concluyeron que era teatro político típico. Los soviéticos finalmente negociarían. Pero después de muchos días; se dieron cuenta que Trotsky de hecho había pronunciado la política soviética.

Los alemanes hicieron lo que haría cualquier ejército enfrentado a no guerra no paz. Siguieron marchando hacia el oriente hasta que el gobierno soviético vio una parte creciente de su masa de tierra bajo control alemán.

Enfrentados al no a las negociaciones, no al reconocimiento y no a la paz, los israelíes hicieron esencialmente lo mismo. La política, como la naturaleza, aborrece un vacío.

Es Khartoum el que creó la ocupación. Es el rechazo árabe a aceptar un Estado Judío junto a un Estado Palestino el que asegura su persistencia. Remontándose a la Comisión Peel inglesa de finales de la década de 1930, los árabes siempre han dicho no.
Israel dejó Gaza sin negociaciones, probando la política de tierra por paz. En vez de paz obtuvo muerte, cayendo desde los cielos en la forma de cohetes palestinos y misiles iraníes.

El final a una ocupación tiene que ser negociado. Esto significa que los palestinos tienen que desear crear su propio estado más de lo que quieren destruir a Israel. El único resultado racional al conflicto árabe-israelí es dos estados viviendo en paz y cooperación económica.

En el interín, la narrativa progresista tiene que tomar en consideración las realidades históricas de la ocupación en la misma forma en que toma en consideración el contexto social e histórico de los guetos de Estados Unidos.

Fuente: American Spectator

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México