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THE WALL STREET JOURNAL

Los escritores occidentales abandonan su apoyo a la libertad de expresión.

Je suis Charlie. “Yo soy Charlie” en francés, la frase se volvió una expresión global de solidaridad y resolución después de que hombres armados islámicos asesinaron a 12 personas en las oficinas parisinas del semanario satírico Charlie Hebdo.

En un terrorífico ataque de imitación el domingo en Garland, Texas, dos hombres con rifles de asalto intentaron disparar a personas que asistían a un evento satirizando a Mahoma con caricaturas. Un solo oficial de policía se las arregló para disparar y matar a ambos hombres armados antes que ingresaran al evento. Con cerca de 200 personas en el edificio, el potencial para otra masacre era grande.

El lunes, las autoridades dijeron que uno de los hombres armados, Elton Simpson, de Phoenix, había estado bajo vigilancia durante años debido al interés que habría mostrado en unirse a grupos yihadistas en el exterior. Fue encontrado culpable de hacer falsas declaraciones al FBI, pero un juez federal falló que no había suficiente evidencia de que las actividades del Sr. Simpson estuvieran “relacionadas suficientemente con el terrorismo internacional.”

Contra este telón de fondo tenemos la ironía extraordinaria—casi cómica—de algunos de los intelectuales bien pensantes de Estados Unidos boicoteando el martes una ceremonia del PEN American Center para conferir su premio anual al valor para la libertad de expresión a Charlie Hebdo. PEN es una asociación de escritores, y seis importantes novelistas—Peter Carey, Michael Ondaatje, Francine Prose, Teju Cole, Rachel Kushner y Taiye Selasi—quienes han estado tratando de repeler el premio para Charlie Hebdo.

Rachel Kusher dijo que estaba incómoda con la “visión laica forzada” y la “intolerancia cultural” representadas por Charlie Hebdo, cuyos ataques principales fueron contra una religión organizada. Antes del boicot, Teju Cole escribió en la revista New Yorker cuestionando el elogio para Charlie Hebdo a raíz de la masacre y  lamentó que la preocupación por los caricaturistas asesinados de Charlie Hebdo no sea emparejada por la preocupación por los jóvenes en edad del ejército “que habrán sido asesinados por ataques con drones estadounidenses en Pakistán y otras partes.”

Una petición firmada por más de 200 miembros del PEN se queja que su organización “no está transmitiendo simplemente apoyo a la libertad de expresión, sino también valorizando en forma selectiva material ofensivo: material que intensifica los sentimientos anti-islámicos, anti-magrebíes y anti-árabes ya prevalecientes en el mundo occidental.”

Pregonando la lista de firmantes de la petición estuvo nada menos que Glenn Greenwald, visto por última vez apoyando el derecho de Edward Snowden a hacer pública información robada de las campañas de la Agencia de Seguridad Nacional para rastrear a las personas que cometieron los asesinatos en París y trataron de hacerlo nuevamente en Texas esta semana.

Mucho de lo que publicó Charlie Hebdo fue insultante y no con poca frecuencia obsceno. Sin duda que eso ocurrió en el evento en Texas. Nosotros no lo publicaríamos rutinariamente en este diario. Pero los insultos están protegidos bajo la Primera Enmienda. Los terroristas que atacaron a los caricaturistas en París y en Texas esperaban que el asesinato los intimidaría a ellos—y a otros—en el silencio. Como tal, el suyo no fue meramente un ataque contra una publicación; fue un ataque contra las bases de la democracia liberal.

Todo lo que hace este premio del PEN es poner de relieve que en una sociedad civilizada—de hecho “tolerante”—no asesinas a las personas que te insultan o te ofenden. Es un principio que debe ser fácil de comprender para todos—especialmente para escritores aclamados.

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México