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En el Panteón Ashkenazí, existe un cuarto muy especial, que funge como memorial de la Shoá. Allí, año tras año, en Yom Hashoá, se realiza un emotivo homenaje a las víctimas del Holocausto.

El evento del 16 de abril fue muy solemne. La presencia de las tumbas alrededor del memorial daba sentido a la expresión “paz sepulcral”.

Quienes estábamos presentes hoy teníamos muy claro un hecho:  no había sobrevivientes del Holocausto en la ceremonia. Hijos de sobrevivientes, sí, quienes prendieron velas y dijeron unas palabras. Pero la ausencia de estos testigos vivos de la barbarie, con sus miradas resignadas y su pesado andar, pesaba el evento. Lo dijo un alumno del Colegio Hebreo Tarbut: los sobrevivientes se están acabando. Lo dijo el Presidente de la Kehile: la negación del Holocausto es uno de los brazos del antisemitismo- y los sobrevivientes son pruebas contundentes de que las seis millones de desgarradoras historias no son ficción.

Faltaba Peter Katz, Presidente de la Unión de Sobrevivientes, víctima de una depresión y confinado a su casa; faltaba Bedrich Steiner Z”L, quien cayó parado, como un árbol, en noviembre pasado; faltaba Halina y Dolly, Max y Meyer, cuya edad los hizo preferir el quedarse en casa.

Se recitó la plegaria “El Male Rajamim”, adaptada especialmente a las víctimas del Holocausto. Los jóvenes declararon tomar sobre sí la responsabilidad de la memoria. Y salimos con 70 años de tristeza sobre los hombros; una tristeza sin explicación,  sin lecciones y sin consuelo posible.

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